El día en que Calvo Sotelo se sentó con Reagan y Thatcher: 40 años del ingreso de España en la OTAN

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

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Era en plena Guerra Fría. Leonid Breznev presidía la Unión Soviética y Ronald Reagan, Estados Unidos. Los soviéticos estaban metidos en la guerra de Afganistán desde 1978; la revolución sandinista avanzaba; el Movimiento de Países no Alineados crecía hasta el centenar de miembros; la guerra Irán-Irak acababa de empezar; y el conflicto de Oriente Próximo estaba en ebullición constante. Era un mundo convulso, en el que España acababa de estrenar sus primeras elecciones legislativas constitucionales y, sin saberlo, estaba en vísperas del golpe de Estado del 23F.

El 18 de febrero de 1981, Leopoldo Calvo Sotelo pronunciaba un discurso de investidura para relevar en la presidencia del Gobierno a Adolfo Suárez, devorado por sus compañeros de la Unión de Centro Democrático. Nadie sabía aquel día en el Congreso de los Diputados que, cinco días después, cuando se debía votar la investidura, habría un golpe de Estado en el que entraría en el hemiciclo el teniente coronel Tejero pegando tiros.

Y una de las noticias más relevantes de aquel discurso de investidura fue la firme apuesta de Calvo Sotelo por el ingreso de España en la OTAN, lo que venía a suponer un giro en la política exterior de los Gobiernos de Suárez, quien había trabajado relaciones con líderes tan poco atlantistas como Fidel Castro o Yaser Arafat.

“El Gobierno que aspiro a presidir reafirma su vocación atlántica, expresamente manifestada por la Unión de Centro Democrático, y se propone iniciar las consultas con los grupos parlamentarios a fin de articular una mayoría, escoger el momento y definir las condiciones y modalidades en que España estaría dispuesta a participar en la Alianza”, dijo Calvo Sotelo desde la tribuna: “La decisión de marchar hacia la accesión a la Alianza Atlántica responde a una coherencia con nuestra concepción general de la política española, pero, ante todo, a una necesidad defensiva y de seguridad. La política exterior, ya lo he dicho antes, es ante todo búsqueda de seguridad. Y es evidente que esa seguridad tiene un componente militar. También es claro que ese componente militar no puede ser, y en este momento nadie lo considera así, un componente aislado. Las prédicas que apuntan hacia una neutralidad, armada o desarmada, no ocultan la realidad de que estas modalidades están fuera de las posibilidades que derivan de nuestros recursos en el primer caso, y ambos fuera de nuestra especialísima situación geoestratégica. No son, por tanto, ni posibles, ni útiles, ni viables”.

Calvo Sotelo se estaba dirigiendo ahí al principal partido de la oposición, el PSOE, que en aquellos años defendía con firmeza la no entrada en la OTAN, y participaba en campañas contra esa adhesión que terminó produciéndose el 30 de mayo de 1982, hace ahora 40 años. Un año en el que no sólo España entró en la OTAN y vivió la arrolladora mayoría socialista de octubre. También fue el año del Mundial de fútbol y el de la primera visita del papa Juan Pablo II (31 de octubre-11 de noviembre).

“El nuestro, sin ser detonante, sin necesidad de gritar, es un planteamiento claro: no queremos la adhesión de España al Tratado del Atlántico Norte. Pero aun así, por respeto a la opinión pública, queremos que se consulte, y si se consulta, el Partido Socialista considerará con esa consulta cerrado el asunto. Si no se consulta, el asunto seguirá abierto hasta que esa consulta pueda ser realizada, estemos o no estemos dentro de la Alianza”, dijo Felipe González en el debate parlamentario sobre el proceso de adhesión, celebrado el 27 de octubre de 1981. La consulta, finalmente, se produjo en 1986 con González en Moncloa y, ya para entonces, el PSOE había cambiado de posición y pedía el voto a favor de la entrada en la OTAN.

“¿Es que después de las dos guerras mundiales, la democracia española debe algo a la política de Estados Unidos?”, se preguntaba aquel día de 1981 el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, en el Congreso: “Hay que decir que la política de Estados Unidos ha sostenido al régimen anterior y ha hecho todo lo necesario para que en España no hubiera un cambio democrático; y todavía el 23 de febrero, en el momento en que este Congreso de los Diputados estaba ocupado, el secretario de Estado de los Estados Unidos manifestaba que ese era un asunto interno de los españoles. Se trata de un cambio radical de la orientación de la política exterior española; se trata de una alianza con un Estado que no ha sido nunca nuestro aliado y con otro, en este caso la Gran Bretaña, que ocupa una de las partes de nuestro territorio”.

En efecto, los acuerdos de EEUU y España de 1953 fueron fundamentales para la supervivencia de la dictadura de Franco. “Los acuerdos con EEUU fueron un mal acuerdo para España”, escribe el historiador Juan Pablo Fusi en España 1808-1996. El desafío de la Modernidad: “No eran ni tratados ni alianza: eran unos convenios (de defensa y ayuda económica) en los que lo sustancial era la concesión a EEUU de la utilización por diez años (prorrogables) de las bases conjuntas que se establecieron en Torrejón, Zaragoza, Morón y Rota: España recibiría una ayuda cifrada en 226 millones de dólares (luego elevada a 1.183 millones). Pero el acuerdo era excelente para Franco: su régimen alcanzaba la plenitud en su política exterior. El 15 de diciembre de 1955, la Asamblea General de la ONU votó el ingreso de España en el organismo. En diciembre de 1959, visitaba España el presidente norteamericano, Eisenhower”.

“En la práctica”, escribe Paul Preston en su biografía Franco, caudillo de España, “el defensor de la independencia nacional había renunciado a buena parte de la soberanía nacional. [...] Franco había traicionado a su país. Al subordinar a España a las más amplias necesidades de defensa de los Estados Unidos [...], Franco demostró lo alto que era el precio que estaba dispuesto a pagar para mantenerse en el poder [...]. Franco había obtenido lo que deseaba: el fin del aislamiento internacional, la consolidación de su régimen y el derecho a presentarse como valioso aliado de EEUU. El precio era la limitación de la soberanía y el peligro de una guerra en la era atómica”.

Al final, la propuesta que en agosto de 1981 Calvo Sotelo dirige a las Cortes es aprobada en sendas sesiones del Congreso y el Senado en octubre, y el 2 de diciembre de 1981 España comunica a la Alianza Atlántica su intención formal de adherirse al Tratado de Washington. Y el 30 de mayo de 1982 España se convierte en el miembro número dieciséis de la Organización del Atlántico Norte. El primer representante permanente de España en el Consejo es el embajador Nuño Aguirre de Cárcer. Durante la Cumbre aliada de Bonn (10 de junio de 1982), un presidente del Gobierno español asiste por primera vez a una reunión del Consejo del Atlántico Norte.

Aquella cumbre de la OTAN, según cuentan las crónicas, estuvo muy marcada por la invasión de Líbano por parte de Israel (6-22 de junio de 1982), que acababa de producirse.

“La entrada en la OTAN alineaba a España con el mundo occidental y perfilaba y definía su política exterior”, escribe Fusi: “Bajo Suárez (con Marcelino Oreja en Exteriores), España había restablecido relaciones prácticamente con toda la comunidad internacional. Pero Suárez había impregnado su política exterior de gestos de simpatía hacía los países no alineados y hacia el Tercer Mundo. Desde la decisión del Gobierno Calvo-Sotelo –a la que se opuso la izquierda, incluido el PSOE–, la política exterior española tenía ya tres ejes esenciales: Comunidad Europea (a la que había solicitado la admisión en 1977), OTAN y América Latina”.

Precisamente fue en 1986, cuatro años más tarde, ya con Felipe González en la presidencia del Gobierno, cuando España entra en la CEE y se ratifica su pertenencia a la OTAN por medio del referéndum del 12 marzo.

Eran años en los que las dos superpotencias aún se medían. Hasta que en 1989 cayó el Muro de Berlín, se desplomó el bloque soviético y la Guerra Fría terminó. Pero la OTAN sobrevivió como bloque militar único, adjudicándose las tareas de defensa y seguridad de todo el hemisferio norte. Y, cosas del destino, si en los 40 años de Guerra Fría nunca entró directamente en combate, lo hizo, ya con España dentro, en los Balcanes y cuando ya no existía Unión Soviética y en territorio de la antigua Yugoslavia, país perteneciente al grupo de No Alineados.  

Primero fue la incursión en 1995 en la República de Bosnia y Herzegovina contra las fuerzas serbias y en 1999, contra la República Federal de Yugoslavia –Serbia y Montenegro entonces–, destinada a parar las matanzas en Kosovo contra la población civil. De acuerdo con diversas fuentes, las 11 semanas de bombardeos de la OTAN, que en aquel entonces dirigía el exministro socialista español Javier Solana, causaron 2.500 víctimas civiles y otro millar entre soldados y policías. 

A partir de ahí, la OTAN ha ido creciendo hacia el Este, participando en operaciones militares –ya sea con ayuda logística o con efectivos militares– lideradas por Estados Unidos: en Irak –primera y segunda guerra del Golfo–, Afganistán –tras los ataques contra las Torres Gemelas– y Libia –para derrocar a Gadafi–, entre otras. 

Hasta la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Vladímir Putin, que ha venido a resucitar a una OTAN en crisis existencial y que se dispone a incorporar a Suecia y Finlandia en la cumbre de junio de Madrid hasta llegar a los 32 miembros, el doble de cuando España entró hace 40 años.

La OTAN se encontraba en “muerte cerebral”, según dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, en 2019, cuando la Alianza cumplió los 70 años. Era la única organización activa de la Guerra Fría, una institución militar pensada originalmente para un mundo dividido en bloques y hacer frente a una hipotética agresión de la URSS. Un mundo que ya no existe. Pero hoy, tres meses después del inicio de la invasión de Ucrania, la organización de defensa vuelve a ser protagonista. Si Vladímir Putin pretendía con esta crisis poner coto a la OTAN, lo cierto es que, de momento, la alianza militar está recuperando el sitio perdido en portadas, informativos y espacios de decisión mundiales, hasta el punto de que empieza a pronunciarse el nombre de su secretario general, el noruego Jens Stoltenberg, en el cargo desde 2014 y a quien muchos le están poniendo cara por primera vez. 

“No hay una misión de la OTAN en donde no haya un soldado español, es un aliado comprometido”, explican fuentes del Gobierno español, informa Javier Biosca: “Desde el año 1993, cuando se produce la primera operación dentro de la OTAN, una misión de bloqueo naval en el Adriático; hemos hecho de todo, y nos hemos destacado siempre por ser de los más comprometidos. En 1993 teníamos una operación en la OTAN; en 2003, seis y ahora tenemos 7-8”.

“La cumbre es una prioridad de política internacional del Gobierno”, explican fuentes del Ejecutivo: “Es la cumbre más importante de los 73 años de historia de la OTAN.

Así, la cumbre de Madrid del 29 y 30 de junio, con Pedro Sánchez y Margarita Robles como anfitriones y en el 40 aniversario de la entrada de España, que parecía programada para pensar qué quiere ser la OTAN de mayor, a sus 73 años, se va a convertir en la cumbre en la que se refuercen sus capacidades militares, se reafirmen los compromisos de incremento en gasto militar, se actualice su concepto estratégico en plena guerra en suelo europeo y, además, se abran las puertas con bombo y platillo a dos nuevos países, uno de ellos con más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia.