Yoav Gallant, el ministro de Defensa israelí, describió a principios de mes el conflicto en el que Israel está inmerso como “una guerra con varios frentes abiertos”. Las fuerzas israelíes luchan contra el grupo palestino Hamás en Gaza y se enfrentan diariamente al movimiento chií Hizbulá en la frontera norte con Líbano. Otro conflicto de bajo nivel, que consiste principalmente en ataques aéreos, continúa con las fuerzas apoyadas por Irán en Siria. También desde Yemen, los rebeldes hutíes han lanzado ataques poco eficaces con aviones no tripulados contra Israel.
Lo cierto es que la fecha de las declaraciones de Gallant es clave para entender la situación que tiene el Gobierno de Benjamín Netanyahu entre manos: las hizo el 2 de abril, un día después de que Israel bombardeara el consulado iraní en Damasco, la capital siria. Dos semanas después, se añadió otro frente al conflicto múltiple al que hacía referencia Gallant, cuando Irán lanzó cientos de misiles y aviones no tripulados contra territorio israelí en represalia por el ataque del 1 de abril.
No es la primera vez que Israel se encuentra en esta tesitura. En 1967 y 1973 se enfrentó a ejércitos árabes convencionales que presionaban desde varias direcciones. Sin embargo, ahora el conflicto –o conflictos interrelacionados– es muy diferente.
La apertura de un nuevo frente con Irán plantea interrogantes diferentes y complejos, y no sólo sobre si el país tiene la capacidad de luchar contra múltiples adversarios en lo que, al menos de momento, parece ser un conflicto de duración indefinida. La realidad es que, aunque Israel ha planeado durante al menos una década una guerra que podría librar simultáneamente en Gaza y en su frontera norte, las suposiciones sobre cómo se llevaría a cabo esa campaña parecen haber sido erróneas.
Error de cálculo
La estrategia de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en los últimos años ha estado basada en el plan plurianual 'Momentum'. Ese plan partía del supuesto de que era muy improbable que Israel tuviera que enfrentarse a fuerzas terrestres convencionales, como ocurrió en las guerras de los Seis Días (1967) y de Yom Kippur (1973).
Basándose en su experiencia de la segunda guerra del Líbano (2006) y en anteriores ofensivas en Gaza, las FDI llegaron a la conclusión de que sus principales enemigos serían, según sus palabras, “ejércitos terroristas difusos, equipados con misiles”. Suponían que esos grupos armados tendrían una capacidad militar menor que Israel, pero que no serían simples milicias o guerrillas, sino adversarios avanzados, bien entrenados y con una motivación ideológica, que operarían en redes complejas y a veces conectadas entre sí.
El concepto operativo de “victoria”, por el que se decantaron los planificadores en este escenario, preveía que Israel librara enfrentamientos de pequeña escala de forma inteligente, decisiva y rápida.
Seis meses y medio después del ataque sorpresa de Hamás contra poblaciones del sur de Israel, en el que murieron unas 1.200 personas, la idea de que Tel Aviv está librando una guerra menor, decisiva y rápida ha quedado totalmente en entredicho.
Lejos de estar totalmente desmantelado, como prometieron los dirigentes israelíes, el grupo Hamás en Gaza ha sufrido daños, pero sigue activo. Sus dirigentes más destacados parecen seguir con vida y la ofensiva militar israelí está estancada y carece de objetivos claros. Las decisiones militares de Israel desde el 7 de octubre han erosionado y mermado su apoyo internacional. El elevado nivel de destrucción y pérdida de vidas civiles también sugiere que su estrategia no ha sido nada inteligente.
En la frontera con Líbano, los intercambios de fuego diarios con un grupo armado más poderoso han obligado a Israel a evacuar a decenas de miles de habitantes del norte del país. La mayoría de los planificadores militares israelíes admiten ahora que Hizbulá podría infligir graves daños en un conflicto en toda regla. Y luego está la amenaza de Irán, que se ha convertido en el primer país, desde el Irak de Sadam Hussein hace más de tres décadas, en atacar directamente suelo israelí.
La importancia del apoyo interno
En declaraciones a la revista Foreign Policy tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, el exjefe de Inteligencia de las FDI Tamir Hayman avanzó algunos de los retos a los que se enfrentaría el Ejército en una guerra con varios frentes abiertos. “Podemos luchar en más de un frente. Podemos tener hasta tres frentes abiertos. La decisión militar, la victoria, no serán simultáneas, pero eso no supone ningún problema”, afirmó. “Podemos abordar primero un frente y luego otro, tenemos la capacidad suficiente para hacerlo”.
“El problema no son las FDI, el problema es el frente interno”, indicó Hayman. “El problema es el daño a la sociedad israelí y la resistencia de la sociedad israelí. Tener dos frentes abiertos a la vez no constituye un problema militar. Es un problema social, de resiliencia y de defensa del frente interno”.
El debate sobre si Israel puede luchar en los múltiples frentes que tiene abiertos se ha ido intensificando, sobre todo porque el ataque iraní de la semana pasada evidenció que Israel necesita contar con el apoyo de una coalición internacional de países para hacer frente a determinadas amenazas. Sin la rápida intervención de los Ejércitos de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y algún otro aliado árabe, las consecuencias de la ofensiva iraní podrían haber sido muy distintas. Los escasos daños del ataque se presentaron como una victoria.
El problema para Israel es que, aunque acertó al anticipar la naturaleza de los conflictos a los que tendría que enfrentarse, librarlos ha sido más confuso y ha agotado más recursos de los esperados, tanto militares como sociales. Mientras sus aliados se movilizaban para ayudarle a defenderse de Irán, Estados Unidos y Europa preparaban nuevas sanciones para castigar a los colonos extremistas, y todo indica que habrá más en el futuro.
En un conflicto desordenado y generalizado, que ya ha causado metástasis, cuyos objetivos son cada vez menos claros, los observadores ya no se preguntan si Israel tiene capacidad para luchar en múltiples frentes. En su lugar, cabe preguntarse: ¿Con qué fin lo hace? ¿Y con qué coste final?
Texto traducido por Emma Reverter y actualizado por elDiario.es