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Hong Kong: un Nobel para tres chavales

Alex Chow, uno de los líderes de la Revolución de los Paraguas

Mar Llera

“Me estoy planteando retirar mi nombre de la candidatura. No es bueno ni para mí, ni para el movimiento prodemocracia de Hong Kong”. Con estas inesperadas declaraciones realizadas en exclusiva para eldiario.es, Alex Chow, uno de los líderes de la Revolución de los Paraguas, acaba de reaccionar ante la posibilidad de recibir el próximo Nobel de la Paz.

El pasado 1 de febrero, la Comisión bipartidista del Congreso estadounidense responsable de las relaciones con China proponía su nombre –junto al de Joshua Wong, Nathan Law y el conjunto de la ciudadanía movilizada en 2014– para el prestigioso galardón.

“Estoy considerando la posibilidad de retirarme porque no creo en el protagonismo individual. El movimiento somos todos sus integrantes”, ha explicado Chow. “El honor corresponde al pueblo, a todos los miembros de los movimientos democráticos de Hong Kong y China de los últimos cien años”, han ratificado públicamente los tres activistas.

El influyente observatorio Hong Kong Watch considera que la candidatura es más que oportuna. Honra el legado de Liu Xiaobo –el Nobel a quien Pekín dejó agonizar en cautiverio el pasado mes de julio– y expone a la luz pública el grave deterioro del marco “Un país, dos sistemas” que ha regido la excolonia británica desde 1997. De hecho, la nominación se ha producido la misma semana en que los activistas prodemocracia Agnes Chow, Ventus Lau y James Chan han sido inhabilitados para impedir su participación en las próximas elecciones.

La actitud de Chow y de sus compañeros hace justicia a la abigarrada realidad de Hong Kong. La opinión pública está dividida: “Algunos se sienten perplejos y consternados ante la iniciativa noruega. Yo debo reconocer que me siento celoso”, ha ironizado el comentarista Alex Lo. Su corrosivo tono ejemplifica la reacción de medios prorrégimen como el South China Morning Post, propiedad del grupo empresarial Alibaba.

La estrategia informativa ante este golpe al statu quo es reducir el alcance y significado de las protestas de los paraguas, caricaturizándolas como una mera expresión de vandalismo juvenil: “¿Qué objetar a quienes se proponen desprestigiar el galardón concediéndolo a unos chavales por el simple hecho de haber atacado la sede del gobierno y romper unos cuantos cristales? […] Me gustaría que nuestro trío consiguiera el premio”, ha apuntado sarcásticamente Lo.

Frente a él, Kong Tsung-gan, de la cabecera crítica Hong Kong Free Press, ha subrayado la envergadura histórica de las movilizaciones frente a un Estado no democrático como China, que además de violar sus compromisos internacionales, contraviene incluso su propia constitución.

El prominente activista Kinman Chan –cuyo nombre sorprende no haya sido mencionado por la comisión–, también se ha felicitado por el reconocimiento a sus compañeros, declarando a este diario: “La candidatura supone un significativo impulso moral en estos momentos donde tantos se enfrentan a procesos judiciales, son expulsados del Parlamento o no pueden siquiera presentarse a las elecciones. Esta iniciativa alienta el compromiso de las nuevas generaciones, que son quienes deben proseguir la lucha por la democracia”.

A la diversidad de opiniones sobre la nominación al Nobel es preciso añadir las vicisitudes del movimiento de los Paraguas en los tres años transcurridos desde su irrupción, marcados por múltiples controversias y divisiones. Su germen fue la iniciativa Occupy (OCLP), impulsada por los académicos Benny Tai y el ya mencionado Kinman Chan, junto al pastor y exactivista de Tiananmen Chu Yiu-ming.

La filosofía pacifista de este trío “senior” ha sido en todo momento respaldada por Joshua Wong y sus compañeros, pero se ha enfrentado al desafío de otros jóvenes más radicales. En febrero de 2016, quienes se sentían frustrados ante la falta de resultados de la desobediencia civil, se decantaron por métodos más agresivos dando lugar la llamada “Revolución de las Albóndigas de Pescado”. Las urnas refrendarían este viraje al conceder representación política a estos “localistas”, partidarios de la independencia.

Para frenar la radicalización, las autoridades se apresuraron a vetar a seis de sus candidatos, entre los que se encontraba Edward Leung, que había llegado a obtener el 15% de apoyo popular en las elecciones locales.

Ahora bien, la represión gubernamental no se limitó a asegurar el orden público y neutralizar la violencia. En julio de 2017, Nathan Law y otros tres diputados implicados en formas pacíficas de resistencia fueron obligados a abandonar sus escaños, debido a supuestas irregularidades en la toma de posesión. El poder de veto parlamentario que acababa de conquistar el bando demócrata quedaba así anulado.

Al mes siguiente, los hoy candidatos al Nobel ingresarían en prisión. El pasado octubre lograron libertad bajo fianza y hace poco ganaron el recurso de apelación, pero Joshua Wong –el más carismático e influyente- fue de nuevo encarcelado a comienzos de 2018 por otros cargos, para ser liberado de manera provisional apenas unas semanas después.

¿Qué significan todas estas idas y venidas a la cárcel, esta sucesión de descalificaciones, inhabilitaciones, juicios, apelaciones y recursos? Los analistas hablan de una especie de juego del gato y el ratón donde las autoridades ensayan su capacidad para la cuadratura del círculo, que en chino se traduce como yin-yang, armonía de opuestos.

Su propósito es disuadir a quienes protagonizan la lucha democrática sin asestar un golpe definitivo a figuras tan mediáticas como la de Joshua Wong –“too big to fail”– y sin que China aparezca ante la opinión pública internacional como un poder autoritario.

Los tres jóvenes candidatos al Nobel tienen razón, por tanto, al considerar que no sería justo personalizar excesivamente la nominación. El movimiento de los paraguas llegó a implicar directamente a más de un millón de personas en una metrópolis de siete millones y medio, lo que significa el 16,5% de la población. Como se apuntó anteriormente, en su origen, desarrollo y estela se encuentra el perseverante trabajo de los líderes de Occupy, el amplio espectro de políticos y activistas que no han cejado en su compromiso con la causa democrática, y el sacrificio inenarrable, frecuentemente oculto, de los disidentes de China continental, que para muchos constituyen las raíces y la vanguardia del movimiento hongkonés.

En este sentido, los jóvenes han recordado a la comunidad internacional que Liu Xia, la esposa del fallecido Nobel Liu Xiaobo, ha estado detenida sin cargos durante años y actualmente se encuentra desaparecida.

“Hoy el espacio para la contestación se está reduciendo. En esta situación es fácil caer en el resentimiento, los deseos de venganza, el odio e incluso la violencia. Pero yo abogo por construir un liderazgo moral en la línea de Ghandi”. Con estas palabras, Alex Chow evidencia la grandeza moral de un movimiento que, más allá de cualquier personalismo, sin duda merece el Nobel.

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