El ambiente era de euforia total. Globos de colores botando sobre la multitud que abarrotaba el elegante centro de convenciones Costa Salguero, a orillas del Río de la Plata. Afuera, colas de entusiastas ansiosos de sumarse al festejo. Para todos ellos es un día histórico: es la primera vez que un partido de centroderecha gana las elecciones en Argentina desde la vuelta de la democracia.
Desde que a las seis de la tarde varios medios de comunicación anunciaban la victoria de Mauricio Macri, el alcalde de la capital, los bocinazos empezaban a oírse en barrios como Palermo y Belgrano, en la zona más elegante de la ciudad. Mientras tanto, en el búnker se oía un insistente: ¡Sí se puede, sí se puede!. Los primeros datos oficiales corroboraban los titulares del boca de urna: Mauricio Macri conseguía el 54% de los votos contra el 47% del peronista Daniel Scioli. Con las horas esa distancia se fue acortando notablemente, hasta quedarse en menos de tres puntos.
Pasadas las 19.30 salieron al escenario algunas de las figuras destacadas de la alianza que acaba con 12 años de kirchnerismo en Argentina: entre ellas el nuevo alcalde de la capital, Horacio Rodríguez Larreta, y la flamante gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Vidal es la figura clave de la victoria de Macri. Cuando la joven vicealcaldesa se hizo el 25 de octubre con el bastión peronista por excelencia, muchos entendieron que buena parte de la elección presidencial estaba ganada.
“Nos merecíamos otra democracia. Y hemos dado un gran paso eligiendo a Mauricio Macri presidente de los argentinos. Queremos una Argentina con una economía sana, con una política social verdaderamente inclusiva. Un Estado administrado por gente decente. ¡Con unidad y con democracia Argentina va a ser grande!”, lanzaba el gobernador de Mendoza Alfredo Cornejo a la multitud enardecida. La oposición repetía las líneas maestras de su campaña ahora para celebrar una victoria que hasta hace unos meses parecía directamente imposible.
“He puesto lo mejor de mí”
Daniel Scioli salió a reconocer su derrota rodeado de sus más estrechos colaboradores y junto a su mujer y su hija, muy presentes en la campaña, ambas de riguroso negro. “He puesto lo mejor de mí. Pero la gente ha elegido la alternancia”, soltó el candidato peronista. El resto del discurso fue un repaso por los logros de los 12 años de gobiernos kirchneristas que culminó con una frase esperanzada: “Espero que Dios ilumine a Macri para que el cambio sea superador. Que cuiden estos logros y derechos conseguidos”.
Scioli no mencionó a Cristina Fernández, que voló desde Santa Cruz para instalarse a seguir el recuento desde la residencia presidencial y no desde el búnker peronista. Sí hizo referencia a los cientos de militantes que a esa hora seguían en la plaza de Mayo agitando banderas y apoyando a su candidato.
La postal en el búnker no podía ser más diferente a la de la Plaza de Mayo. Entre el público de Cambiemos no había un solo cartel con consignas políticas. Sólo saltos al ritmo de hits musicales, algarabía y globos de colores.
Cuando Macri estaba a punto de aparecer, después de que Scioli lo llamara públicamente presidente, las pantallas en la zona de prensa del búnker empezaban a mostrar que la diferencia de votos se acortaba cada vez más. De los nueve puntos de los primeros datos, bajaba ya a menos de cinco. Pero nadie miraba las pantallas. Todos los ojos estaban puestos en el escenario en el que el coro completo de Cambiemos aplaudía exultante. Habían logrado, según las palabras del propio Macri “lo imposible”. “Ustedes hicieron posible con su voto lo que nadie creía. Después de una noche muy larga, lo hicimos juntos”, aseguraba el presidente electo a una muchedumbre de fiesta.
Ni venganza ni Venezuela
“Hoy es un día histórico, un cambio de época. Ustedes creyeron y va a ser maravilloso. Este cambio nos tiene que llevar a construir la Argentina que soñamos, y no puede detenerse en revanchas ni ajustes de cuentas”, aseguraba Macri, en un claro mensaje al peronismo y al Gobierno saliente de Cristina Fernández.
También sentó las bases de su política exterior. Una de sus más estrechas colaboradoras dejaba claro horas antes de las elecciones los principales objetivos internacionales del nuevo gobierno: “conseguir dinero y desalinear a Argentina del eje bolivariano”. Macri fue más sutil. “Queremos tener buenas relaciones con todos los países latinoamericanos”, aseguró. Pero la presencia en el búnker de Lilian Tintori, la mujer de Leopoldo López, dejaba en evidencia el giro que dará la posición diplomática argentina respecto de Venezuela.
El presidente quiso marcar diferencias con la etapa que acaba, y presumió en su discurso de un liderazgo diferente, menos personalista que el de los Kirchner. La transformación “no va a ser el fruto de un iluminado, de alguien que lo sabe todo y que tiene todas las respuestas. Eso no existe”, ha asegurado Macri. “Pido a Dios que me ilumine. Y a ustedes: ¡No me abandonen!, clamaba un Macri emocionado. Y acababa con un: ”Es acá y ahora. ¡Vamos Argentina!
Macri bailaba. Y fuera del búnker cientos de personas lo hacían también al ritmo de una improvisada batucada. La campaña de la alegría tuvo su primera (y hasta hace poco inesperada) noche de fiesta. El día después de la celebración será el momento de pensar cómo ser el gobierno del cambio sin mayoría palamentaria y en un país dividido, en el que el peronismo representa a casi el 49% de los votantes después de 12 años de gobierno.