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Ilya Ponomarev, el exdiputado ruso que se ha pasado al periodismo para provocar un “levantamiento de las masas”

Luke Harding

15 de junio de 2022 22:26 h

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En un edificio del siglo XIX en el corazón de Kiev, un grupo de periodistas trabaja duro. Olga Volkona, presentadora de televisión, se prepara para entrevistar a un experto militar. En una sala cercana, varios reporteros publican contenidos en Telegram, YouTube y Facebook. Otros, se disponen al lanzamiento de un periódico digital. 

El canal, February Morning, tiene un objetivo ambicioso y, en apariencia, imposible: derrocar a Vladímir Putin. A diferencia de otros medios que operan en Ucrania, está exclusivamente dirigido a una audiencia que vive en Rusia. Las 70 personas de su equipo son ucranianas y rusas. Algunas de ellas trabajan en pueblos provinciales de Rusia como parte de una red encubierta. 

El fundador del canal, Ilya Ponomarev, era miembro del Parlamento ruso. En 2014, fue el único diputado que votó en contra de la adhesión de Crimea. Entonces, un Kremlin vengativo lo expulsó de la Duma y le prohibió regresar a su país mientras se encontraba en un viaje a Estados Unidos. Ahora reside en Ucrania y obtuvo la nacionalidad en 2019. 

“Me encanta esta idea”, dice Ponomarev, señalando la bandera blanca, azul y blanca que forma el telón de fondo del estudio del canal. Son los colores rusos “menos la sangre roja”. También era la bandera de Veliky Novgorod, una de las ciudades más antiguas de Rusia, famosa por su democracia medieval hasta su captura por Iván el Terrible. 

La manera más efectiva de terminar con la invasión rusa en Ucrania es derrocar el régimen de Moscú, dice Ponomarev. Con Putin en el poder, es muy posible que el conflicto se prolongue durante años, incluso décadas. “Nuestra tarea, al fin y al cabo, es un levantamiento de las masas”, dice. “Necesitamos que los individuos vean que no están solos”, apunta. 

Ponomarev admite que será difícil persuadir a los rusos, condicionados por años de propaganda de la televisión estatal, de que se vuelvan contra su Gobierno, pero dice que hubo dos grupos que formaron un electorado prometedor. Uno son los liberales urbanos más jóvenes que apoyaron a Alexéi Navalni, el líder de la oposición que está en prisión. Muchos emigraron hace poco. El otro grupo es la clase trabajadora frustrada, harta de la corrupción y la mala gestión. No están organizados. Algunos son de izquierda, no han huido al exterior y tienen más probabilidades de llevar a cabo actos de desobediencia civil, cuenta el exdiputado. Desde febrero, activistas han quemado varias oficinas rusas de reclutamiento militar que tenían la tarea de enviar soldados a Ucrania. 

El exparlamentario se atribuye una responsabilidad “limitada” por estos pequeños ataques, que han recibido bastante cobertura en Rospartizan, un medio de February Morning. El canal da consejos incluso para hacer explosivos y sobre cómo esquivar a la agencia de espionaje FSB rusa, apagando los ajustes de localización de los teléfonos móviles. Estos “pequeños trucos” se enseñaban en los inicios de la era de Putin en campamentos de verano de izquierda, dice. 

La oposición rusa es famosa por sus peleas internas y sus golpes por la espalda. Ponomarev ha sido crítico con Navalni. Lo describe como un aliado en la lucha por deshacerse de Putin, pero argumenta que las ansias de control de Navalni hacen que no sea apto para la presidencia. Ponomarev dice que su visión es la de una Rusia descentralizada, de abajo hacia arriba, donde las comunidades locales tomen sus propias decisiones. 

La editora jefa ucraniana de February Morning, Larisa Rybalchenko, asegura que hace falta mucho tiempo para que sus colegas en la redacción y ella cambien la sociedad rusa. “Será un viaje largo. Hay mucha desinformación, en especial sobre la guerra. Pero es esencial para Rusia y para Ucrania”, dice. Hace días, tropas rusas tomaron su ciudad natal, Svitlodarsk, en la región de Donestk. 

Desde la invasión, el Kremlin ha lanzado una campaña de mano dura sin precedentes contra los medios. Ha cerrado las últimas fuentes independientes de noticias del país, incluyendo el periódico Novaya Gazeta, la emisora de radio Echo Moskvy y el canal de televisión Rain. Numerosos periodistas han sido calificados como “agentes extranjeros”. Usar la palabra “guerra” es un delito penal y el término escogido por el Kremlin es “operación especial”. 

Ponomarev apunta que está buscando fuentes occidentales para financiar su canal, pero cuenta que Londres y Washington muestran cautela a la hora de promover un “cambio de régimen” en Rusia, aunque sea lo que desean en privado. La Administración Biden está entregando a Kiev 40 mil millones de dólares en armas y ayuda humanitaria, pero dice que no está tratando de derrocar a Putin. 

Ante la pregunta sobre si ahora él es un agente extranjero a los ojos del Kremlin, Ponomarev responde: “Me enorgullecería que me consideraran uno. Terrorista, extremista, ambos serían actos de reconocimiento”. Y agrega: “Por desgracia, son muy inteligentes y se han asegurado de que no haya figuras políticas visibles entre la izquierda y los nacionalistas. Necesitamos ofrecer una visión creíble para el futuro de Rusia”. 

El canal quiere construir un segundo estudio en su terraza, que da al centro de Kiev bajo un cielo con chillones vencejos veraniegos. Toda la operación le cuesta un millón de dólares anuales. Ponomarev dice que cubre los gastos de funcionamiento con fondos acumulados durante una carrera exitosa como inversor de Silicon Valley. Sus propias ideas políticas son las de un “anarquista libertario de izquierda”, dice. 

Los jóvenes rebeldes que organizan complots en grupos pequeños contra el poderoso Estado ruso son similares a los revolucionarios sociales de hace más de un siglo, indica. Lucharon para derrocar al zar y dar la tierra a los campesinos. En febrero de 1917 lograron derrumbar al Gobierno, pero Lenin y los Bolcheviques se hicieron con la revolución y el poder. 

“Las elites en Rusia no están satisfechas. Pero ahora no están lo suficientemente asustadas”, indica Ponomarev. “Tienen que ver el fantasma de 1917”, concluye. 

Traducido por Patricio Orellana