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El monumento

Funeral en 2007 de 465 bosnios identificados que fueron asesinados en Srebrenica / GNU Free Documentation License.

W. L. Tochman

La ciudad de Srebrenica está en un barranco verde, en la República Sprska. Hay casas bajas, bloques de viviendas y una iglesia ortodoxa sobre una colina. Hace mucho calor. La gente está sentada delante de las casas, que no son suyas, y mira. Alguien se está riendo. Otro se pone a llorar. Nadie va a ninguna parte a pie. Tampoco en coche. Mejor, no.

Sin embargo, se ve ajetreo delante de algunas casas. Las están reformando.

Las mujeres musulmanas están recuperando sus antiguas casas en la República Sprska; contratan a serbios para que las reformen y luego se las venden, o intentan vendérselas. En el vecino Bratunac ya se han cerrado las primeras transacciones; en Srebrenica, de momento, ninguna.

Los serbios querían que Srebrenica fuera serbia, pero ahora no quieren comprar casas aquí. Dicen que este no es su hogar, que es una ciudad musulmana; una ciudad de muerte y sangre, donde se oyen voces que nadie sabe de dónde vienen. Susurros, gritos, lamentos. Dicen que hay gente que oye a veces a los cinco muecines convocando al rezo a los fieles musulmanes desde sus minaretes invisibles, inexistentes desde hace ya años.

Los actuales habitantes de Srebrenica pueden ir a Sarajevo, Vogošńća, Iljaš, Donji Vakuf, Bugojno o Glamoč, si tienen dinero para el autobús. Allí pueden ir a las au- toridades musulmanas y alegar los acuerdos de paz de Dayton para intentar recuperar sus antiguas casas (son las mujeres las que suelen ir a las autoridades musulmanas, porque a los hombres serbios no les gusta viajar).

Los serbios están recuperando sus casas en la Federación y luego las reforman con dinero de la Unión Europea. Las mujeres serbias emplean mano de obra musul-mana. Suele ser así: venden sus casas reformadas y con el dinero obtenido se compran una vivienda en la República Sprska, aunque no en Srebrenica. Nuestras autoridades nos prometen que volverán a abrir las fábricas locales y el balneario, cuentan ellas. Que habrá trabajo. El balneario sigue funcionando, pero nadie quiere venir aquí de vacaciones. Las autoridades piensan en cambiar el nombre de Srebrenica por Srbobran («el defensor de Serbia»). Creen que eso ayudaría a promocionar la ciudad.

La guerra nos ayudaría, dicen en Srebrenica. La guerra podría cambiar las cosas.

Hace poco, en Potońčari, bajo un árbol en un campo cerca de la carretera, viudas y madres musulmanas inauguraron un monolito en recuerdo de la matanza: «Srebrenica, julio, 1995».

Después, escoltadas por la policía, se marcharon del lugar desde donde fueron expulsadas hace algunos años.

Pusieron un tapiz alrededor del monolito, pero no hay ni siquiera un sendero que conduzca hasta él, solo tierra. Nadie se encarga del mantenimiento.

Eso sí, las autoridades serbias vigilan para que nadie toque el monumento musulmán. Delante del árbol se construyó una garita de madera pintada con los colores nacionales serbios. Un policía serbio hace guardia. Está sentado en una silla, con las botas encima de un tronco. Con las manos en las rodillas contempla inmóvil el vacío. Tiene que vigilar un monolito musulmán. Le preguntamos por qué tiene que hacerlo. El hombre da una calada, luego tira la colilla.

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