¿Cómo se enfrentan las democracias a las injerencias de las potencias extranjeras? ¿Tiene Europa herramientas suficientes para frenar campañas de bulos, cada vez más sofisticadas?¿Estamos preparados para una guerra mediática? El “sí” al Brexit en 2016 y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca poco después hicieron saltar las alarmas en la Unión Europea y sus estados miembros pusieron encima de la mesa algunas de estas preguntas. El informe de la Fundación Alternativas “Desinformación y censura en conflictos internacionales. Los casos de Ucrania y Gaza” trata de contestar a estas cuestiones e incide en el impacto de los dos conflictos armados en la lucha contra las noticias falsas.
“En 2016 se dan cuenta de que esto va en serio y surge el miedo a que se hackee el propio proceso europeísta desde dentro, en el marco de las elecciones europeas de 2019”, dice Jorge Tuñón, catedrático de la Universidad Carlos III y uno de los autores del informe, junto con la doctoranda Rocío Sánchez del Vas y el periodista Iñigo Sáenz de Ugarte.
Ocho años de carrera frenética contra la desinformación
El miedo al boicot en las elecciones postbrexit, marcadas por el auge de los grupos euroescépticos, impulsó la primera batería de medidas contra la desinformación. Desde entonces, se ha desarrollado todo un “corpus legislativo” que Tuñón ordena en tres fases.
Entre 2017 y 2019 ven la luz varias iniciativas previas a los comicios del Europarlamento, en los que se sabe que hubo intentos de alentar a la abstención y de minar la credibilidad de las instituciones. La Covid-19 impulsó las llamadas leyes de “segunda generación”, para hacer frente al movimiento “anti-vacunas”, que se movió con fuerza en redes sociales. La ONU, entonces, acuñó el término “infodemia”: había tanta información, que era imposible diferenciar la verdad de la mentira.
“La UE se da cuenta en estos años de que debe proteger el derecho de los ciudadanos a recibir información veraz y contrastada”, explica el catedrático. Para ello, se aprobó el Plan de Acción por la Democracia, la creación del Observatorio Europeo de Medios de Comunicación y se revisó el Código de Buenas Conductas.
La ley de Servicios Digitales y la ley de Medios de Comunicación, fundamentales en esta materia, son posteriores, aprobadas ya bajo la invasión a Ucrania. “La ley de Medios protege, por primera vez, el pluralismo y la independencia de los periodistas. Algo que no se había hecho hasta ahora”, añade Tuñón. “Por su parte, la de Servicios Digitales obliga a las grandes plataformas a una mayor rendición de cuentas, algo que ya está teniendo sus consecuencias”.
La respuesta europea en tiempos de guerra
El 24 de febrero de 2022 Vladímir Putin anunció en la televisión rusa el inicio de una “operación militar” en Ucrania. Ese mismo día Kiev denunció la invasión en su cuenta de Twitter. Lo hizo con un meme.
“La propaganda es un arma de guerra que está con nosotros desde que existen los medios de masas, pero con las nuevas tecnologías se viralizan mucho más y llegan a millones de personas”, cuenta Rocío Sánchez del Vas. Las guerras ya no se libran como antes. Las redes sociales se han convertido en un nuevo campo de batalla que no entiende de fronteras, y del que no estamos protegidos, especialmente en un conflicto como este, en el que Europa ha tenido que posicionarse abiertamente con uno de los bandos.
Un buen ejemplo de ello fue la voladura de los gasoductos Nord Stream en septiembre de 2022, que coincidió con la aprobación de fuertes sanciones económicas contra Rusia. Durante meses se utilizó el sabotaje para atacar a Putin, pero cuando algunas investigaciones apuntaron hacia Ucrania y Polonia, sencillamente se hizo el silencio: “Es un ejemplo de cómo ciertas informaciones, que se consideran dañinas para el bando que se apoya, no aparecen bien reflejadas en los medios”, explica Íñigo Sáenz de Ugarte. “No es necesariamente desinformación, pero sí una ignorancia tolerada por los medios y los gobiernos sobre un hecho concreto, que no tiene razón de ser en democracia”.
La cancelación de los medios de propaganda rusos Rusia Today y Sputnik también abrieron un intenso debate en el continente. “En una democracia, la disidencia es permitida y los comentarios pro-rusos se deben permitir. Otra cosa es bloquear a un medio de propaganda como RT”, opina Sáenz de Ugarte.
Gaza y la desinformación para deshumanizar
“Nunca había visto un conflicto donde se subiera —a las redes— tanta desinformación con la intención directa de deshumanizar a las víctimas reales de la guerra”, aseguraba hace unos meses Shayan Sardarizadeh, periodista de verificación de la BBC, en una cita que recoge el informe.
Los autores han hecho un recorrido por los principales mensajes propagandísticos de esta nueva escalada bélica, en la que se han rebasado muchos límites morales en el plano digital: primero, con la difusión masiva de imágenes de la matanza del siete de octubre por parte de Hamás —los terroristas suelen ir acompañados de cámaras—, pero, más tarde, incluso con “tiktoks” de soldados agrediendo a palestinos o influencers disfrazados de víctimas.
Desde el minuto uno el gobierno israelí activó lo que se conoce como hasbará, un término intermedio entre propaganda y diplomacia, con el que busca controlar el relato y atacar a sus enemigos. Gran parte de esa campaña ha ido dirigida a la UNRWA, acusando a algunos de sus miembros de colaborar en el atentado. “Israel quería demostrar que era un brazo más de Hamás, lo cual es falso. Meses después, no han aportado ninguna prueba concluyente, a pesar de las consecuencias que tuvo, porque muchos gobiernos retiraron su financiación al organismo”, explica Sáenz de Ugarte.
Uno de los bulos más impactantes de estos meses empezó en un directo de la televisión israelí. “He hablado con algunos de los soldados y me dicen que lo que han visto es a bebés con la cabeza cortada”, aseguró un periodista. No era cierto, pero la cuenta de Twitter oficial del Gobierno se hizo eco de ello y el mismo Joe Biden aseguró haber visto unas imágenes que no existían. Aunque luego se desmintió, en tan sólo dos días aquella noticia falsa tuvo 44 millones de impresiones, 300.000 likes y hasta 100.000 retuits.
La guerra en Gaza cuenta con una dificultad añadida. A diferencia de Ucrania, los periodistas extranjeros no tienen acceso al terreno de combate porque Israel no se lo permite. “Para poder luchar contra la desinformación es necesario poder acceder a las zonas de guerra y eso no se está pudiendo hacer en Gaza, donde sólo están informando los periodistas palestinos, con verdadero heroísmo”, recuerda el periodista y coautor del informe.
Las 'Big Tech,' principales beneficiarias de la desinformación
“La desinformación genera muchos más clicks que las informaciones veraces, y hay personas que se están lucrando con ello”, asegura Tuñón, que apunta a la necesidad de aclarar las responsabilidades de estas empresas “que se benefician de la falta de regulación”.
Para los tres expertos, el antídoto a la desinformación pasa por una triada de medidas: educación, regulación y cooperación. “La alfabetización mediática es una vacuna, no puede parar el virus, pero sí la enfermedad que provoca”, explica Tuñón. En este contexto han jugado un papel protagonista los fact checkers o verificadores, no sólo como divulgadores. “Son más importantes de lo que parecen. Han actuado como mediadores entre gobiernos, usuarios y empresas”, apunta Sánchez Del Vas.
En cualquier caso, tanto Tuñón como Sánchez del Vas coinciden en que nada será posible sin las grandes tecnológicas. Pero ¿están dispuestas a colaborar? Por el momento, reconocen que actitudes como las de Elon Musk siembran la duda y que, aunque algunas plataformas han tomado medidas, no han sido muy útiles. Es el caso del “tick azul” de Twitter, que ha perdido su eficacia al hacerse de pago, o de las “community notes” (la posibilidad para los usuarios de añadir notas de contexto a una publicación potencialmente engañosa), menos eficaces de lo que parece, según recoge el informe. A ello hay que sumarle la “batalla legal” entre algunas de estas empresas y la Unión Europea. La semana pasada Tiktok ha paralizado su versión de pago en España y Francia, mientras se investiga la falta de protección a menores y el uso de interfaces adictivas en su nueva red social.
“Nunca vamos a conseguir atajar para siempre la desinformación, porque es parte de las guerras híbridas, que tienen como objetivo, en ocasiones, el territorio europeo”, concluye Tuñón, mientras que Sánchez Del Vas incide en a la dificultad de regular “el monstruo de la desinformación” ante avances tecnológicos imprevisibles. Sáenz de Ugarte pone encima de la mesa a un actor más, los medios de comunicación: “Para combatir la desinformación que viene del extranjero, necesitamos secciones de internacional de calidad, que generen interés y confianza en la ciudadanía”.