La violencia en los territorios palestinos e Israel ha ido en aumento desde principios de 2023, y ha alcanzado su apogeo este abril con la confluencia del mes sagrado musulmán de Ramadán, y las Pascuas judía y cristiana. La gestión del ultraderechista Gobierno de Benjamin Netanyahu ha tensado aún más la situación, sobre todo en torno a la Mezquita de Al Aqsa -literalmente “la más elevada”-, el tercer lugar más sagrado para los musulmanes pero cuyo acceso y seguridad los controla Israel.
La irrupción de las fuerzas israelíes en el templo, vetado a los no musulmanes, y los choques con supuestos “agitadores” palestinos atrincherados en su interior, y el arresto de centenares de ellos, indignó a la comunidad musulmana, especialmente a los palestinos y a los movimientos armados, y se sumó a los abusos, redadas y asesinatos en Cisjordania ocupada y ataques de venganza entre palestinos e israelíes que se suceden desde principios de 2023.
Un centenar de palestinos ha fallecido, así como una veintena de israelíes y un turista italiano: cifras que no se registraban desde la Segunda Intifada o levantamiento palestino (2000-2005), que estalló precisamente cuando el ultraderechista Ariel Sharon (1928-2014) puso pie en la Explanada de las Mezquitas, presidida por la majestuosa cúpula dorada de Al Aqsa, denominado Monte del Templo por los judíos y donde se encuentra el Muro de las Lamentaciones.
El círculo vicioso de la violencia
El investigador principal del Real Instituto Elcano, Haizam Amirah Fernández, explica a elDiario.es que “este círculo vicioso lo hemos visto de forma periódica, en la mezquita de Al Aqsa, en momentos importantes como el mes de Ramadán”. Pero ahora mismo la situación es diferente y “altamente inflamable” debido al actual Gobierno israelí, “el más derechista del Estado de Israel en sus casi 75 años de existencia”, apunta. En ese Ejecutivo de coalición hay ministros ultranacionalistas, que apoyan las colonias ilegales en territorio ocupado; los ultraortodoxos judíos tienen más peso; y el primer ministro que -según Amirah Fernández- “está dispuesto a hacer cualquier cosa para sobrevivir política y judicialmente”. Y añade que a todos los miembros del Ejecutivo “les da igual dañar la imagen de Israel en el mundo, incluso donde más apoyos tiene, como en Estados Unidos”.
Washington ha mostrado su rechazo por la reforma judicial que ha impulsado Netanyahu y que ha generado un fuerte descontento y una ola de protestas ciudadanas, que no se ha detenido ni siquiera con el aumento en paralelo de la violencia. En medio de una creciente oposición en las calles, el primer ministro busca “elementos que aglutinen a los israelíes en torno a su liderazgo” y el principal elemento es “la percepción de una amenaza existencial” para el Estado de Israel, asegura el analista de Elcano. “Es el manual básico de supervivencia política de Israel”, agrega.
Después de verse obligado a suspender temporalmente su reforma judicial, el Gobierno ha querido rebajar la tensión también en la Explanada de las Mezquitas y ha permitido a los musulmanes permanecer por las noches en Al Aqsa, los últimos diez días del Ramadán que termina a finales de esta semana, en un periodo de recogimiento espiritual llamado “Itikaf”. Mientras, las distintas sectas cristianas también han denunciado sufrir discriminación y limitaciones para acceder a sus iglesias, por ejemplo, para la celebración de la Pascua ortodoxa este fin de semana. Jordania -guardián de los lugares sagrados cristianos y musulmanes, en base al acuerdo de paz con Israel de 1994- ha pedido a Israel que respete la libertad de culto y suspenda “las medidas restrictivas contra los cristianos en Jerusalén ocupado”, donde se encuentra el Santo Sepulcro.
Más enemigos y menos posibles amigos
Netanyahu está recibiendo críticas y ataques a nivel interno y externo, y tiene cada vez más frentes abiertos. Sus dos vecinos y enemigos, Líbano y Siria, también han mandado mensajes de advertencia: desde el otro lado de la frontera libanesa, fueron lanzados 30 cohetes contra Israel, que no ocasionaron víctimas, y a los que el Ejército israelí respondió a su vez con ataques contra al grupo palestino islamista Hamás, aunque los proyectiles provenían de territorio dominado por el movimiento chií libanés Hizbulá. Ambos afirman formar parte de la “resistencia” frente a Israel y, aunque el primero es suní y el segundo es chií, comparten algunos objetivos y la obsesión por Al Aqsa. El intercambio de fuego en la frontera norte fue el más grave ocurrido desde la guerra entre Israel y Hizbulá en 2006, aparte de los ataques aéreos y con misiles israelíes contra los milicianos libaneses en Siria -donde apoyan al presidente Bashar Al Assad-. Precisamente, desde Siria, llegaron otros tres cohetes pero tan sólo uno no fue interceptado por los sistemas de defensa e impactó en una zona despoblada de los Altos del Golán, ocupados por Israel en 1967.
Según Amirah Fernández, “con el Líbano siempre hay riesgo de una escalada”, mientras que Damasco no busca otra guerra. Lo más peligroso en este momento es que “el Gobierno de Netanyahu pueda desestabilizar Jordania, que juega un papel moderador en la región” y es el segundo vecino que reconoció a Israel, después de que Egipto lo hiciera en 1979. Incluso, algunos ultranacionalistas han apuntado a que Jordania forma parte del ‘Gran Israel’ o a la posibilidad de transferir a los palestinos al otro lado del río Jordán, “lo que sería una limpieza étnica y volver a expulsarlos (de sus tierras) como en 1948 y 1967”, cuando se creó Israel y ocupó una buena parte de los territorios que siguen en sus manos.
Otro frente, aunque más lejano, es el que se abre con los países que han normalizado sus relaciones con Israel, a través de los llamados Acuerdos de Abraham promovidos por la Administración Trump. “Por ejemplo, Marruecos. Si hay una escalada contra los palestinos, por parte de este Gobierno extremista, ¿cómo reaccionará la opinión pública y cómo tendrá que reaccionar el Palacio Real, que dicta la política exterior del reino?”, se pregunta Haizam. Tanto en Marruecos como en Sudán, los ciudadanos se mostraron en contra de reconocer a Israel, mientras que en Emiratos Árabes Unidos y Baréin no hubo espacio para la libre expresión.
Ahora parece improbable que la potencia suní Arabia Saudí se sume a esos acuerdos mediados por EEUU, algo que parecía inminente con el anterior Gobierno más moderado, y Riad se ha reorientado hacia Teherán, archienemigo de Israel. “Se están recalibrando las alianzas a gran escala en Oriente Medio y esto puede suponer un aumento del riesgo de una conflagración regional”, concluye Amirah Fernández.
El factor iraní
Por su parte, Aziz Alghashian, investigador especializado en política exterior saudí hacia Israel y miembro del Proyecto SEPAD del Instituto Richardson (Universidad de Lancaster), considera que el acuerdo entre Arabia Saudí e Irán “no representa un cambio de seguridad fundamental para Israel”, aunque este país puede considerarlo como un “revés” y el Gobierno de Netanyahu ya ha sido culpado de haber “alejado a los saudíes”. Sin embargo, esto se basa en una idea equivocada: “Muchos pensaron que el acercamiento entre Arabia Saudí e Israel se debía a [su hostilidad compartida hacia] Irán, pero el reino no quiere convertirse en un colchón entre Israel e Irán”. Las relaciones entre Riad e Israel y Riad e Irán “son diferentes y no se superponen”, afirma el analista saudí, aunque admite que “Israel está cada vez más aislado principalmente por su Gobierno” y que “los cálculos saudíes respecto a Irán podrían haber cambiado, si hubiera habido otro Gobierno en Israel”.
Netanyahu podría recurrir, una vez más y a la desesperada, al fantasma iraní e, incluso, atreverse a atacar a Irán -según advierten los más críticos-; pero algunas instituciones israelíes, como el presidente de la República, han alertado del momento extremadamente delicado para Israel, con analistas y observadores internos y externos que afirman que su propio sistema democrático está en peligro y que la Tercera Intifada ya ha empezado, de la mano de ‘Bibi’.