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El desastre nuclear cada vez está más cerca y ningún plan de respuesta nos salvará de sus consecuencias

La nube en forma de hongo desplegada por una prueba nuclear.

Javier Biosca Azcoiti / Jesús Travieso

El intento de golpe de Estado en Turquía en julio de 2016 sorprendió a casi todos. También a los encargados de garantizar la seguridad en cuestiones esenciales. Evitar que las armas nucleares sufran daños o sean sustraidas es una de ellas. Y durante varias horas, por la confusión y los diferentes frentes, las decenas que hay almacenadas en la base americana de Incirlik estuvieron en riesgo.

Este es solo uno de los ejemplos de lo fácil que sería que un grupo terrorista se hiciese con armamento de este tipo. Los encargados de recordarlo han sido los autores del estudio ¿Estamos preparados para el terrorismo nuclear?, publicado en The New England Journal of Medicine el pasado 29 de marzo.

Según el documento, estamos más cerca que nunca de un posible desastre nuclear tras casi 80 años de “tranquilidad” desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La diferencia es que esta vez no hay que poner el foco en Estados con el gatillo fácil. La atención hay que dirigirla hacia los grupos terroristas que tengan la tentación de utilizar armas atómicas para culminar sus objetivos. El problema no es solo un atentado, sino que los planes de respuesta que existen son prácticamente inútiles. “La mayor parte de estos planes son poco realistas y deficientes”, afirman Robert P. Gale y James O. Armitage, que llaman a la prevención como mejor estrategia.

Entre toda esa planificación “deficiente” existe un documento con 15 escenarios que fue elaborado en 2004 por el Departamento de Seguridad Nacional y la Agencia Federal de Gestión de Emergencias para afrontar posibles ataques terroristas y catástrofes naturales.

Del ataque improvisado a la guerra nuclear

En el primer escenario, Washington plantea que un grupo de terroristas de un “adversario universal” logra montar un artefacto nuclear improvisado de 10 kilotones (medida de liberación de energía equivalente a 10.000 toneladas de TNT) robado de unas instalaciones en algún país de la antigua Unión Soviética. Después, introducen sus componentes en EEUU, los montan en una furgoneta y detonan el explosivo en el centro de la capital estadounidense.

¿Qué ocurriría? La explosión destruiría por completo o causaría graves daños en los edificios situados en un radio de 1 kilómetro y se extendería a unos 6 kilómetros. La reconstrucción y especialmente la descontaminación serían dos de los grandes retos. Aproximadamente unos 8.000 kilómetros cuadrados de tierra tendrían que pasar por diversos procesos. Unos trabajos que durarían muchos años y costarían miles de millones de dólares, sostiene el documento. La detonación de un arma de este tipo provocaría 100.000 muertes inmediatas, señalan los científicos en su artículo.

Otro de los supuestos estudiado por los autores sería el de la dispersión de mecanismos radiológicos. Una de las posibilidades consistiría en el robo de material radioactivo de un laboratorio universitario o de un departamento de medicina nuclear, que sería lanzado en una zona amplia desde un avión. Otra sería cubrir un explosivo convencional, como la dinamita o el TNT, con estas sustancias. Este tipo de ataque no buscaría generar el mayor daño posible, pero sí serviría para provocar inquietud. “El objetivo de los terroristas sería político y psicológico”, dice el estudio. Los robos de estos materiales son comunes, ya que la IAEA tiene registrados hasta 2000 incidentes, 100 de ellos solo en 2016.

La guerra nuclear total también está contemplada, a pesar de que no podría ser considerada terrorismo. Pero la magnitud de las armas que se emplearían y la destrucción que provocarían motiva su inclusión en estas posibilidades. Estos ataques podrían venir de nueve países: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte.

De acuerdo con los autores, Estados Unidos y Rusia cuentan con 8.500 armas nucleares, 3.000 de las cuales están desplegadas de forma operativa. El Stockholm International Peace Research Institute calcula, sin embargo, que ambos países suman 13.800 armas nucleares.

“Algunas armas, como la bomba de hidrógeno Soviet RDS-220, equivale a 50 megatones de TNT o a 5000 veces más potencia que 'Little boy', la bomba lanzada sobre Hiroshima”, apuntan.

Los precedentes

Un grupo de científicos, ingenieros y otros expertos que participaron en la creación de la bomba atómica estadounidense, conocedores de las horribles consecuencias de este tipo de armamento, crearon en 1945 el Bulletin of the Atomic Scientists, encargado de evaluar el nivel de amenaza de un desastre nuclear. Este riesgo no ha dejado de aumentar desde 2010 y la institución señala que actualmente estamos a “2 minutos de medianoche”. Un grado de amenaza jamás superado en ninguno de sus análisis elaborados durante la Guerra Fría.

Como recuerda el estudio, los mayores ejemplos históricos del peligro de un desastre nuclear no se reducen a Hiroshima y Nagasaki. Lo ocurrido en Chernobyl en 1986 y en Fukushima en 2010 permitirían hacerse una idea de lo que ocurriría de producirse un ataque con estos materiales. También los de Tokaimura, en Japón y Goiania, en Brazil. Todos ellos evidencian que esos planes de respuesta seguramente no sean efectivos. Los ataques americanos en la Segunda Guerra Mundial sí sirven para medir los efectos de las consecuencias: algunas de las víctimas fallecieron tras verse expuestas a fuegos que superaron los 100.000.000 grados. La superficie del sol llega solo a los 6.000 grados.

“Las personas expuestas a una radiación de dos grays, equivalente a aproximadamente a 200.000 radiografías de pecho, no requerirían intervención médica inmediata y se recuperarían solos. En el otro extremo, los expuestos a más de 12 grays morirían a pesar de la atención médica, por ello el foco se tiene que centrar en aquellos entre 2 y 10 grays”, explica el estudio. Los problemas más inmediatos serían fallos en la médula espinal y daños gastrointestinales, añaden. 

“Se ha avanzado poco en la educación de miembros del gobierno, legisladores y la población sobre las consecuencias reales de la exposición de radiación ionizante”, señalan los autores. Y advierten: “Esta negligencia nos pone en peligro y la falta de conocimientos ha sido explotada, y lo seguirá siendo, por Estados rebeldes y organizaciones terroristas para progresar en sus agendas políticas”. En este sentido, los científicos recuerdan que la comisión de investigación del 11-S halló que los terroristas liderados por Osama Bin Laden consideraron inicialmente atacar instalaciones de energía nuclear en EEUU.

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