Cómo afectan las elecciones de EEUU a Europa (y a España)
La Unión Europea, y España dentro de ella, se juegan bastante en la elección del próximo inquilino en la Casa Blanca. Probablemente mucho más que en cualquier otro momento desde que en 1948 y 1953, respectivamente, se estableciera el vínculo transatlántico que les une.
Aquella máxima de “América para los americanos” a cambio de que los Estados Unidos no se inmiscuirían en los asuntos europeos, elaborada por John Quincy Adams y proclamada por el presidente James Monroe allá por 1823, ha quedado hecha añicos en esta era de la mundialización; incluso con presidentes tan proclives al retraimiento global de los Estados Unidos como el actual mandatario de la Casa Blanca.
Hoy más que nunca estas elecciones afectan de forma directa el sistema internacional y a los socios europeos los que más porque son los que mayores vínculos históricos e intereses recíprocos comparten y los que en mayor medida necesitan al amigo estadounidense; más ahora que se viven instantes angustiosos de reconstrucción en el viejo continente. Esta elección de repercusión global, se realiza justamente ahora cuando muchos especialistas señalan que con la llegada de Trump, se confirma el declive estadounidense y el final de la era americana.
No es caer en exageración alguna si se señala que los principales puntos de la “agenda” de la Unión Europea (UE) pasan de forma medular por dos visiones completamente diferentes y encontradas como las que tienen Trump y Biden del papel que deben jugar la UE y los socios europeos.
La decisión electoral que se adopte afectará a los principales puntos de los objetivos políticos, sociales y estratégicos de la Unión Europea reflejados en el Libro Blanco para el futuro de Europa elaborado por la Comisión Europea tomando como referencia la fecha de 2025. Cuestiones como la lucha global contra la pandemia, la gestión del pos-Brexit, la reforma de la OTAN, la lucha antiyihadista, la nueva Política de Inmigración, Asilo y Refugio... todas ellas (y muchas más) dependen de forma determinante de la continuidad o no de Trump en la Casa Blanca.
Las elecciones del 3 de noviembre afectan a los puntos fundamentales de la relación transatlántica y la reelección de Trump puede suponer seguir prolongando la mayor crisis en dicha asociación estratégica, incluso peor que en los años posteriores al 11-S con la ocupación militar de Irak en 2003.
Por el contrario, la posible llegada de los demócratas –más 'obamanianos'– con Biden a la cabeza, puede propiciar una redefinición del actual concepto estratégico en la alianza atlántica y un nuevo marco de colaboración acorde con una seguridad más cooperativa que permita su adaptación a objetivos vitales para los intereses europeos, como ya se planteó durante la Administración Obama.
La postura de Trump con respecto a la UE y a la OTAN, caracterizada principalmente por su ambigüedad, desplantes sistemáticos y grandes contradicciones, es quizá una de las que más impacto han causado y peor ha evolucionado desde 2016 hasta la actualidad. Las cancillerías europeas aún recuerdan con cierto horror como en julio de 2016, justamente a pocas horas de su nominación, Trump dudaba de la utilidad de esta alianza y emplazaba a sus socios europeos a asumir el compromiso con más medios y más euros. Es el momento de “rascarse el bolsillo y hacer más pagos”, destacaba The New York Times de las palabras de Trump en su entrevista con este medio. Incluso llegó a amenazar con retirar a Estados Unidos del lazo transatlántico de forma simultánea a su retirada también del lazo transpacífico.
En estos años se ha demostrado que la política exterior errática, cambiante, reactiva e improvisada de Trump que ha caracterizado esta diplomacia de Twitter y de grandes bravuconadas con delirios de grandeza –pero con “pies de barro”–, no ha defraudado las peores expectativas. Las reuniones de Trump con la UE y la OTAN en 2017 y 2018 se vieron salpicadas de acusaciones directas, primero con su negativa a respaldar el compromiso de defensa colectiva del artículo 5 de la OTAN y, después, con los reproches a los Estados europeos –principalmente Alemania– por el gasto insuficiente en defensa y la necesidad de incrementarlo en 2019 hasta el 4% del PIB.
Aún con todo, a pesar de los gestos y los desplantes a sus aliados y a las instituciones de la Unión Europea, su posición de repliegue en lo económico y de un protagonismo militarista en el ámbito de la seguridad ha llevado también a la actual Administración –en una especie de esquizofrenia política– a destacar también el papel de la OTAN en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 e, incluso, a incrementar hasta 6.500 millones de dólares su aporte a la Iniciativa Europea de Disuasión en 2019.
Esta falta de coherencia entre el discurso, posicionamiento y gran parte de sus acciones dice mucho de las distintas caras que ha tenido Trump con el conjunto del sistema internacional y de forma muy especial con la Unión Europea. En ello, bastante ha tenido que ver el diverso y contradictorio grupo de asesores de los que se ha rodeado. Hay una gran distancia entre la posición de un Trump asesorado por Steve Banon y su apoyo al Brexit y la dinamitación del proceso de integración –incluso con una visita a Londres en 2018 para apoyar a Farage y a Johnson– y, por otro lado, el Trump asesorado por John Bolton –halcón del idealismo conservador- cuando ofrecía ayuda a Europa para ser la primera en contener a China y Rusia. Y ello paralelamente a la cercanía de Trump al “oso ruso”, fuente del principal escándalo de los muchos que han salpicado al presidente en estos años.
Es difícil que con Biden pudiera irle peor a Europa que con Trump. Durante estos cuatro años, en todas y cada una de las cuestiones fundamentales de esa relación, los socios europeos han sido tratados por Washington más como rivales que como socios.
Trump paralizó la negociación del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) entre ambas regiones, cuando se iniciaba la decimocuarta ronda de negociaciones. Un acuerdo que hubiese amparado el 49,6% del PIB mundial y sería un instrumento imprescindible cuando el 19,4% de las exportaciones de la UE van a los Estados Unidos. Por su parte, un 15,4% de las exportaciones de EEUU van a la UE. El acuerdo contemplaba un compromiso para suprimir el 97% de los aranceles. En este momento, valga la paradoja, EEUU, el principal socio histórico de Europa occidental, es el único de todos los principales actores económicos y comerciales del planeta que no tiene acuerdo de libre comercio con la UE.
A cambio, la Administración Trump en este período ha abierto una verdadera guerra comercial para imponer a la Unión Europea aranceles comerciales por valor de 7.500 millones de dólares (unos 6.900 millones de euros) anuales. La medida entró en vigor el pasado 18 de octubre después de que la Organización Mundial del Comercio (OMC), en un inesperado fallo, avalara la decisión de Trump.
Los países que van a sentir el mayor peso de los gravámenes por parte estadounidense son Francia, Alemania y España. Concretamente el coste para la economía española ronda los 765 millones de euros. En total, las nuevas tasas que pondrá en marcha la Casa Blanca afectarán a unos 1.270 millones de euros en exportaciones españolas, de los que la amplia mayoría, unos 970 millones, son del sector agroalimentario. Esta cantidad supone el 47% de las exportaciones de alimentos españoles al mercado estadounidense, que en 2018 sumaron un volumen total de 2.032 millones.
Las empresas españolas más afectadas, según la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos, serán las del aceite de oliva, cuyas ventas en el mercado estadounidense suman unos 400 millones, seguido del ámbito del vino, que ve peligrar unos 300 millones. Les siguen el de la aceituna (180 millones) y el del queso (87 millones). A estas cantidades hay que sumar el impacto que sufre España por las nuevas tasas a componentes del sector de la aviación civil, incluidos aviones, que suma unos 300 millones. De esta manera, un 15% de las exportaciones españolas a Estados Unidos (unos 8.076 millones el año pasado) se verán impactadas por la medida tomada por el gobierno de Donald Trump a tenor de lo señalado por el Ministerio de Industria y Turismo.
Con todo lo pasado, que ya es mucho, la Unión Europea cruza los dedos porque, con seguridad, lo peor de una reelección de Trump no está en los costes económicos, de seguridad o comerciales de este continuado desencuentro, sino en que su victoria pueda seguir alimentando el nacionalismo y el populismo reaccionario de muchos grupos con un creciente peso en Europa –también en España– que carcomen las instituciones democráticas, atentan contra la convivencia y ponen en duda el mismo proceso de integración. Sobre cómo incubar el 'huevo de la serpiente' del autoritarismo, Europa y España saben demasiado.
Gustavo Palomares Lerma es profesor de política exterior de Estados Unidos en la Escuela Diplomática de España, catedrático europeo “Jean Monnet” y Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología en la UNED.
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