En estas semanas de aislamiento y aumento del consumo de información, Fox News, la televisión por cable más vista de Estados Unidos, no ha sido la principal beneficiada. Sus presentadores critican el confinamiento y el uso de mascarillas y han promovido tratamientos que se han demostrado peligrosos. La tele sigue siendo la más vista de los canales por cable, pero ha crecido menos en abril, por ejemplo, que la CNN. Los medios más pequeños y partidistas, a derecha e izquierda, han sido los que menos han notado el aumento del público y su atención, como muestran estos datos sobre el consumo en Internet en marzo.
El mensaje de los medios conservadores contra el confinamiento no ha calado en la mayoría de la población estadounidense pese a las protestas apoyadas por el presidente del país. Sólo el 12% cree que las medidas han ido “demasiado lejos”, según una encuesta para la agencia Associated Press. La abrumadora mayoría cree que son correctas o incluso deberían “ir más lejos”.
La extrema derecha de Estados Unidos es el espejo donde a menudo se mira la versión española, tanto por el triunfo de Donald Trump como por el éxito de la red de poderosas teles, estrellas de radio y activistas especializados en montajes y conspiraciones con la ayuda de YouTube y otros canales. Un momento de miedo y bulos como éste podría parecer especialmente propicio para imitarlos, pero la pandemia no ha aupado hasta ahora a expertos propagandistas.
“Las teorías conspirativas están creciendo. Todos están centrados en proteger a Trump. Pero el discurso oficial no está claro”, explica Will Sommer, periodista y autor de un boletín sobre la extrema derecha, The Right Richter. “Hay una gran cantidad de mentiras cada día, pero muchos están moviéndose de un lado a otro sin saber si tienen que decir que esta enfermedad no es tan grave o si hay que defender la hidroxicloroquina”. En el caso del impeachment contra Trump o la investigación del fiscal especial Robert Mueller, el mensaje estaba más claro. “Tampoco ha habido ninguna nueva estrella”, explica. Sólo algún doctor de trayectoria dudosa y poco impacto en comparación con la autoridad que tiene ahora Anthony Fauci, el jefe del comité de expertos del coronavirus de Trump y quien a menudo contradice al presidente.
La actual crisis tiene dos caras, una mayor producción de bulos, pero también más confianza en las fuentes de las autoridades médicas y en medios tradicionales de información.
El caso europeo
En España y otros lugares de Europa ha sucedido algo parecido. Los principales beneficiarios de este mundo de incertidumbres son los medios generalistas nacionales y los medios locales. Así lo indican las tendencias de la empresa de medición de audiencia Comscore en varios países europeos. En Reino Unido, el país de los tabloides, la mayoría del público, sin distinción de ideología, cree que la BBC está haciendo un buen trabajo mientras los lectores huyen de tabloides como el Daily Mail y prefieren diarios como el Guardian.
La otra medida del uso de los medios es el aumento de las suscripciones en todo el mundo. En Estados Unidos, el New York Times, el Wall Street Journal o la revista The Atlantic han aumentado sus suscriptores en las últimas semanas pese a dejar gran parte de su cobertura sobre el coronavirus abierta. En Europa, el Guardian, el italiano Il Post, el sueco Dagens Nyheter, también. En España, la mayoría de los medios que tienen subscriptores no hacen públicos sus datos. eldiario.es tiene ahora más de 52.000 socios (el 10 de marzo tenía 36.000).
En España, cuando se pregunta por la confianza en “los medios” en general, el resultado suele ser bajo, pero el dato es mejor de lo habitual al preguntar en concreto sobre la cobertura de la crisis del coronavirus: más de la mitad de la población dice que confía ahora en “los medios” para informarse sobre la pandemia, según un informe reciente del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford. La confianza y el uso de medios tradicionales resiste frente a las plataformas. “La mayoría calificó a las plataformas como menos fiables que los expertos, las autoridades sanitarias y los medios”, dice el informe con datos en España, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, Argentina y Corea del Sur.
En España y Estados Unidos se percibe una audiencia más polarizada, algo que alimentan y explotan los políticos.
Sexo, mentiras y la tele
La mezcla de espectáculo, mensajes políticos llamativos e información estilo tabloide ha tenido éxito en algunos casos en Estados Unidos, especialmente con la complicidad de los programas de variedades de la televisión tradicional, una manera de llegar a los votantes a través de la cultura popular y el modelo tal vez que la extrema derecha querría imitar en España.
Uno de los ejercicios más eficaces para entender el ascenso de Donald Trump es ver sus entrevistas en el popular programa de David Letterman a lo largo de tres décadas, en dos cadenas de televisión generalistas, la NBC y la CBS.
Desde la primera intervención de Trump en el programa, en octubre de 1986, lo esencial es el divertimento. Letterman entra en el despacho de Trump y se ríen de que el empresario no tiene “nada que hacer” mientras suenan las risas enlatadas.
En las entrevistas a lo largo de los años, Letterman bromea sobre los millones que el empresario puede repartir entre el público aunque no sea verdad, hace afirmaciones falsas como que Trump es la persona más rica y más exitosa del país “cuando no, del mundo” en una mezcla peculiar entre lo ridículo y lo entretenido en la que el invitado se va retratando como una persona que “dice que lo piensa”. Los cotilleos sobre su vida se mezclan de manera casi natural con sus aspiraciones políticas y sus invenciones sobre el 11-S o el lugar de nacimiento de Barack Obama.
La especialidad de Trump en Nueva York siempre fue el arte del tabloide, que cultivaba hasta convencer al New York Post para publicar, en medio del divorcio de su primera mujer, que su nueva novia y después segunda esposa, Marla Maples, decía que con él había tenido “el mejor sexo que he tenido nunca”.
El sexo era parte del espectáculo. Las conversaciones con Howard Stern, un popular y provocador presentador de radio, incluían comentarios sobre las fantasías de Trump con su hija, sus supuestas relaciones sexuales con actrices y princesas y las operaciones de pecho de algunas pseudo-famosas.
El caso de Trump es el más extremo en cuanto al alcance de su show y a su impacto político –difícilmente habría sido presidente sin su reality show sobre cómo hacerse rico–, pero es sólo un ejemplo más de la mezcla de entretenimiento y mentiras políticas.
El vendedor de pasta de dientes
Algunas de las voces más célebres que llevan años agitando a su audiencia con falsedades se tambalean. Éste no es el mejor momento para algunos como Alex Jones, el creador de Infowars, una web que nació como una denuncia del Gobierno de George W. Bush y la guerra de Irak y que ya entonces estaba llena de rumores y teorías sin corroborar.
Jones se hizo célebre por sus aparentes ataques de ira en los que soltaba afirmaciones como que el Gobierno ponía “productos químicos en el agua que hacen que las ranas sean gays”. Este es el hombre que alentó el acoso contra los padres de niños de 5 y 6 años asesinados en la escuela de Sandy Hook, diciendo que se habían inventado su tragedia para luchar para endurecer el control de las armas de fuego. Sus seguidores amenazaron de muerte y persiguieron con mentiras a personas destrozadas por el dolor.
Jones dijo ante un tribunal, en su proceso de divorcio, que estaba sólo “representando un personaje”. Durante la pandemia, se ha dedicado a vender pasta de dientes como cura falsa contra el coronavirus. YouTube ha vetado sus videos y la autoridad de medicamentos de Estados Unidos (FDA) le mandó una advertencia para que quitara sus anuncios fraude en 48 horas.
En un país con tanta competencia entre voces estridentes, hay ejemplos de fracaso de estos intentos de conseguir la fragmentada atención del público, incluso del más proclive a creer cualquier mentira.
Will Sommer recuerda algunos casos recientes, como Laura Loomer, una activista que interrumpió una representación de Julio César en Central Park porque encarnaba a Trump, o Jacob Wohl, un joven inversor que se inventó una denuncia de agresión sexual contra Robert Mueller. Ahora cuesta recordar sus nombres y ni siquiera Fox News los llama a sus programas. “Esta gente tiene que hacer cosas cada vez más locas para llamar la atención, como quebrantar la ley. Pero cuantas más hacen, más baja su credibilidad y el público deja de estar interesado”, explica.
Resultados desiguales en Europa
La mezcla de show, cotilleo y política también se ha dado en casos de la extrema derecha en Europa, pero con resultados desiguales. Antonis Kalogeropoulos, investigador del Departamento de Comunicación en la Universidad de Liverpool, explica cómo los amoríos de un diputado de Amanecer Dorado saltaron en 2012 a los tabloides. Aquello abrió un debate en la prensa sobre “no normalizar a los neonazis hablando de su vida amorosa como si fueran famosos”. “No creo que dañara al partido”, dice. El diputado fue reelegido en 2015, pero no en 2019.
En Europa, no siempre es fácil llegar a la televisión tradicional, al menos a los canales más vistos y los programas populares. “La mayoría de las comunicaciones de los populistas están presentes en periódicos y en redes sociales, más que en la televisión”, explica Anne Schulz, investigadora del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford, citando un estudio de la Universidad de Zurich.
Aunque varía de país a país, la confianza en las fuentes oficiales es más alta en esta pandemia que en circunstancias normales. “La mayoría entiende el peligro alrededor del virus y se siente segura siguiendo las restricciones de la autoridad”, explica Schulz, en relación al caso alemán. “Pero nunca se sabe lo que puede pasar en el futuro. No hace falta mucho para que cambien los sentimientos de la opinión pública. Un error de un político relevante puede ser suficiente para cambiar la corriente y llamar la atención sobre puntos de vista alternativos”.