Hay un océano de por medio y más de 10.000 kilómetros de distancia. Pero Brasil ha acogido en los últimos años más refugiados sirios que muchos países europeos. Mientras en Europa los gobiernos negocian cuántos asilados son capaces de absorber, en América Latina la crisis humanitaria se vive con más distancia. La mayoría de las naciones de la zona se muestra dispuesta a abrir sus fronteras a quienes huyen de la guerra, pero el tamaño y las condiciones de la solidaridad difiere mucho de una a otra.
Brasil es sin duda la que más sirios ha acogido desde que estalló la guerra civil: 2.077 en total, según el Comité Nacional para los Refugiados (Conare), un organismo que depende del Ministerio de Justicia brasileño. “Desde 2013 prácticamente el 100% de las solicitudes presentadas por ciudadanos sirios han sido reconocidas”, explican. Es una cifra bastante superior a la que proponía acoger el Gobierno español –apenas 1.300– antes de que la foto del pequeño Aylán cambiara de cuajo la política europea frente a este drama. Además, el Ejecutivo brasileño destaca que personas de otros países con complejas situaciones humanitarias han acudido también en busca de ayuda, como Líbano, Malí o República Democrática de Congo (RDC).
En cualquier caso, son unas cifras ínfimas si se tiene el cuenta el calibre del conflicto. Siria, con 22 millones de habitantes, tiene en este momento unos 7,6 millones de desplazados internos y más de cuatro millones de refugiados (cerca de dos millones en Turquía, más de un millón en Líbano, 629.000 en Jordania, 132.000 en Egipto y 276.000 en el resto de países).
Venezuela multiplica las cifras
Los sirios representan el mayor grupo de refugiados aceptados por el gobierno de Dilma Roussef. Son casi el 20% del total. Le siguen los de Colombia, Angola y la RDC. También hay libaneses, liberianos, palestinos, iraquíes y bolivianos. “Brasil ha tenido una política de puertas abiertas con los refugiados. El número aún es bajo, pero sin duda se trata de un ejemplo que debe ser seguido a nivel mundial”, ha asegurado esta semana el representante de ACNUR en ese país.
En Brasil los sirios pueden trabajar y tienen garantizada la sanidad y la educación gratuitas mientras esperan que se les conceda el estatus de refugiado. Entre enero y julio de este año, el Gobierno concedió un 10,4% más de pedidos de refugio que en el mismo periodo de 2014. El programa especial bajo el cual llegaron está a punto de acabar, y por ahora no se ha anunciado una prórroga. Sin embargo, la presidenta Dilma Rousseff ya anticipó que su intención es ampliarlo: “A pesar de los momentos de dificultad, de crisis como la que estamos pasando, tenemos nuestros brazos abiertos para acoger a los refugiados”.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha anunciado este martes que su país multiplicará por diez la cifra de refugiados. “Le he ordenado a la vicepresidente política [la canciller Delcy Rodríguez] que se reúna con la comunidad siria” para acoger a 20.000 personas “que están en la diáspora”, anunciado durante un Consejo de Ministros en el palacio presidencial de Miraflores. Sin embargo, no especificó en qué condiciones lo harán ni cuáles serán los plazos para los traslados.
Los asilados que se quieren volver
Las condiciones en las que llegan los refugiados son fundamentales, porque los errores de cálculo o la improvisación pueden tirar por la borda el esfuerzo solidario. De ello precisamente acusan algunas familias sirias al Gobierno de Uruguay, que por iniciativa del expresidente José Mujica recibió en octubre de 2014 a 42 integrantes de cinco familias. Ahora acampan frente al palacio presidencial para pedir que los dejen salir del país. Prefieren ir a Turquía o Líbano porque, aseguran, en este rincón sudamericano no tienen ningún futuro.
“Nos prometieron un país barato y no es así”, se queja ante las cámaras Ibrahim Alshebi, en español. “Queremos irnos de aquí”, remata. “No tengo problema con la gente de Uruguay y con el país, tengo problema con el Gobierno que nos mintió”. Uno de sus compañeros, Ibrahim Al Mohammed, explica –con ayuda de un traductor– que trabaja en una empresa de medicina privada y gana 11.000 pesos (unos 400 dólares), lo que no es suficiente para él, su esposa y sus tres hijos.
Durante los primeros dos años estas familias reciben un subsidio para mantenerse mientras consiguen reinsertarse socialmente. Pero esto no siempre es sencillo. Una de las familias fue denunciada por sus nuevos vecinos por no enviar a los niños a la escuela.
Un representante del Gobierno ha recibido a los manifestantes para intentar solucionar los problemas o al menos canalizar su petición de salida. Además, ha confirmado que una de las familias ya intentó entrar en Turquía en agosto, pero fue devuelta a Uruguay tras pasar casi un día entero en el aeropuerto de Estambul. Estos sirios tienen documentos de identidad y de viaje, pero no pasaportes, porque para ello deberían llevar tres años en el país. Esta documentación no es suficiente para ingresar en muchos países, por lo que es probable que los rechacen en la frontera si no hay un acuerdo previo. En cualquier caso, la salida que intenta coordinarse con ACNUR no llegará hasta dentro de unas semanas.
El Programa Siria funciona en Argentina desde octubre de 2014, cuando se creó un programa especial de visado humanitario para recibir extranjeros afectados por el conflicto sirio. Está destinado a personas de nacionalidad siria y sus familiares, así como palestinos que hayan residido en Siria. Pero la asignación del asilo no es sencilla. Entre otros requisitos, se les exige tener vínculo de parentesco o de afectividad con ciudadanos argentinos. Y aunque en el país hay inmigración siria y libanesa, esta data sobre todo de mediados del siglo pasado.
“El programa va a continuar” ha afirmado el presidente de la Comisión Nacional para los Refugiados, Federico Agusti. Y ante las críticas por las restricciones, explicó que la medida “es muy abierta, porque aunque es condición ser familiar, se acepta hasta un cuarto grado de parentesco. Es muy flexible”, remachó. En los últimos dos años 233 personas se acogieron a este plan.
Con todo, Argentina es uno de los pocos países de la región que tiene un programa en funcionamiento. Chile –que según el Ministerio del Interior aceptó la solicitud de refugio de apenas 10 sirios– evalúa acoger a más personas próximamente. El exministro chileno Sergio Bitar, descendiente de sirios y uno de los impulsores de la recepción de refugiados, ha asegurado que “la cifra mínima propuesta al gobierno fluctúa entre las 50 y 100 familias”. Mientras tanto, México impulsa la llegada de una treintena de estudiantes a través de una iniciativa ciudadana, el Proyecto Habesha.
Ecuador también ha anunciado la recepción de ciudadanos sirios que huyen de la guerra civil, pero aún sin concreciones y en medio de un clima político enrarecido, ya que muchos recuerdan que el Gobierno de Rafael Correa fue uno de los pocos –con China, Cuba y Rusia– que en 2011 votó contra la resolución del Consejo de Derechos Humanos de la ONU que condenaba la represión por el régimen de Bashar Al Asad de las protestas de la oposición, en el inicio del conflicto.