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Lídia, la de los prodigios

António Carlos Cortes

Poeta, crítico literario y ensayista —

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“Un personaje se levantó y dijo. Esto es una historia. Y yo dije. Sí, es una historia. Por eso pueden permanecer tranquilos en sus puestos. A todos atribuiré los sucesos previstos, sin que nada ocurra definitivamente grave. Otro también dijo. Y hablamos todos al mismo tiempo”. (El día de los prodigios, 1980). No sé hablar de Lídia Jorge.

Me resulta difícil. Y fácil. ¿Cómo hablar? ¿Con el habla de sus novelas, donde la historia es muchas historias? ¿Con la historia de Milene? ¿Con el paisaje de A Costa dos Murmúrios? ¿Cómo hablar? ¿Y a quién? ¿A Portugal? ¿A esa bella ciudad del fado, Lisboa; o a ese mítico Algarve mostrado en una miríada de lugares maravillosos?

En los grandes cuadros europeos y portugueses que también son sus libros, ¿qué decir de la que es, a mi entender, la mayor voz de la ficción portuguesa desde hace largos años hasta hoy? Ella, junto a Maria Velho da Costa, Fiama y Luiza Neto Jorge, poco más (Mário de Carvalho, Rui Nunes, Manuel João Ramos, Rentes de Carvalho –estos y no otros– suceden a la gran prosa de Carlos de Oliveira y de Jorge de Sena, de Cardoso Pires y de Saramago, de Ruben A. y de Abelaira, de Vergílio Ferreira, de Alçada Baptista y de Miguéis –estos y no las célebres bestias de la actualidad–); ella, Lídia, es la gran lectora de nuestro tiempo.

En Combateremos a Sombra, el designio de la denuncia: Portugal, como el mundo, destruye la memoria que la novela, género vivo, rehace. Creo que la poeta de O Livro das Tréguas escribe contra el aplastamiento del que Portugal fue víctima durante décadas. Escribe sin esperar nada a cambio. Escribe como quien ve, escuchando, su pensamiento.

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