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Homofóbo, racista y ultraderechista, el hombre que podría presidir Brasil

Jair Bolsonaro, diputado ultraderechista brasileño y candidato a la presidencia.

Francisco de Zárate

El diputado brasileño Jair Bolsonaro es, hasta el momento, la réplica más lograda de Donald Trump en el continente americano. Quiere ver a los campesinos armados, defiende el uso de la tortura por parte de la policía y tiene debilidad por los militares en el gobierno. No son las únicas similitudes.

Igual que el magnate inmobiliario en 2016, Bolsonaro comenzó 2018 con el sueño de ganar la presidencia de su país antes de que termine el año. Y como ocurrió con Trump, su popularidad no ha dejado de crecer: del 8% que las encuestas de DataFolha le daban en diciembre de 2016 pasó al 20% a finales de 2017. A este capitán del Ejército brasileño en la reserva sólo lo supera el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, al que apoyan uno de cada tres votantes encuestados.

Con 62 años, Bolsonaro ha llegado al segundo lugar en las encuestas para las elecciones de octubre declarando sin tapujos su amor por la dictadura que gobernó Brasil con mano de hierro entre 1964 y 1985, diciendo que preferiría tener un hijo muerto antes que homosexual, y menospreciando abiertamente a indígenas, afrobrasileños y mujeres.

“No la voy a violar porque ni eso merece”, dijo a una diputada durante un debate parlamentario de 2014. Para los indígenas, esos “que ni hablan nuestra lengua”, ha pedido recortar los territorios en los que viven; y de los afrobrasileños ha dicho que “ni para procrear sirven”.

Hartos por la corrupción

¿Cómo es posible que un hombre así suba en las encuestas? El hartazgo por la corrupción y la crisis económica tiene mucho que ver. Como explica a eldiario.es Marcos Troyjo, director del foro de la Universidad de Columbia sobre Brasil, Rusia, India y China (BRICLab), “el electorado ya no tolera las estructuras tradicionales como el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) o el PT (Partido de los Trabajadores)”. “Muchos de esos partidos están involucrados en financiación ilegal de campañas políticas, en actividades de corrupción y Bolsonaro aparece como un político al margen de todo eso”, dijo.

El extremismo de sus posturas ha dado a Bolsonaro un aura de 'outsider' pero él no tiene nada de nuevo. Lleva 29 años en política, desde que en 1988 pasó a la reserva del Ejército y fue elegido concejal del Ayuntamiento de Río de Janeiro. En Brasilia también es cara conocida: ocupa su escaño en el Parlamento nacional desde 1991 cuando fue elegido como representante del Estado de Río de Janeiro.

Ni siquiera por su militancia partidaria puede considerarse un rara avis: antes de que en 2018 aterrizara en el Partido Social Liberal, pasó entre otros por el Partido Progressista y por el Partido Trabalhista, viejos conocidos del establishment brasileño.

Otro factor que explica su auge es la inseguridad creciente. Entre 2015, cuando comenzó la crisis económica, y 2016 hubo un aumento del 3,8% en la tasa de muertes violentas: casi 30 de cada 100.000 personas murieron como consecuencia de un crimen en 2016, según el Anuario Brasileño de Seguridad Pública.

“El discurso de orden y seguridad naturalmente se ve favorecido”, dice Troyjo“, y ese ha sido el discurso del candidato Bolsonaro durante su desempeño como diputado federal, siempre pidiendo una actuación más fuerte de las fuerzas policiales”.

“Por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, terror de Dilma Rousseff”, dedicó Bolsonaro su voto en la moción de destitución de Rousseff en 2016. Muerto un año antes, Ustra había sido condenado por secuestros y torturas durante la dictadura.

En un país tan cercano como Argentina, esa frase habría sido el fin de su vida política. En Brasil, el que niega los crímenes de Estado y la falta de libertad de aquella época mantiene la nostalgia del fabuloso crecimiento que registró entonces el país. “En el primer período del gobierno militar, hasta 1974, Brasil vivió una gran expansión económica, crecía a tasas chinas del 11% al año, y claro, con una sensación de seguridad pública mucho más perceptible de la que tenemos hoy”, explica Troyjo. 

Además de añoranza por la prosperidad de aquellos años de plomo, hay cierta identificación de clase y valores. En una encuesta de Datafolha de diciembre, Bolsonaro apareció como el votante preferido por los brasileños jóvenes, blancos y con al menos estudios medios. Un 79% de sus fieles cobra al menos dos veces el salario mínimo, frente al 72% de los partidarios de Lula que no llegan a ese ingreso.

El propio Bolsonaro es fruto de esa clase. Su padre, Geraldo, fue un dentista sin título que llevó a su esposa y seis hijos a vivir a Eldorado, una zona poco habitada entre Curitiba y San Pablo donde fue recibido como un salvador. Hasta que llegaron los dentistas con diploma y Geraldo tuvo que abandonar la práctica para conformase con un trabajo de protésico dental.

Según la revista Crescer, a Geraldo le gustaba beber. “Jair (Bolsonaro) no tenía mucha intimidad con él”, dijo Olinda Bonturi Bolsonaro, la madre del candidato, a la revista propiedad de O Globo.

Aunque Olinda y Geraldo lo educaron como católico, para ganarse el favor de los evangélicos Bolsonaro no tuvo ningún empacho en hacerse bautizar en el río Jordán hace menos de dos años. Su apoyo es decisivo. Según el último censo (2010), uno de cada cinco brasileños pertenece a la fe evangélica, cuyos pastores opinan sin eufemismos sobre los candidatos en las misas y cuya emisora de televisión, RecordTV, es la segunda mayor del país.

¿Puede ganar las elecciones de octubre?

Para responder a esa pregunta, antes habría que conocer la suerte judicial del favorito, Lula. La próxima semana una Corte de Apelaciones confirmará o revocará la condena por corrupción que pesa contra el expresidente. Aunque Lula todavía podría pedir al Supremo Tribunal de Brasil que revise su caso, una confirmación de su condena en segunda instancia basta para que la autoridad electoral lo saque de la carrera por la presidencia.

La tradicional número dos, la ecologista Marina Silva, está desaparecida tras su doble derrota en las presidenciales de 2010 y 2014, y el resto de partidos no ha logrado aún un candidato que haga sombra a Bolsonaro. Las esperanzas de los que no lo quieren en el Palacio de Planalto están puestas en el gobernador del Estado de São Paulo, Geraldo Alckmin (PSDB) y en el popular presentador de televisión Luciano Huck. Pero de momento Alckmin sólo llega al 8% en las encuestas y Huck no termina de decidirse.

Pese a todo, el académico uruguayo y especialista en liderazgo de la FIA Business School de San Pablo Alfredo Behrens cree que los detractores de Bolsonaro no tienen nada que temer. “El estilo de confrontación de Bolsonaro es raro en Brasil, un país que nació con el colonialismo comercial portugués. A diferencia del estilo militar español, Brasil está orientado a buscar soluciones en las que las dos partes ganan”, dice a eldiario.es. “Podría ganar en un país hispánico pero no en Brasil. A los brasileños este tipo de líder les parece un loco”.

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