Hacer o morir en Brooklyn
- Desde hace más de dos décadas ha estado patrullando un barrio de reputación complicada y que vio nacer y crecer a raperos como Jay-Z o Notorious Big
James “Rocky” Robinson es un corpulento paramédico de raza negra de Brooklyn. A sus 74 años, dice que ha visto casi todas las formas en que una persona puede morir.
“He visto a gente arrojar a sus bebés a un horno. He visto a la gente saltar desde un tejado y aterrizar de cabeza. He visto a un hombre muerto en un contenedor de basura con el pene metido en el ano”, cuenta.
Robinson, al que todos llaman “comandante”, es el líder de Bedford-Stuyvesant Volunteer Ambulance Corps (BSVAC), un cuerpo de ambulancias independiente compuesto por voluntarios. Desde hace más de dos décadas, ha estado patrullando y atendiendo emergencias en Bed-Stuy, el barrio de reputación dudosa y mayoría afroamericana que vio nacer y crecer a raperos como Jay-Z o Notorious Big.
Fue en 1988, durante la epidemia de crack que asoló Nueva York, cuando decidió tomarse literalmente el lema del barrio (“haz o muere”) y empezar una este servicio médico. Como no tenía vehículo aún, acudía a la carrera al auxilio de los pacientes.
“A la gente la disparaban y apuñalaban por unos zapatos, por un abrigo, por dinero, por cualquier cosa”, cuenta. “No se podía caminar por la calle con una chaqueta bonita: te mataban por ella”.
Robinson trabajaba entonces como conductor en el servicio de emergencias municipal Nueva York y estaba harto de ver cómo las ambulancias tardaban más de media hora en acudir al rescate cuando se trataba de adentrarse en su zona. Su propia sobrina de 7 años de edad había muerto en sus brazos esperando asistencia tras ser atropellada por un coche. El equipo de BSVAC logró reducir la espera a cuatro minutos.
Brooklyn tiene poco que ver con lo que era a finales de los años 80. El porcentaje de blancos que residen en Bed-Stuy ha aumentado del 1.4 al 10.9 por ciento en la última década y el crimen ha caído dos tercios. Si el barrio hoy aparece en las noticias, es porque alguno de sus característicos brownstones (edificios de viviendas de arenisca rojiza típicos de Brooklyn) ha batido un nuevo récord inmobiliario.
A medida que el entorno ha cambiado, también lo ha hecho la misión original de Robinson. “Cuando empezamos, sólo se trataba de salvar vidas”, explica. “Ahora es más que eso: es entrenar a los jóvenes para que consigan trabajo y salvar vidas”.
BSVAC hoy se centra en proporcionar formación reglada para jóvenes sin recursos puedan convertirse en paramédicos. Todos los días, alrededor de 100 voluntarios invaden el remolque que sirve de cuartel general del cuerpo. Allí reciben capacitación y aprenden reanimación cardiopulmonar con maniquíes esparcidos por toda la habitación. Robinson es el dueño y señor de este tumulto. “Tengo 19 hijos biológicos y 3.000 adoptados”, bromea en referencia a los voluntarios que han pasado por allí.
Mientras los chavales estén ocupados, se mantendrán lejos de las pandillas callejeras, aún muy activas en Bed-Stuy. “La mejor forma de combatir la violencia es con trabajo”, opina Robinson.
En una ciudad donde casos como el de Eric Garner, el hombre negro que murió asfixiado por un agente de policía por vender cigarrillos sueltos, amenazan con hacer saltar por los aires la frágil convivencia racial, el cometido original de Robinson parece tener todavía vigencia.
Rocky sigue creyendo que pervive un claro trato de favor hacia los blancos en cuanto a atención médica de emergencia se refiere. Su ecuación es sencilla: cuanto más claro es el tono de tu piel, más probabilidades tienes de ser atendido con justicia y eficacia.
A menudo él y sus hijos, que trabajan en la ambulancia, han tenido enfrentamientos con la policía tratando de atender a heridos en reyertas con los agentes. “No me importa si tenéis enfrente a Obama o a un sargento, para tratar a un paciente tenéis que exigir que le quiten las jodidas esposas”, grita su hijo Antoine a los estudiantes.
Pero el pasado 20 de diciembre cambiaron las tornas. El joven Ismaayl Brinsley, decidió tomarse la justicia por su mano y ejecutó a dos policías en Bedford-Stuyvesant en respuesta a la decisión de no inculpar al agente que mató a Garner. “Se han llevado a uno de los nuestros, vamos a llevarnos a dos de ellos”, escribió el joven en redes sociales.
Rocky y los suyos andaban por allí, pero como sucedió con su sobrina, para cuando llegó, no pudo hacer nada por los agentes.
El incidente sirvió para que enseguida medios como The New York Times, The Washington Post se acercaran a la oficina de Rocky. No es la primera vez que este pintoresco proyecto atrae los focos: un periodista gonzo de Vice se embebió en una de sus guardias nocturnas y los principales medios locales neoyorquinos, esos que peinan a diario el inventario de sucesos que tienen lugar en la colmena de diez millones de almas que es Nueva York, se hacen eco de cuando en cuando de alguna de sus hazañas y desventuras.
Sin embargo, toda la atención mediática no ha servido para que la situación financiera de los voluntarios cambie. El cuerpo sigue dependiendo enteramente de donaciones y tres de las cinco ambulancias que poseen están fuera de servicio porque no pueden costearse el seguro.
“Todos los días me voy a la cama pensando en si seré capaz de seguir manteniendo esto a flote”.
“Rocky” ya es demasiado viejo para patrullar en ambulancia y parece resignado a estar perpetuamente en bancarrota. Pero al menos, dice, siempre tiene a sus voluntarios. Cuando terminen su entrenamiento y pasen el examen estatal, estarán listos para mantener vivo su legado y tal vez, con suerte, encontrar un trabajo como paramédicos.
“Cada vez que alguno de ellos salva una vida, me digo: 'eso ha sido Rocky, eso ha sido Rocky Robinson', dice. ”Y eso es lo que me mantiene vivo.“