El testimonio del ataque militar con dos niñas muertas que enfrenta a Paraguay y Argentina: “¿Cómo van a ser terroristas?”
En noviembre de 2019, Tania Tamara Villalba viajó desde la provincia de Misiones —donde vive—, a Yby Yaú, Departamento de Concepción, en el norte de Paraguay. Fue, junto a cuatro primas y una tía, a conocer a sus familiares que integran la guerrilla Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). Pasaron allí el verano —“Estuvimos tiempo con nuestros familiares y nos dedicamos a leer, estudiar, compartir con ellos, cosíamos mucho”, dijo a este diario—, y cuando quisieron emprender el regreso la pandemia de coronavirus las obligó a quedarse.
El 2 de septiembre de 2020, la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC) que integran la Policía y el Ejército de Paraguay atacó el campamento del EPP y mató a Lilian Mariana y María Carmen Villalba, dos de las primas de Tania, niñas argentinas de 11 años.
Tania pudo escapar junto a su tía Laura y sus primas Ana y Carmen Elizabeth, Lichita. Mientras Laura fue detenida y Lichita permanece desaparecida, Tania y Ana pasaron más de tres meses escondidas en la selva, huyendo de nuevos ataques de las fuerzas de seguridad. Sobrevivieron comiendo cocos, víboras y sapos.
A fines de diciembre pasado, Tania logró regresar a Argentina y declaró ante la Relatoría Especial sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias del Alto Comisionado de las Naciones Unidas.
Su testimonio es clave en el caso que tensa la relación diplomática entre ambos países. Los reclamos del ministerio de Relaciones Exteriores, que conduce Felipe Solá, no encontraron eco ni respuesta en las autoridades paraguayas. Dos días después de que trascendieran los asesinatos de las niñas y que el presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez, calificase como “un éxito” el operativo, el canciller Solá “demandó” al Gobierno paraguayo el “esclarecimiento y la identificación de responsables” de las muertes.
El comunicado de la Cancillería argentina del pasado 4 de septiembre cuestionó también los dichos del General Héctor Grau, Comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC), quien había acusado a la Argentina de convertirse en una “guardería de soldados del Ejército del Pueblo Paraguayo”.
La Cancillería rechazó esas “expresiones injustificadas” y recordó que “el Gobierno argentino ya ha protestado formalmente ante las autoridades paraguayas por esta absurda acusación”.
Desde su casa en Misiones, junto a su familia, e intentando “rehacer su vida”, Tania habló con elDiarioAR.
¿En noviembre de 2019 viajaste al norte de Paraguay a ver a tus familiares del EPP?
Sí. Los padres de Lilian y María son mis tíos, son militantes del Ejército del Pueblo Paraguayo.
¿Cómo fue la estancia?
Nosotros pasamos tiempo con nuestros familiares y nos dedicamos a leer, estudiar, compartir con ellos, cosíamos mucho. Ese tiempo pasó muy rápido. Fue un momento muy emocionante para nosotros, muy feliz.
¿Por qué emocionante?
Nosotros siempre anhelábamos conocer a nuestros familiares, somos una familia que siempre solemos ayudarnos los unos a los otros.
Tania tenía 7 años cuando parte de su familia se fue de Paraguay, escapando de lo que denunciaron como una “persecución política” contra familiares del EPP. Los Villalba, en su mayoría mujeres, se instalaron en la ciudad de Puerto Rico, Misiones. Allí Tania cursó escuela la primaria y la secundaria. Ahora tiene 19 años y está retomando los estudios. “Acá estamos muy bien; alejadas de todo eso”, dice en relación a la lucha armada que desarrolla parte de su familia en el norte de Paraguay.
Entonces, se quedaron en el campamento del EPP...
Sí, hasta el 2 de septiembre. Ese día, a la mañana, recuerdo que terminamos de desayunar todos, y empezamos a realizar las actividades. Yo me estaba yendo con mi prima Ana. Estábamos todos dispersos, en su mayoría mujeres y empiezan los disparos. En ningún momento hubo un alteamiento (voz de “alto”), nada, los disparos vienen de lejos. Cuando intento escapar alcanzo a ver cómo llevan a Lilita (Lilian Mariana) y escuchábamos que decían “regalo, regalo” y “barrera”.
¿Regalo?
Sí. Lilita se encontraba sola y alejada de nosotras. A ella la llevaron, vimos cómo se la llevaban y de María escuchamos los gritos de socorro —Tania, llora al recordar el momento—, no nos queremos imaginar todo lo que les pudieron llegar a hacer. Es evidente que las torturaron muy mal.
¿Ustedes escaparon entre los disparos?
Ese día nosotros caminamos y los helicópteros pasaban arriba nuestro.
¿Con quién escapaste?
Lichita se encontraba con mi tía Laura. Yo me fui con Anita y algunos militantes del EPP. De ahí pudimos salir. Unos días adelante nos volvimos a encontrar con mi tía Laura y vimos que Lichita estaba herida en la pierna izquierda, en la parte de la pantorrilla, tenía una herida muy grande, estaba totalmente pálida, muy amarillenta y tenía los ojos negrazos. Perdió mucha sangre. Nosotras nos enfocamos en el cuidado de Lichita, tratamos de buscar la manera de volver a casa, en todo momento. Lichita es muy fuerte, a pesar de la poca alimentación, la falta de agua, de medicamentos, ella se recompuso muy rápido con la ayuda de mi tía Laura. En todo momento estuvo cuidándola a ella.
¿Dónde dormían, cómo se alimentaban, les dieron refugio?
Nosotros nos dormíamos en el suelo, porque en el campamento se quedaron nuestras hamacas. Esa es una zona donde trabajan marihuaneros y tienen sus ranchos, y de esos ranchos reciclábamos materiales para realizar algunas cosas para poder usar, como una carpita, una hamaca. La idea era salir del lugar.
Tania mezcla verbos en pasado y presente para contar lo que vivió. Hace largos silencios, espera previsibles avales silenciosos de la familia, y se quiebra cuando recuerda a sus primas.
¿Qué pasó el 20 de noviembre?
Ahí nuevamente fuimos atacados. Los tres militantes del EPP que nos estaban acompañando que murieron ese día. Anita, Lichita, mi tía Laura y yo, nos escondimos. Los disparos venían todos de arriba. Estábamos saliendo del monte, y ahí los disparos venían de los cerros, y nosotras estábamos en el campo pelado, sin posibilidad de nada. Con mis primas y mi tía nosotras rodamos y rodamos, y llegamos a un montecito finito, donde permanecimos ahí durante 15 días esperando a que algo pase, no sabíamos qué hacer, nada, esperamos simplemente, sin comida, y por dos días estuvimos sin hablar ni siquiera entre nosotras sin comunicarnos, sentadas en el agua. Era tremendo porque uno se imaginaba que detrás tuyo están los militares, se estaban acercando, escuchando qué movimientos hacíamos para ubicarnos, o inclusive olíamos el olor a cigarrillo, los gritos eran constantes, los disparos que hacían eran infernales. Los que más temíamos era volver a encontrarnos con ellos porque sabíamos que no íbamos a salir de esa. Que íbamos a correr la misma suerte de Lilian y María.
Salimos de ese montecito y entramos nuevamente al cerro Guazú y ahí es donde esa tarde con Anita decidimos que tenemos que ir a buscar agua y comida nosotras dos, porque Lichita ya estaba muy debilitada. Te cuento que nosotras nos parábamos y de repente se nos nublaba la vista, se nos volvía todo negro y nos caíamos, ya estábamos en una condiciones muy malas. Y Lichita, el esfuerzo que ella hacía era más que sobrehumano porque gateaba para avanzar más rápido, perdió sus muletas el 20 de noviembre para desplazarse más rápido, y ese día recibió un refilón (de un disparo) al lado de la cara.
Nosotras escuchamos ladridos de perros, cantos de gallinas y vamos detrás de los sonidos, y nos vamos alejando y alejando, hasta que ya perdimos la noción de dónde estábamos y dónde estaban ellas, y ya nunca más pudimos volver con ellas, a medida que tratábamos de acercarnos más nos alejábamos.
Todo eso sucedió después del ataque del 20 de noviembre...
Fue a principios de diciembre, no me acuerdo bien la fecha. Ahí con Anita padecimos muchas cosas, no teníamos cómo cubrirnos de la lluvia, pasábamos mucho frío, muchísima hambre, y también el problema del agua que en ese lugar no había. El único lugar que conocíamos que había agua era ese montecito finito, cerca de donde ocurrió el hecho y por eso nos daba miedo volver. Durante la noche se escuchaban los disparos constantes y los gritos de los militares; y si salíamos cerca de un alambrado que encontramos, había unas lucecitas blancas que cuando nos acercábamos se volvían rojas y empezaban los disparos. Con Anita comíamos coco, a veces tomamos nuestro orín, comimos víboras, sapos, cactus. Estuvimos 30 días así, comiendo eso.
Seguimos buscando a Lichita y a mi tía Laura, hasta que el 15 de diciembre a la tarde, ya desesperadas sin saber qué hacer, reconocemos una cuantas bolsitas y hojas tiradas, y una bolsita de agua también, y quedamos felices porque pensamos que ya las encontramos, que ellas estaban cerca y que iban a volver. Pero Anita empieza a leer las hojas y era el diario de Lichita y ahí nos percatamos que Lichita estuvo en ese lugar por tres días sola, y hacía doce días que se había retirado del lugar, que fue a buscar algo para comer. En todo momento se preocupaba mucho por su hermanita (Anita) y por mí, también estaba preocupada por mi tía Laura que fue a buscarnos a nosotras. En todo momento decía que si conseguía agua y resistía algún día la íbamos a encontrar.
No nos encontrábamos bien de salud y decidimos buscar la forma de seguir y volver a casa, porque ya no teníamos la menor idea dónde buscar a Lichita. Fue algo increíble que podamos volver, porque nunca pensamos que íbamos a poder salir de ahí. Volvimos a salir por el campo, nos mudamos a otro montecito que tenía un río al costado, y seguimos caminando junto a la corriente, porque decíamos que cerca del agua seguro iba a haber alguna persona, pescando, un puente, algo; en ese lugar tuvimos más suerte porque había frutitos para comer. Y después de andar cinco días por ese lugar llegamos a un casa, y nos dieron comida y nos pusieron ropa y nos ayudaron a salir del lugar, y llegamos a Argentina el 23 de diciembre.
¿Pudieron pasar por la frontera, tenían los documentos para pasar?
Eso no me gustaría responder. Cruzamos y llegamos a nuestra casa con la esperanza de que íbamos a encontrar acá a Lichita y a mi tía Laura, pero no estaban, y nos enteramos que mi prima estaba desaparecida y mi tía había sido detenida. Lo más triste para mí fue venir y ver el rostro de María y Lilita en flyer, en murales, en toda la campaña. Teníamos la idea de por lo menos poder ir a visitar el cementerio, por lo menos eso, saber que estaban descansando en paz.
El pasado 2 de marzo Ana cumplió 15 años. También los cumplió Lichita, su melliza, pero la familia no sabe dónde o si pudo recordarlo. “Es el primer cumpleaños que Anita pasa sin su hermana”, dice Tania acongojada.
¿El Estado paraguayo está buscando a Lichita?
Lo único que Paraguay hace es culpar a mi tía Laura, o a la mamá de María Carmen como traficante de niños, como que ella fue la que secuestró a María Carmen y Lilita. Como que ella fue la culpable de lo que hizo el Ejército militar paraguayo, que las torturaron a Lilita y María —vuelve a hacer silencio y llora— y después que las ejecutaron.
¿Cómo estás ahora, después de lo que viviste?
Estoy tratando de sobrellevarlo y estoy empezando con los estudios. Tengo una familia muy amorosa, y eso es muy reconfortante. Y también el apoyo inmenso que nos está dando la militancia, nos hace sentir bien.
¿Qué piensas de que parte de tu familia integre el Ejército del Pueblo Paraguayo?
Ellos luchan por los pobres. Nosotros venimos de una familia pobre y sabemos lo que es la injusticia social.
El Gobierno de Paraguay asegura que el EPP adoctrina menores y los incorpora a la lucha armada…
Ellos dicen que mi tía Laura es terrorista, dicen que Lichita es terrorista…— hace silencio.
¿Y vosotras qué decís?
Ay, por favor. Lo que yo sé es que a Lilita y María las torturaron vivas. Que Lichita tiene 14 años y se encuentra desaparecida. Laura tiene cuatro hijos acá en Argentina, estudió enfermería y estaba ejerciendo su profesión acá en Misiones... ¿cómo van a ser terroristas?
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