EEUU acude a las urnas en un tenso referéndum sobre la presidencia de Trump

Encontrar un votante de Donald Trump en Washington D.C. en los meses previos a las elecciones de EEUU de 2016 no era nada fácil. A veces alguno se pronunciaba públicamente en las decenas de charlas y conferencias diarias que se celebran en la capital organizadas por los mejores think tanks e instituciones académicas. Entonces todos a su alrededor giraban descaradamente la cabeza para intentar ver su rostro. En Washington, Trump recibió 12.723 votos frente a los 282.830 de Clinton (91%), pero muy poca gente estaba preparada para el golpe de realidad a nivel nacional. Cuatro años después, este martes, los estadounidenses acuden de nuevo a las urnas para decidir si la presidencia de Trump ha sido una excepción histórica o si será la nueva normalidad del país.

En su tour por estados clave en los días previos a las elecciones, el presidente se pasea con su ya clásica gorra roja con el lema 'Make America Great Again' (“restaura la grandeza de América”), el cual se combina en mítines con 'Keep America Great' (“mantén la grandeza de América”) y con 'make America great again, again' (“restaura la grandeza de América otra vez”).

Si pierde, el presidente pasará a engrosar las filas del reducido club de comandantes en jefe que no han tenido un segundo mandato. Solo 10 presidentes en la historia de EEUU han sido expulsados de la Casa Blanca tras los primeros cuatro años. Igual que en 2016, las encuestas auguran una derrota del candidato republicano, pero Trump ya ha demostrado que estas pueden fallar y ha expresado su desprecio por las mismas, igual que por otras tantas cosas que le desagradan.

A nivel nacional, la media de encuestas elaborada por Real Clear Politics da a Biden el 51,1% de los votos frente al 43,9% de Trump. Pero esto no va de ser el candidato más más votado en total –Clinton recibió casi tres millones de votos más que el republicano en 2016–, va de ganar en los estados clave. Cada estado tiene asignado un número de compromisarios y el candidato que gane en cada región se lleva todos sus compromisarios. Para convertirse en presidente hace falta el voto de al menos 270 de los 538 miembros que forman el Colegio Electoral. Según las estimaciones elaboradas por FiveThirtyEight, Biden tiene un 90% de posibilidades de ganar la presidencia. Trump solo tiene un 10%.

“Puede que Trump no sea el favorito, pero ha habido en el pasado errores más grandes de las encuestas y hay una diferencia entre tener un 10% de posibilidades de ganar y un 0%. Un 10%, que es lo que nuestras estimaciones dan a Trump, es prácticamente la misma posibilidad de que llueva en el centro de Los Ángeles, que tiene unos 36 días de lluvia al año”, señala la publicación, cuyo modelo se basa en la realización de 40.000 simulaciones diferentes de resultados. Para la victoria de Trump, las encuestas tendrían que estar mucho más equivocadas que en 2016.

El resultado final dependerá de un puñado de estados clave en disputa y un retraso en el recuento –provocado, por ejemplo, por el elevado número de votos por correo– puede hacer que no haya un ganador claro en la misma noche electoral. Los estados a los que habrá que prestar especial atención son: Florida, Carolina del Norte, Wisconsin, Michigan, Pensilvania y Arizona, entre otros.

Si se retrasa el escrutinio, la noche se puede complicar. “En cuanto acaben las elecciones, vamos a entrar la misma noche con nuestros abogados”, ha afirmado el presidente. Trump lleva semanas alertando sin pruebas de un posible fraude electoral a gran escala –igual que lo hizo en 2016 para explicar su derrota en el voto popular– y se ha negado a comprometerse a una transición pacífica de poder: “Bueno, tendremos que ver lo que pasa”. La situación es muy volátil. “Las elecciones presidenciales de 2020 presentan riesgos no vistos en la historia reciente”, advierte el think tank International Crisis Group en un informe reciente. “Es concebible que pueda estallar la violencia durante la votación o recuentos prolongados. Las autoridades deberían tomar precauciones extra y los medios y líderes extranjeros deberían evitar proyectar un ganador hasta que el resultado sea seguro”, añade el documento.

“Los ingredientes para la agitación existen. El electorado está polarizado, ambas partes señalan como existencial lo que está en juego, actores violentos podrían perturbar el proceso y es posible una disputa prolongada sobre los resultados. La retórica a menudo incendiaria del presidente sugiere que es más probable que avive las tensiones en lugar de calmarlas”, añade el think tank.

Trump, una anomalía en la Casa Blanca

Trump sabe que su reelección no depende de ningún programa de gobierno para su segundo mandato, sino de ser capaz de volver a movilizar a su base. Su programa son 54 frases. Mensajes simples y claros: “Enseñar el excepcionalismo americano”, “crear 10 millones de puestos de trabajo en 10 meses”, “reducir impuestos”, “drenar el pantano globalista enfrentándose a las organizaciones internacionales que dañan a los ciudadanos estadounidenses”, “llevar ante la justicia a grupos extremistas como Antifa”, “impedir que inmigrantes ilegales puedan recibir ayudas financiadas con dinero del contribuyente”...

Trump ha sido una anomalía en la Casa Blanca. Su presidencia ha estado caracterizada, entre otras cosas, por el desprecio y los insultos a sus opositores políticos. Demócratas como Joe Biden, Hillary Clinton y Bernie Sanders se han llevado infinidad de ellos –“adormilado Joe”, “individuo con bajo coeficiente intelectual”, “Hillary la corrupta”, “Bernie el loco”–, pero también los ha habido para miembros de su equipo que han acabado mal con él (algo bastante común), como los que fueron sus poderosos asesores Steve Bannon y John Bolton –“descuidado Steve”, “cachorro enfermo”, “chiflado John Bolton”, “una de las personas más tontas que he conocido”–. Los ataques a medios de comunicación y periodistas, a los que menciona con nombre y apellidos, también han saltado cada vez que se ha publicado algo que ha desagrado al presidente. Los ha llamado corruptos, fracasados, fake news e incluso “enemigos del pueblo”.

Además de los insultos, varios episodios han convertido la presidencia de Trump en algo excepcional. La primera gran nube sobre el comandante en jefe fue la investigación del FBI sobre la injerencia de Rusia en las elecciones de 2016, los contactos poco ortodoxos entre miembros de su equipo y agentes rusos y los intentos del presidente por frenar las investigaciones. Luego llegó el impeachment, donde fue acusado de haber presionado a Ucrania para sacar trapos sucios de Biden y de su hijo.

Las acusaciones de comportamiento inadecuado con las mujeres también han sido una constante. Primero fue la grabación en la que el presidente presumía de que al ser “famoso” podía “agarrar por el coño” a las mujeres. Fue un mes antes de su elección, pero aquello no le impidió ganar. Según Business Insider, al menos 26 mujeres han acusado al presidente de comportamiento sexual inapropiado desde los 70. La última de ellas ha sido la modelo Amy Dorris, hace apenas dos meses.

Desde 1969 con Richard Nixon, todos los presidentes excepto Trump han publicado su declaración de la renta. El actual ha acudido a los tribunales para impedirlo, pero el New York Times ha publicado la declaración del presidente de las dos últimas décadas. Trump pagó solo 750 dólares en impuestos federales en 2016, cuando ganó las elecciones, y en su primer año en la Casa Blanca desembolsó la misma cantidad de 750 dólares. El mandatario supuestamente tampoco pagó ningún tipo de impuesto por ingresos en 10 de los últimos 15 años debido a que declaró pérdidas ante el Servicio de Recaudación de Impuestos de EEUU.