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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El auge de la extrema derecha en Brasil provoca el pánico en el colectivo LGTBI

Jair Bolsonaro, rodeado de algunos de sus seguidores

Víctor David López

“Creo que de alguna forma hay que acabar con ello: encarcelando o matando, yo también estoy contra los homosexuales”, respondía uno de los entrevistados al ser preguntado por la ola de asesinatos homófobos que se extendía por todo Brasil a mediados de los ochenta. El documental 'Temporada de caça' (Temporada de caza, 1988) realizado por la cineasta Rita Moreira, explica muchas de las cosas que están sucediendo en el Brasil actual.

“No queda otra que asesinarlos”, contestaba con total tranquilidad una muchacha que iba con prisa por la calle. “Creo que no debería existir el homosexual”, decía otro ante el micrófono. “No es un problema que me preocupe”, aseguraba un hombre con su esposa al lado, que reía. “Estoy de acuerdo con él, realmente no me preocupa”.

La dictadura militar, en la cual homosexuales y travestis eran encarcelados y torturados sin reparo, acababa de finalizar, parecía adormilada. La cinta estuvo originalmente inspirada por el asesinato en 1987 del director de teatro Luís Antônio Martinez Corrêa, hermano del también dramaturgo Ze Celso, en su apartamento de Ipanema (Río de Janeiro). La directora, Rita Moreira, explica para eldiario.es que “tal vez es peor ahora, pues un presidente como ese daría autorización pública para los crímenes de odio”. Los mensajes del candidato ultraderechista contra la comunidad LGTBI son constantes.

En una de sus primeras apariciones públicas tras vencer en la primera vuelta de las elecciones presidenciales daba las gracias a todos los votantes que habían confiado en él y que como él defienden la inocencia de los niños en la sala de aula. Bolsonaro se estaba refiriendo a lo que la extrema derecha y las vertientes más conservadoras denomina “kit gay”, y que no es más que un cuaderno titulado “Escuela sin homofobia” lanzado durante el primer mandato de Dilma Rousseff, y un libro titulado “Aparato sexual & Cía” que el ministerio de cultura compró y distribuyó en bibliotecas escolares.

Es decir, se trata de educación sexual. “Estimula precozmente a los niños para el sexo, y más aún, abre de par en par las puertas de la pedofilia”. Para Bolsonaro y sus seguidores, los términos pedofilia y homosexualidad son casi sinónimos. Todo el mundo sabe que cuando habla en estos términos se está refiriendo a la comunidad LGTBI. No ha dudado en unir ambos conceptos en varias ocasiones. Tras legalizarse la unión estable entre homosexuales, en 2011, su conclusión fue: “El próximo paso será la adopción y la legalización de la pedofilia”.

La homofobia nunca se fue

La mentalidad de los entrevistados en el documental “Temporada de caza”, animada y actualizada por discursos como el de Bolsonaro, está de vuelta en Brasil. O nunca se fue. Y eso está generando pánico en los colectivos más amenazados del país. “Él lo alimenta. Si él lo dice, entonces está consentido”, explica Bruna Benevides, activista transexual del Grupo Diversidade Niterói, para este periódico.

Benevides, como Rita Moreira, opina que la violencia siempre ha estado aquí. “Hemos conseguido organizarnos y reivindicar un espacio, pero la violencia también se ha organizado. El machismo, el racismo, la homofobia, la transfobia, son extremamente dinámicos, como el capitalismo. Están siempre viendo formas para mantenerse en la poder.”

A este respecto, hay que analizar la actitud de los medios de comunicación brasileños. Del genocidio trans, por ejemplo, apenas se publica ni se emite nada. La violencia que llena las pantallas es solo la relacionada con las favelas. Sucede lo mismo con la corrupción.

En Brasil existe como en cualquier otro país del mundo, pero en la prensa y en la televisión brasileña inunda las páginas y el minutaje. Esto facilita el mensaje directo de apuestas como la de Bolsonaro. Pero más allá de la seguridad ciudadana, la lucha contra la corrupción y el antipetismo –odio al Partido de los Trabajadores– creciente, hay que analizar la falta absoluta de empatía de los ciudadanos ante las tragedias de sus convecinos, y la banalidad del mal en una sociedad como la brasileña, capaz de normalizar el hecho de que grupos enteros de niños duerman bajo unos soportales, los constantes tiroteos o los crímenes de odio.

Un gran problema: la falta de empatía

La falta de empatía generalizada en Brasil puede ser causada por un trastorno narcisista de la personalidad o por alguna mala experiencia, algún trauma. El Psiquiatra Jorge Jaber, colaborador de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-Rio), profundiza en esta vía, orientando la reflexión en otra dirección. Los votantes de la extrema derecha pueden no ser ultraderechistas, pero lo cierto es que se identifican con determinados candidatos. Muestra esta intensa falta de empatía por los graves problemas de algunos de los colectivos que pueblan la geografía de su país, no se colocan en el lugar de la población amenazada; en cambio, muestran simpatía por su líder. “Esa simpatía normalmente no surge de la coherencia. Surge de la convivencia”.

La simpatía hacia Bolsonaro surgió desde el principio de su carrera como diputado.

“Da soluciones rápidas. Al principio era el aumento de salario para los militares”, recuerda Bruna Benevides, que lo sabe bien, porque es militar. “Buscó a la prensa para tratar temas que no abordaba la política de una forma general”, añade el doctor Jaber. “Esa manera de comunicarse fue generando un contacto mayor entre él y un determinado público. Se comunicaban frecuentemente”.

Una vez que esa identificación es grande, es inevitable que cada vez aparezcan más aspectos en común. “Con las redes sociales ha conseguido entablar una comunicación mejor con cada persona. Estas personas pasaron a tener los mismos objetivos que él. La simpatía llevar a tener objetivos comunes.” Entre estos objetivos destacan “la necesidad de combatir el crimen, y defenderlo de forma violenta. A la población le gusta ese discurso porque se siente desprotegida. La población no reconoce todavía la necesidad de cuidados sociales para que disminuya la criminalidad”.

Con el paso del tiempo, Bolsonaro comenzó a ser acusado por sus declaraciones y sus comportamientos, pero ya había conseguido ese alto grado de identificación que buscaba con su público. Sus seguidores le aceptaban absolutamente todo. “El hecho de que los periodistas entraran en debate con él, fue creando una rabia contra los periodistas y a favor de él, como cuando un equipo grande juega contra uno pequeño”. En esta comparación de Jorge Jaber, “él era considerado un diputado pequeño atacado por los medios de comunicación”. Exactamente cuando las redes sociales estaban haciéndose mayores y convirtiéndose en algo cada vez más decisivo.

El Grupo Diversidade Niterói, según palabras de Bruna Benevides, ya está trabajando –así como otras muchas organizaciones– en mejorar la seguridad de sus oficinas, al otro lado de la Bahía de Guanabara, frente al Pão de Açúcar. Ella piensa quedarse en Brasil, pero conoce a muchas compañeras que se irán. Canadá es un destino muy cotizado. La directora Rita Moreira, que continuando luchando con sus documentales y reportajes –el más reciente es sobre la concejala Marielle Franco–, espera lo peor. “Pienso huir de Brasil, si puedo. Y aconsejo a todo aquel que pueda, que lo haga”.

El pánico de los colectivos más amenazados a la ola de extrema derecha, que se agiganta, toma nombre y apellidos cuando yace en el suelo, asesinado de doce puñaladas por un seguidor de Bolsonaro, el maestro de capoeira y fundador del grupo carnavalesco Afoxé Badauê, Moa do Katendê, una de las figuras más queridas y respetadas de la cultura afrodescendiente del país. “Esta muerte no es solo una muerte trágica”, puntualiza Shay Reis, diseñadora, fotógrafa y exalumna del maestro, “sino una muerte simbólica, que deja un recado para todas las personas que luchan por la democracia, por los derechos de las personas, y contra el racismo y el empoderamiento de la población negra en Brasil”.

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