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Charley Hill, el detective de arte robado que rescató 'El Grito' de Munch

Charley Hill, detective.

Miguel Mosquera / Miguel Mosquera

Londres —

A las 6.30 de la mañana del 12 de febrero de 1994, un hombre se subió a una escalera y entró a la Galería Nacional de Oslo por una ventana. Salió en menos de un minuto por el mismo sitio después de haberse tomado la libertad de llevar a cabo el siguiente intercambio: él se había quedado con una de las obras más icónicas de la historia del arte; el museo, con una nota que leía 'gracias por vuestra pobre seguridad'. Así se robó El Grito de Edvard Munch. El mismo día en el que se inauguraron los Juegos Olímpicos de Invierno en otra ciudad noruega, Lillehammer, en Oslo tenía lugar este escándalo nacional que se repetiría en 2006, cuando otra versión del cuadro fue robada de nuevo del Museo Munch.

Las autoridades noruegas recurrieron a los servicios de la reputada unidad de arte robado de la Scotland Yard británica, que envió a uno de sus detectives estrella, Charley Hill. Bajo la falsa identidad de Christopher C. Roberts, Hill se hizo pasar por un representante del J. Paul Getty Museum de Los Ángeles. “La policía noruega ya tenía a un informante en contacto con la gente en posesión del cuadro. Le dije que me introdujera a ellos como un representante del Getty Museum”, rememora Hill, “y se creyeron que alguien del Getty Museum les quisiese contactar porque les expliqué que el museo quería exponer El Grito”.

Por coherente que resultase, el señuelo de Hill seguía ofreciendo margen de sospecha. ¿Cómo era posible creerse que el Museo Getty estaba dispuesto a adquirir una obra terriblemente famosa que había sido robada a otro museo? Para que terminaran de morder el anzuelo, Hill también les señaló que de ninguna manera el gobierno de Noruega podía ser chantajeado para pagar una recompensa, pero que el Museo Getty sí que podía hacerlo en nombre de los noruegos, con la condición de exponer el cuadro de forma temporal.

Hill se reunió con el intermediario en el Plaza Hotel de Oslo para concretar los detalles del pago. Daba la casualidad de que ese mismo día el hotel estaba repleto de agentes porque se celebraba una convención anual de unidades antinarcóticos. Hill reconoció a un par de compañeros de gremio y tuvo que mandarles un mensaje para que no le saludaran.

Una vez se llegó a un acuerdo, Hill acudió a Asgardstrand, una localidad una hora al sur de Oslo, donde la banda responsable del crimen escondía el cuadro. Hill comprobó que, en efecto, se trataba de la auténtica obra de Munch, datada en 1893, y se llevó el lienzo a cambio de la cantidad acordada, unas 300.000 libras. El cuadro estaba valorado en 72 millones. Cualquier obra conocida pierde valor al ser robada por el simple hecho de que encontrar comprador resulta muy complicado, por no decir imposible. “La mayoría de cuadros de gran valor que son robados acaban pasando años en un desván porque los ladrones y sus intermediarios son incapaces de deshacerse de ellos”, explica Hill.

En busca de un Goya

Recuperar El Grito es una de las hazañas más célebres de la carrera de Hill, pero no la que más ilusión le ha hecho. Menos de un año antes, en septiembre de 1993, Hill había cerrado un caso en el que llevaba trabajando siete años: el robo del retrato de Antonia Zárate pintado por Goya. El famoso gánster irlandés Martin Cahill, apodado 'The General', fue el responsable del robo.

“Tuve que intentarlo en dos ocasiones utilizando identidades distintas. El primer intento fue fallido: ”Estaba trabajando junto con un agente del FBI muy reputado, pero él cometió un error que desveló su verdadera identidad: cuando estaba enseñándole a los gánsters irlandeses fotos en las que aparecía con mafiosos de Nueva York con el fin de demostrarles que estaba bien conectado, se cayó al suelo una nota que estaba entre las fotos. Era un papel con el logo del FBI en el que ponía 'no te olvides de llevarte esto'. En cuanto los gángsters lo leyeron, se levantaron y se marcharon. Un fallo simple y estúpido que realmente no fue su culpa, sino de alguien de su oficina“.

“Me retrasó un par de años”, todavía lamenta Hill. Ese desliz en 1990 hizo que la operación retrocediese al punto de partida. “Tuve que acercarme a los gánsters mediante otras personas. Pero ya sabía cómo funcionaba la organización. Mantenían todo en secreto, incluso entre ellos”. Gracias a ese hermetismo, Hill pudo tener una segunda oportunidad estableciendo contactos distintos.

Lo más importante para ser un buen agente encubierto, según Hill, es “mantener las mentiras en un mínimo y centrarte en poder sostener tu mentira principal gracias a que casi todo lo demás que hayas dicho sea cierto”.

El segundo intento fue más fructuoso que el primero. Tras dar con las personas adecuadas dentro de la organización criminal irlandesa, Hill logró concertar una cita para la compra de algunas de las obras de la colección de Beit, entre ellas el retrato de Goya y Una dama escribe una carta con su sirvienta de Vermeer. Los cuadros habían sido transportados a Luxemburgo, pero la ley de ese país no permitía operaciones encubiertas, así que Hill tuvo que convencer a los irlandeses para que el intercambio tuviese lugar en el aeropuerto de Antwerp, Bélgica: “Les dije que desde ahí cogería un vuelo a Oriente Medio, donde le daría los cuadros al supuesto comprador. Les pareció razonable”. Hill comprobó que las pinturas eran las auténticas en el parking del aeropuerto y entonces dio una señal y aparecieron dos Mercedes llenos de agentes especiales belgas.

No todos los cuadros fueron recuperados, pero sí las joyas de la colección y Beit decidió donarlas a la Galería Nacional de Irlanda. Ahí es donde aún se pueden encontrar.“Cuando visito el museo en Dublín, siento que ella me mira y me agradece lo que hice”, dice Hill refiriéndose a Antonia Zárate. “De todos los cuadros que he recuperado, no siento un vínculo tan fuerte con ninguno como con ese retrato de Goya”.

Hill ya no hace operaciones encubiertas. Sus años en Scotland Yard le ganaron una reputación y un nombre en el mundo criminal y le resultaría muy difícil pasar desapercibido. 

Hill es tan conocido en el mundillo que ya no tiene que inventarse identidades falsas para perseguir información; ahora la información le busca a él. “[La información] llega a mí porque los criminales me respetan por lo que he hecho”. Su trabajo consiste en mantenerse en contacto con ciertos individuos de pasado oscuro que le ayudan a dar con el paradero de obras robadas, por supuesto, a cambio de un porcentaje de la recompensa.

¿No le genera problemas de conciencia el estar lidiando con criminales que reciben grandes pagos por su colaboración? “A veces tengo preocupaciones éticas. Pero me considero un hombre de principios y mi primer principio es la flexibilidad”.

Algo que Hill tiene muy claro es que su trabajo se basa en recuperar cuadros y que arrestar a los ladrones es secundario. En el caso de El Grito, por ejemplo, fueron arrestados cuatro criminales. El líder de la operación había sido Pål Enger, un exfutbolista del Vålerenga Fotball que ya había sido arrestado antes por robar otro cuadro de Munch. Después todos los criminales quedaron en libertad por el mero hecho de que los agentes de la Scotland Yard habían llevado a cabo su operación en Noruega con documentos de identidad falsos. A Hill nunca le ha quitado el sueño que los ladrones se salgan con la suya.“Que le den a los criminales, a mí solo me interesa recuperar los cuadros”, afirma con contundencia.

“Esta es mi vida y yo me guío por lo que interpreto que es el significado de todo esto: las obras como ese Goya o ese Vermeer son maravillosos objetos de la creación que han de ser protegidos y han de ser accesibles para que cualquier persona pueda verlos y sacar sus propias conclusiones. Ahí reside lo que yo considero que es mi deber. Estoy a punto de cumplir 73 años, ya soy un vejestorio, ex-soldado, ex-policía, pero todavía siento que existe una dimensión moral de la vida, que hay imperativos morales, y eso es lo que me mueve. Hace que suene como un idiota con pretensiones de superioridad moral, pero es simplemente lo que siento que es lo correcto”.

Un detective de arte forjado en Vietnam

El vínculo tan estrecho que siente Hill con las obras de arte se forjó a una temprana edad. “Todo empezó porque mi madre nos llevaba a mis hermanas y a mí a una infinidad de galerías cuando viajábamos por Inglaterra, Alemania y América”. Eran lo que se conoce como camp followers, una familia cambiando de residencia cada vez que el padre era destinado a una nueva base militar.

Charley nació en Cambridge en 1947 y se crió entre Europa y América. Además de aquellas visitas en familia a distintas galerías, en su época de estudiante en Washington D.C. tuvo otra experiencia que marcó su aprecio por el arte: “Cada domingo por la mañana iba a ver a la Galería Nacional de Washington la proyección de Civilisation, unos programas producidos por el experto en historia del arte Kenneth Clark”.

Hill empezó a estudiar la carrera de derecho en 1966, pero pronto se dio cuenta de que no era lo suyo. “Me pregunté a mí mismo, '¿y ahora qué hago?' Había empezado la guerra en Vietnam. Podía hacer un examen que me permitiría seguir estudiando sin tener que ser llamado a prestar servicio militar, pero decidí alistarme”, recuerda. “Completé el entrenamiento básico, el de infiltración y el de paracaidismo y me uní a la 82ª División Aerotransportada. Pronto el general me dijo que necesitaban a alguien para hacer de asistente en el museo de la unidad y que me habían elegido a mí porque era de los únicos que sabía leer y escribir. Pensé 'qué narices, ¿qué voy a hacer yo en el museo de una división de paracaidistas en Carolina del Norte mientras en Vietnam hay una guerra?'. Así que me presté voluntario para ir a Vietnam lo antes posible y pasé a formar parte de la 173ª División Aerotransportada”.

El detective recuerda muy bien un incidente que tuvo con su sargento cuando este le ordenó matar a un anciano herido. Hill se negó y se interpuso en el camino de otro soldado que se ofreció a hacerlo. “Si intentas matarle te hago un agujero en el pecho”, amenazó. “Más tarde me enteré a través de uno de mis compañeros que la próxima vez que entráramos en combate, el sargento tenía planeado ponerse detrás de mí y volarme la cabeza. Desde que me dijeron eso, me aseguré de siempre estar por detrás del sargento”, recuerda.

Hill cree que su experiencia en Vietnam le sirvió para ser un mejor detective. “Comprobé que nunca hay que entrar en pánico, eso solo hace que todo vaya peor. La primera vez que mi unidad fue atacada, descubrí que la adrenalina despeja tu cabeza. Siempre y cuando no entres en pánico, tomarás decisiones claras con gran rapidez”. ¿Y no sintió miedo? “No temo a las personas con las que trato porque ya he tenido que soportar a hijos de puta como mi sargento”. ¿Piensa en Vietnam menudo? “Sí. El General Olson me regaló una manta de camuflaje. Desde que mi mujer me ha echado de la cama por roncar, ahora ronco en otra cama y me tapo con la manta de camuflaje que Olson me dio hace cincuenta años. Me da seguridad, vuelvo a estar en la jungla y pienso que todo saldrá bien”.

Hill regresó de Vietnam, se graduó en historia por la George Washington University y ganó una beca para estudiar en el Trinity College de Dublín. Después se mudó a Irlanda del Norte, donde trabajó dando clases. Hizo eso durante dos años y se fue a Londres para estudiar teología en el King's College porque se planteaba ser sacerdote en la Iglesia de Inglaterra. Pero después se dio cuenta de que sus ideas no coincidían con las de la iglesia. De todas formas, quería seguir siendo cura. Cura y policía. Ambas profesiones a la vez. Desde la iglesia le dijeron que no podía compaginarlas. Escogió la placa.

En 1976, Hill comenzó una carrera de 20 años en la Metropolitan Police de Londres. Fue ascendiendo hasta convertirse en inspector jefe, un cargo que ocupó durante siete años. Entre 1994 y 1996 fue el supervisor de la unidad de arte robado en la que ya había servido como detective. Se examinó para ser superintendente pero no superó las entrevistas porque estaba demasiado centrado en el crimen y el rol requería el dominio de un abanico más amplio de registros. Entonces dejó la policía. En 1997 empezó a trabajar para una aseguradora de arte y en 2002 pasó a ser investigador privado.

Lo que queda por encontrar

Se considera un dinosaurio. “Los golpes para robar grandes obras de arte de los que me he ocupado en los últimos 30 años son algo del pasado”, reconoce. “Soy un dinosaurio. La gente con la que trato son dinosaurios. Pero el crimen relacionado con el arte seguirá existiendo”. Apunta a que el futuro está en los fraudes de obras modernas y en la inteligencia artificial, que se usa tanto para crear falsificaciones, como para detectarlas. “Las falsificaciones, las atribuciones dudosas, las obras de oscura procedencia… Todo esto forma parte de un mercado muy lucrativo que involucra a personas cercanas a las casas de subastas”.

“Estos criminales más sofisticados recurren a todo tipo de falsificaciones porque es ahí donde está el dinero. Así ha sido durante años y no me cabe duda de que así seguirá siendo en el futuro”. Atrás quedan los robos rudimentarios. Atrás quedan, en palabras de Hill, “los ladrones que robaban obras de arte y después no sabían qué hacer con ellas”. Pero el epílogo de esta historia está por escribirse: “Todavía quedan algunas obras maravillosas que han de ser recuperadas y siento que es mi deber hacerlo”.

Aunque Hill pretende reinventarse y estar al día de las nuevas tecnológicas para poder convertirse en un experto en fraude, antes se ha propuesto cerrar dos grandes casos que siguen abiertos: “Tengo mucho trabajo ahora mismo, pero estoy centrado en el robo de Boston”.

Se refiere al golpe que tuvo lugar en 1990 en el Isabella Stewart Gardner Museum. Dos ladrones disfrazados de policías se llevaron trece obras valoradas en más de 500 millones de dólares. Entre ellas se encuentran El Concierto de Vermeer, Dama y Caballero en Negro de Rembrandt, Chez Tortoni de Manet y varios dibujos de Degas. Pero el cuadro que más anhela tener en sus manos Hill es La tormenta en el mar de Galilea, la única obra marina pintada por Rembrant. “Más allá de que en el cuadro aparezca el propio Rembrandt autorretratado, un tipo vomitando por la borda y Jesucristo entre el resto de la tripulación, lo que me fascina es que la bandera del barco sea la cruz de San Juan de la Cruz, cuando Rembrant era el gran pintor protestante del siglo XVII”.

Hill sostiene que el golpe del Isabella Stewart Gardner Museum lo llevaron a cabo gánsters irlandeses. El cabecilla ya murió. Pero tiene un contacto que le podría conseguir el paradero de los cuadros más pronto que tarde. Ahí no se acaban sus planes. “Hay un Caravaggio que fue robado en Sicilia hace 50 años. Iré a por ese cuando haya recuperado los de Boston”, afirma con entusiasmo. “Tengo mucho que hacer”.

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