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Entrar en tuktuk (servicio de mototaxi) en Sihanoukville produce una sensación diferente a la de otras ciudades de Camboya. Mientras que en Nom Pen, Battambang o Siem Reap se sucede la vida cotidiana en los márgenes de la carretera con cientos de puestos de comida, servicios de karaoke, repuestos para motocicletas, tarjetas móviles y tabaco, en esta ciudad costera da más la impresión de ingresar en una urbe de grandes edificios y aceras desoladas y peligrosas, cargadas de miseria.
Sihanoukville ha cambiado su vibración en apenas un lustro, pasando de ser una meca mochilera de playas de arena blanca a convertirse en la ciudad más peligrosa del país.
Quien busque información sobre Sihanoukville, actualmente una ciudad y puerto comercial en la costa camboyana, encontrará todavía blogs mochileros que la describen como un pequeño paraíso en la tierra de verdes colinas y blancas e infinitas playas cubiertas por enormes y generosos árboles, una villa de pescadores. Así era esta población hasta 2018. Hoy, la realidad es bien distinta.
El viajero que se acerque a Sihanoukville podrá observar una urbe de tamaño mediano y parcialmente asfaltada con grandes avenidas rodeadas de altos edificios, principalmente complejos turísticos y casinos chinos que han devorado y privatizado las antaño legendarias playas. Una especie de Benidorm o Las Vegas del Sudeste asiático que, sin embargo, se muestra a medio acabar, plagada de esqueletos de edificios que no se terminaron antes de la llegada de la COVID-19 y que, probablemente, jamás se terminarán. Así, la ciudad parece más bien un cementerio de construcciones mastodónticas, hasta 1.555 según una información reciente del Financial Times.
El paraíso perdido
“Esto antes era un paraíso, un lugar muy tranquilo donde venía gente de todo el mundo a relajarse en la playa y la naturaleza, pero a partir de 2018 empezaron llegar empresas constructoras, equipos de obreros chinos que hacían turnos y trabajaban las 24 horas. Oías día y noche los martillos, Sihanoukville se convirtió en un infierno”, dice Jorany, nombre ficticio de la dueña del motel Manoha Vila, en el centro de la ciudad.
Esta mujer pequeña y delgada, de unos 30 años y casada con un antiguo mochilero francés, explica a elDiario.es que antes el establecimiento estaba en plena efervescencia pero hoy, debido al desarrollo alocado que se produjo entre 2018 y 2020, ha quedado encajado en un callejón de arrabal sin asfaltar y sin alumbrado público. Es una metáfora de la belleza perdida de esta población, en la que muchos otros antiguos establecimientos para turistas europeos han corrido la misma suerte, arrinconados por el enorme desarrollismo especulativo chino del último lustro.
“Los mochileros ya no pasan por Sihanoukville ni para tomar el ferry a Koh Rong (isla camboyana de referencia entre amantes del turismo mochilero), llegan con el tiempo justo para saltar del muelle al barco”, prosigue la dueña del motel, que se asoma a la decadencia por su falta de ingresos. “Si lo hubieras visto antes no lo habrías identificado con lo que es ahora”. Hay cientos de blogs actuales alertando de la muerte de este destino turístico por culpa de las promotoras chinas.
Las mafias
La historia de Sihanoukville tiene un trasfondo más complejo que la visión comercial y especulativa de un grupo de constructores y sus socios camboyanos: las élites y el gobierno autoritario encabezado por el Partido Popular Camboyano en un país donde uno de los mayores problemas es la corrupción.
En 2016, el Gobierno chino, ante un gran problema social con el juego y las apuestas, prohibió las páginas de apuestas radicadas en Macau y aumentó la persecución sobre las mafias chinas dedicadas al tráfico de drogas y las ciberestafas, que a la sazón también eran dueñas de las páginas de apuestas.
Estas mafias emigraron y eligieron Camboya para mover la radicación de sus páginas web y poder seguir actuando en China, ante la complicidad del Gobierno local, y en concreto se instalaron en Sihanoukville, por entonces una pequeña villa con la particularidad de poseer el mayor puerto marítimo de Camboya, que el Gobierno chino había elegido años antes como puerto de “la nueva ruta de la seda”, la nueva ruta comercial con Occidente que promociona Pekín.
Esta situación privilegiada les permitió actuar desde fuera de China, pero en contacto con las elites comerciales chinas, que pasaban con frecuencia por el puerto para hacer negocios.
“En 2013, había alrededor de 80.000 ciudadanos chinos viviendo en Camboya. Para 2019, esa cifra había aumentado a 250.000. En el pico de su afluencia, 200.000 de estos ciudadanos chinos vivían en Sihanoukville”, explica la revista The Diplomat. “Este aumento también ha ido acompañado de un aumento de los delitos asociados con la comunidad de expatriados chinos en la localidad costera, que se ha convertido en el centro de decenas de casinos gestionados por chinos”.
“Llegó un punto, ya antes de que llegaran los promotores, en que Sihanoukville se volvió peligrosa a causa de la presencia de dichas mafias”, dice Jorany, la propietaria del motel.
El Ministerio de Exteriores español recomienda extremar las precauciones por la noche en la localidad, donde “se han incrementado el número de robos, estafas, agresiones y delitos de violencia sexual”. Medios locales recogen cómo el clima violento entre bandas de ciudadanos chinos por negocios y asuntos relacionados con el juego sigue en aumento. Un informe de la Policía camboyana reveló que, de enero a marzo de 2019, los residentes chinos estuvieron implicados en 241 de los 341 casos penales que involucran a extranjeros. Entre enero y septiembre de ese año, 744 chinos residentes en Camboya fueron arrestados y deportados del país.
Desde principios de 2022, según la policía, surgieron numerosos informes sobre secuestros, detenciones y trabajos forzados por parte de mafias chinas y organizaciones criminales, que atraen a Sihanoukville a ciudadanos extranjeros con promesas de trabajos bien remunerados, solo para obligarlos a hacer llamadas fraudulentas en condiciones similares a las de una prisión.
Las Vegas de Indochina
Más allá de la violencia, el negocio de las estafas, el “juego online expatriado”, así como el tráfico de drogas, especialmente metanfetamina, prosperaron. Las mafias vieron la necesidad de blanquear los cuantiosos beneficios de las páginas de apuestas y estafas. Lo hicieron en la misma ciudad donde viven, con negocios que absorben una gran cantidad de recursos y generan grandes beneficios como la construcción y el juego. Así comenzó el frenesí inmobiliario de casinos y resorts de Sihanoukville a partir de 2018.
Según informó la revista Nikkei Asian Review en 2019, las redes criminales se aprovecharon “de las fronteras porosas” de Camboya y del uso de dólares estadounidenses “para transportar grandes sumas de dinero en efectivo que luego se limpian mediante operaciones como la expansión de la presencia en los casinos de Sihanoukville”.
Pronto se establecieron sociedades entre mafias, propietarios locales (en Camboya los extranjeros no pueden comprar bienes raíces) y élites conectadas con el poder. Surgió la ambición de convertir la ciudad en una mezcla de Las Vegas y Benidorm a base de grandes casinos con rascacielos y el aire se cubrió de una capa de cemento y olor a asfalto. La siguiente ilustración muestra el incremento de las importaciones de cemento en la zona en los últimos seis años:
La ciudad se dotó de grandes avenidas de la noche a la mañana, a menudo sobredimensionadas. También se desarrolló una red de alcantarillado a la medida de las ambiciones de los promotores chinos, que llegaron a Sihanoukville a miles, llamados por esta nueva fiebre del oro.
Pero la velocidad de los acontecimientos hizo que muchas zonas quedaran parcialmente sin asfaltar y alumbrar, y por lo tanto condenadas a la marginalidad, y la vez provocó que las alcantarillas no siempre estén bien trazadas, colapsando en muchos puntos y dotando a los hoteles de olores molestos.
Paralelamente, miles de equipos de obreros chinos trabajaron sin descanso y se consiguió levantar los primeros complejos y casinos en un tiempo récord. Para 2019 la transformación de la villa en ciudad es prodigiosa.
Pero el lavado pronto derivó en una burbuja especulativa que no atiende a razones ni cálculos sobre el número de turistas que la ciudad podía absorber. Además, la prohibición radical por parte de Pekín de los casinos online en territorio chino cortó el flujo de dinero para blanquear, por lo que pronto, a mediados de 2019, comenzaron los primeros síntomas de tensión en la burbuja, si bien durante los primeros meses de 2020 la alocada carrera urbanística continuó.
Llega la COVID
La llegada de la COVID-19 estalló definitivamente la burbuja y todo se paralizó a partir de marzo, tras la última temporada alta, de noviembre a febrero. Más de 200.000 nacionales chinos salieron de la ciudad dejando negocios y promociones congeladas.
Así las cosas, los 1.555 complejos turísticos que, según los cálculos del Financial Times, no se terminaron a tiempo pueden contemplarse hoy como enormes esqueletos de ballena que afean el panorama urbano.
Según declaraciones al Financial Times, la mayoría de promotores chinos no cree que llegue nunca ni a terminar los edificios ni a recuperar el dinero invertido. Puede incluso que sus pérdidas sean superiores, pues muchos propietarios de tierras camboyanos reclaman a los promotores o la finalización o la demolición de los edificios inacabados para poder recuperar los terrenos, algo que en principio apoya su propio Gobierno.
Sihanoukville fue un paraíso mochilero hasta 2018, pero las mafias chinas quisieron convertirlo en una meca de su turismo más lúdico, desplazando a los jóvenes extranjeros. Ahora, a la espera de ver cómo marcha la próxima temporada alta, en el otoño-invierno europeo, a los mochileros no se les espera de vuelta. Los turistas chinos tampoco han vuelto por el momento. Quizá tampoco regresen: a nadie le gusta veranear entre esqueletos.
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