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El golfo de California de México lucha contra la sobrepesca y la contaminación

El golfo de California de México lucha contra la sobrepesca y la contaminación
Ciudad de México —

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La Paz (México), 26 jul (EFE).- Las organizaciones ambientalistas de La Paz, capital del norteño estado de Baja California Sur y bañada por el mar de Cortés, apuestan por la educación, sobre todo de los jóvenes, para combatir la pesca descontrolada, la contaminación y el creciente turismo.

Así lo desgranan el presidente del consejo de administración de la Organización de Pescadores Rescatando la Ensenada (OPRE), Hubert Méndez, y el coordinador del programa de Educación Ambiental de la iniciativa Efecto Arena, Carlos Cáceres, en declaraciones a EFE este viernes, Día Internacional para la Conservación de los Manglares.

Méndez recuerda cómo el colectivo quiso “cambiar la historia” del callo de hacha, un molusco de dimensiones medianas originario de México que sufrió sobrepesca, y de la bahía de La Paz.

“Era vista como un basurero, en pocas palabras. Le dimos una jornada de limpieza tanto de la zona del manglar como del fondo marino”, explica en una atención a los medios, tarea que eliminó “más de 30 toneladas” de desecho.

El fruto más visible de la nueva mirada hacia la ensenada es el cuidado del callo de hacha y el sustento que supone para la economía de la zona.

“Si no hubiera callo, estaría bastante difícil para mis compañeros de OPRE y para todos”, reconoce Méndez a EFE.

Sin embargo, este cambio de mentalidad costó porque, tal y como rememora el pescador, ellos eran “los únicos locos” que se planteaban un futuro diferente para la ensenada.

“Nadie la volteaba a ver: ni las autoridades ni el Gobierno”, lamenta.

Años difíciles

Hace diez años, en pleno proceso de recuperación natural, el colectivo sufrió “mucho saqueo de pesca ilegal”, momento en el que la organización Noroeste Sustentable ayudó a OPRE, ambas apoyadas por la fundación filantrópica Innovaciones Alumbra, a organizar “jornadas de vigilancia”.

“Fueron años muy difíciles y siguen siéndolo”, sostiene Méndez, aunque, por ahora, los pescadores han podido frenar tanto los comerciantes ilegales como a las especies invasoras, sobre todo, al tunicado.

De hecho, este animal de aspecto gelatinoso supuso, para el cultivo de callo de hacha, volver a comenzar prácticamente de cero. En 2011, se estimaba que había unos 60.000 callos en la ensenada, una cifra que llegó a los aproximadamente cinco millones en 2015 tras acordar vedas de pesca.

“Se le estaba pegando a lo que es el molusco, lo envolvía como un arbolito y prácticamente lo asfixiaba. Mató mucho callo de hacha”, relata.

Así, el número de ejemplares “volvió a caer de nuevo”, hasta los 500.000, pero la pandemia y los trabajos posteriores ayudaron a la recuperación, aunque se produjo “lentamente”.

Ante el deterioro, educación

Otra problemática que enfrentan las organizaciones es la degradación del medio ambiente por la falta de conciencia del turismo, un reto que Efecto Arena, también bajo el paraguas filantrópico de Innovaciones Alumbra, hizo suyo.

“No tenemos capacidad de detener el deterioro si la gente no está educada”, reconoce Cáceres en una conversación con medios.

Su inicial negocio de cultivo de ostras perleras mutó hacia el ámbito de la restauración ambiental, “particularmente desarrollando la tecnología necesaria para cultivar corales”, y hacia la concienciación.

Efecto Arena identificó tres grupos de edad susceptibles de ser reeducados: en un primer lugar, las personas adultas y, dentro de ellas, quienes prestan servicios turísticos, “aquellas que están más involucradas en el daño”.

Luego, los jóvenes que, a medio plazo, se incorporarán en el día a día de la zona y, finalmente, “el grupo más importante”, las infancias, cuya educación “es una inversión a largo plazo y permanente”.

Precisamente entre la juventud, Méndez observa que hay “altas y bajas” en el ambientalismo, por lo que aboga por “sentar” a las nuevas generaciones y a “los viejitos” para construir un “engranaje” que alimente el trabajo de conservación y buenas prácticas en la naturaleza.

“Siento que tenemos un gran espacio y que, a veces, no lo sabemos aprovechar”, lamenta, en relación con el parque público que diferentes organizaciones civiles “consiguieron” para el Manglito, el barrio donde radica OPRE.

Un lugar “precioso” que puede favorecer el encuentro generacional para “fortalecer la comunidad” y, sobre todo, “enfocar” los esfuerzos “en cómo cuidar el medio ambiente”

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