Por fin. Tres años y medio después del referéndum, Reino Unido sale oficialmente de la UE. La carrera hasta aquí se ha cobrado decenas de víctimas, entre ellas dos primeros ministros y más de una veintena de altos cargos del Gobierno –y otros tantos diputados del Partido Conservador–. Tras más de 10 meses de bloqueo y retraso de la fecha inicial, el Brexit sale de las paredes de la Cámara de los Comunes y pasa del papel a la realidad.
A las 22:00 hora local, un reloj proyectado en la fachada del Gobierno marcará la cuenta atrás para la entrada del Brexit. El primer ministro, Boris Johnson, dará un discurso y el Gobierno lanzará la campaña 'Ready to Trade' [Listos para comerciar] en 17 ciudades de 13 países fuera de la UE para firmar acuerdos comerciales. Durante sus 47 años de pertenencia al bloque comunitario, Reino Unido no ha podido cerrar este tipo de acuerdos con otros Estados porque la política comercial es competencia exclusiva de la UE. Este ha sido uno de los principales argumentos de los 'brexiters' y uno de los pilares fundamentales del lema 'take back control' [recuperar el control].
En cualquier caso, la película aún no ha acabado. Todo este capítulo ha sido para negociar los términos del divorcio, pero ahora hay que estudiar qué tipo de relación tendrá esta pareja desenamorada en el futuro. Y solo tienen hasta el 31 de diciembre. “Un nuevo reloj está en marcha. 11 meses es demasiado poco y el primer ministro Boris Johnson ha dicho que no prorrogará este periodo”, señaló a principios de semana Michel Barnier, negociador jefe de la UE para el Brexit.
“Esta es una situación única porque Europa ha estado trabajando en eliminar fronteras, no en crearlas”. El periodo de transición fue diseñado para durar 21 meses, pero las sucesivas prórrogas solicitadas por Reino Unido lo han acortado a 11.
El miércoles el Parlamento Europeo aprobó el acuerdo de salida negociado entre ambas partes en una votación cuyo resultado ya se sabía de antemano. Llegar aquí no ha sido fácil y la principal batalla no ha sido entre la UE y Reino Unido, sino en el Parlamento británico. Tras seguir muy de cerca las decenas de votaciones nocturnas sin salida en Londres, Nigel Farage, una de las caras más visibles del Brexit, entraba triunfante en la Eurocámara con su particular sonrisa. Una vez sentado, mostraba orgulloso sus calcetines con la bandera nacional.
Este jueves, víspera del Brexit, los líderes de las tres principales instituciones comunitarias, David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, se han reunido para discutir el futuro de Europa. El lugar del encuentro no es casualidad, han escogido la casa de Jean Monnet, uno de los fundadores del proyecto europeo.
“Se supone que el Brexit consiste en 'recuperar el control', pero ¿qué significa eso? Significa crear barreras donde no existen. La decisión de acabar con el libre movimiento significa impedir a los ciudadanos que se muevan libremente entre la UE y Reino Unido para estudiar, trabajar o retirarse”, señaló Barnier. “El Brexit va de salirse de las normas comunitarias. Normas desarrolladas junto a Reino Unido que protegen el interés general, garantizan una competitividad justa y abierta y permiten un comercio sin fricciones”, añadió.
Un órdago, un error de cálculo
El 23 de junio de 2016, Reino Unido votó a favor de la salida de la Unión Europea en el referéndum convocado por el entonces primer ministro, David Cameron. El día siguiente, Cameron dimite. El órdago no le salió como esperaba: convocó el plebiscito para calmar a sus colegas euroescépticos pensando que no saldría adelante.
Cuando Nick Clegg, del partido Liberal Demócrata y socio de coalición de Cameron, le dijo que era una estrategia muy arriesgada, este le contestó: “Puede que tengas razón, ¿pero qué más puedo hacer? Mis diputados son increíblemente euroescépticos y tengo al UKIP respirándome en el cuello [sí, Farage, el de los calcetines]”. El intercambio lo recoge en su libro David Laws, compañero de partido de Clegg y entonces alto cargo del Gobierno.
Tras cobrarse su primera víctima, May tomó el relevo y fijó la fecha del Brexit para el 29 de marzo de 2019. Menos de un mes después, la primera ministra convoca elecciones para intentar reforzar su posición negociadora con la UE. “Con un Parlamento dividido no podemos afrontar las negociaciones con la UE”, señaló. “Los laboristas han amenazado con votar contra el acuerdo final que alcancemos”, añadió sin saber que sería su propio partido el que bloquearía el acuerdo de salida. Lejos de ganar escaños, May pierde la mayoría absoluta.
En julio de 2018 impone su estrategia de Brexit al resto del gabinete. Tan solo un día después, el ministro para el Brexit, David Davis, y el ministro de Exteriores, Boris Johnson, dimiten por su oposición a la estrategia fijada por Theresa May. “Nos dirigimos a la condición de colonia”, denunció Johnson.
El periplo en la Cámara de los Comunes
Tras meses de duras negociaciones, Bruselas y Londres alcanzan en noviembre de 2018 un principio de acuerdo para el Brexit. Se produce entonces una nueva ola de dimisiones, entre ellos el nuevo ministro para el Brexit, Dominic Raab, que llevaba solo cuatro meses en el cargo. Raab es el actual ministro de Exteriores de Johnson. Un mes después, May se ve obligada a aplazar la votación del acuerdo en el Parlamento porque se enfrenta a una derrota estrepitosa.
La primera ministra, sin embargo, no consigue evitar el fracaso y el Parlamento rechaza el acuerdo en una derrota humillante, la peor de un Gobierno británico desde los años 20: 432 votos en contra y 202 a favor. Un día después, May supera por 19 votos una moción de censura. En marzo, el Parlamento vuelve a rechazar el acuerdo. Quedan dos semanas para el Brexit y Reino Unido pide una primera prórroga.
May, a la desesperada, ofrece su dimisión a sus compañeros de partido si estos apoyan el acuerdo de salida en tercera votación. Los rebeldes se mantienen firmes y rechazan el texto por tercera vez. Reino Unido solicita una segunda prórroga hasta el 31 de octubre para intentar convencer (sin éxito) a los suyos. May anuncia su dimisión entre lágrimas. Tres intentos, tres fracasos.
Llega el turno de Johnson, que tenía solo tres meses para cumplir su promesa de salir sí o sí el 31 de octubre. En una de sus primeras medidas, Johnson suspende las sesiones en el Parlamento durante cinco semanas para impedir que diputados opositores aprueben una ley que frene un Brexit sin acuerdo el 31 de octubre. Sin embargo, el Parlamento se anticipa y aprueba de emergencia una moción que desmonta su estrategia.
Como respuesta a la votación, el primer ministro pide convocar elecciones anticipadas, pero el Parlamento lo rechaza en dos ocasiones. El Partido Laborista, que llevaba meses pidiendo comicios, vota en contra de la moción de Johnson porque quiere garantizar primero el cumplimiento de la legislación para frenar un Brexit sin acuerdo.
Johnson, que se oponía al acuerdo negociado por May, acuerda un nuevo texto con Bruselas el 17 de octubre. Sin embargo, el Parlamento le obliga a pedir una nueva prórroga. El primer ministro cumple la ley, pero vuelve a intentar convocar elecciones anticipadas y esta vez lo consigue gracias al apoyo laborista. Los conservadores arrasan, obtienen mayoría absoluta y el Parlamento finalmente aprueba el nuevo documento.
Y de las negociaciones, los trámites parlamentarios y las declaraciones políticas, a un Brexit que comienza a materializarse. El miércoles, después de que Farage mostrara con orgullo sus calcetines, los eurodiputados británicos escenificaban la salida de la UE entonando entre llantos y unidos de la mano el himno Auld Lang Syne. Un día después, Bruselas despedía a Reino Unido iluminando su plaza principal con los colores de la bandera británica.
Este viernes a medianoche harán lo mismo los principales edificios públicos de Londres, pero en este caso para celebrarlo.