Marruecos se enfrenta a la mayor sequía de su historia
La autovía que une a Casablanca con Marrakech viaja por las cuatro estaciones. Desde el viento frío del Atlántico hasta las praderas florecidas y los campos de trigo a la salida de la capital económica. Huele a primavera. Unos kilómetros más adelante, la ausencia de las hojas en los árboles colorea un paisaje marrón, con tintes otoñales. De pronto, a mitad de camino, la tierra comienza a agrietarse. En las inmediaciones de Al Massira, a 140 kilómetros de Casablanca y a 159 de Marrakech, el césped ya no cubre las montañas. El segundo mayor embalse de Marruecos se está secando.
En Ain Blal, una de las pequeñas aldeas colindantes al embalse, una mujer junto a sus dos hijas lava una montaña de ropa. Una hilera de agua cae del grifo. Cerca, un grupo de mujeres cargan con una decena de garrafas de plástico. Están todas vacías. La presa de Al Massira, que abastece a algunas de las principales ciudades del país y es fundamental para el riego agrícola, solo recoge el 3% de la cantidad media de agua que tenía hace nueve años. La ausencia de agua es la consecuencia de seis años consecutivos de sequía, agravada por el cambio climático, temperaturas récord y el aumento de la evaporación del agua del embalse. Las reservas de la presa beben del río Oum Er-Rbia, el segundo más largo del país, que también ha experimentado una importante reducción de su caudal, que nace en las montañas del Atlas Medio. En las zonas altas de la cordillera tampoco se han producido este año las nevadas habituales.
En Marruecos, la agricultura aporta casi el 15% del PIB y, junto a la pesca y el sector forestal, emplea a alrededor del 45% de la mano de obra. Es también el sector que, según datos del Banco Mundial de 2020, consume más recursos hídricos, casi el 90% del total, y es ahora el más damnificado por la sequía. La falta de agua también ha afectado a los hamames o baños árabes, que han recibido la orden de cerrar tres días a la semana en las principales ciudades, y a los lavaderos de coche.
Un viernes de finales de 2017, el rey de Marruecos Mohamed VI pidió a todas las mezquitas del país que rezaran para que lloviera. “Imploren al Todopoderoso que derrame sus benévolas lluvias sobre la tierra”, comunicó a través de un decreto real. Entonces, la falta de precipitaciones estaba dificultando la producción estacional de cereales del país hasta incrementar los costes de los alimentos. En noviembre de ese mismo año, 15 personas fallecieron en una estampida en busca de ayuda alimentaria.
A finales de 2023, las plegarias no trajeron lluvias a Marruecos. “Hemos entrado en una fase crítica tras cinco años consecutivos de sequía que nuestro país nunca había experimentado antes”, declaró en rueda de prensa el ministro marroquí de Equipamiento y Agua, Nizar Baraka. Antes de entrar en 2024, las precipitaciones habían descendido un 67% en los meses anteriores, en comparación con el año previo a esta temporada de sequía. “Los tres últimos meses (de octubre a diciembre de 2023) muestran que nos encaminamos a otro año de sequía”, añadió el ministro. Las esperanzas estaban puestas en los primeros meses de 2024, que, a pesar de haber traído algo de lluvias, no han sido suficientes para contrarrestar los años consecutivos de aridez.
En los últimos 43 años, el reino alauí ha experimentado siete períodos de sequía, con distintos grados de gravedad. De momento, el nivel más bajo de precipitaciones se registró en 2017, con solo 103 mm de precipitación anual. Aun así, la sequía actual destaca por ser la más prolongada de la historia. Además de la de Al Massira, el nivel de llenado de las presas del país se situó en torno al 26% en marzo de este año, frente al 34% en la misma época del año anterior o, incluso el 71% si atendemos a los datos de diez años atrás.
Más presas y desalinizadoras
A pesar de las variaciones climáticas y la ausencia prolongada de lluvias, Marruecos cuenta con un importante patrimonio hídrico y un marco legislativo en la gestión del agua. Con 152 grandes presas con una capacidad de almacenamiento de 19.900 millones de metros cúbicos, el país pretende construir 20 nuevas presas, hasta alcanzar casi los 28 millones de metros cúbicos de almacenamiento en 2027.
Además, con el objetivo de paliar la escasez y ampliar el suministro de agua, el Gobierno ha decidido recurrir a la utilización de aguas no convencionales, en concreto el agua de mar y las aguas residuales. El reino alauí se sitúa a la cabeza de la región norteafricana y el sexto de la región Oriente Medio y Norte de África tras invertir 2.370 millones de dólares (unos 2.200 millones de euros) en proyectos de desalinización del agua de mar. Las principales estaciones están en Casablanca y Agadir. Son instalaciones que requieren de una gran cantidad de energía y pueden expulsar al mar agua salada concentrada y sustancias químicas tóxicas.
Es una infraestructura que, sin embargo, no sirve para paliar los efectos de la sequía en el sector agrícola. Según la legislación marroquí de preservación del medio ambiente, el agua desalinizada no puede utilizarse para proyectos industriales o agrícolas, sino que está reservada exclusivamente al uso doméstico.
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