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Un parque para unirlos a todos

Juan Luis Sánchez

Estambul (Turquía) —

Laicos, marxistas, anarquistas, musulmanes comunistas, kurdos, feministas, kemalistas, alevíes. Treintañeros con jersey anudado en el pecho, jóvenes a la norma europea, adolescentes con el pelo al cero, maridos con cicatrices, señoras con varices. Perlas, pañuelos, chaqueta y camisa, escotes, boinas, melenas, gomina. Camisetas de fútbol. Y un parque para unirlos a todos.

“Aquí hay gente escuchando y respetando cosas que hace un mes habrían sido motivo de bronca”, dice Mehmet Cem echando un vistazo por la plaza Taksim, que da entrada al parque Gezi. “Tengo amigos que en una semana ya ha cambiado su opinión por ejemplo de los kurdos”, asegura. “Nunca habían oído nada de ellos si no era en los medios de comunicación... Ahora que los han escuchado en el parque, se fían más de los kurdos que de los medios”, ironiza este licenciado en sociología que confiesa que duerme poco, pendiente siempre en las redes sociales de la revuelta en diferentes partes de Turquía.

Un ejemplo es Nagehan Uskan, activista cultural en Estambul, que tiene clara esa función de pegamento que tiene el parque: “Yo no soporto las banderas, pero ahora mismo no me molestan tanto como antes cuando veo a toda toda esa gente con banderas y cánticos nacionalistas”, explica.

“La gente como yo no viene nunca a parques como este”. Emine Seda tiene 29 años, ha estudiado arquitectura, es realizadora audiovisual, ha vivido en el extranjero y habla un inglés perfecto. No huye de su estereotipo: “Los jóvenes de clase media o alta, con mucha formación, no vamos a parques vecinales como el de Gezi; es así”. En el símbolo por el que desde hace una semana luchan decenas de miles de personas en Estambul, dice Emine, “siempre ha habido gente drogándose o bebiendo”.

Sabe que en ese momento necesita hacer un giro en el discurso o será malinterpretada: “¿Y qué? Si los parques públicos tienen problemas, hay que solucionarlos, no eliminarlos. Los parques públicos son imprescindibles para las ciudades, que son el corazón de las democracias”.

Hablando con Emine el significado político de Gezi Parki adquiere otro matiz: no se trata de que el parque sea un símbolo porque ha sido la excusa para que la gente dijera “basta ya”, es que el parque es lo que ha permitido algo impensable para muchos turcos: la unión y convivencia de grupos sociales totalmente diferentes en un espacio común. “La mayoría de las capas sociales que están protestando no son las capas sociales que usan parques vecinales; pero es el parque lo que permite que esas capas se relacionen por fin”.

Fatih Biglin sí tiene experiencia previa en el activismo. “Soy militante socialista, pero eso ahora no tiene importancia”, nos cuenta tomando té con Emine en una bocacalle de la gran calle peatonal Istiklal. “Lo cierto es que esto no tiene nada que ver con cualquier otra protesta organizada por los partidos de izquierda, o por sindicatos. Ha sido algo espontáneo, que ha sucedido a través de Internet y fuera del control de las organiaciones tradicionales”, nos cuenta.

Más allá de todos esos grupos y tendencias organizadas que han acudido a la plaza una vez que estaba llena, para dar su apoyo o recibirlo, Fatih describe la gran masa crítica de Gezi como “una masa sin miedo de gente algo naïf, que ha pensado siempre que era apolítica”. Esa es la gente que acude en familia a la concentración y que, si es necesario, se pone a echar una mano para el bien común, como en esta larguísima cadena humana para llevar agua hasta el centro del parque.

Esta es una parte, sí. Sin embargo, el panorama alrededor de Taksim indica que hay mucho más: barricadas en cada avenida de entrada a la plaza, coches destrozados, autobuses quemados, excavadoras y camiones robados, cajeros carbonizados.

¿Todo eso ha aprendido a hacerlo la gente sin actividad política previa, así de la nada? Fatih termina de explicarlo: alrededor de esa gran mayoría que da energía, caracter y continuidad a la resistencia, “hay un grupo de unas 500 personas que sí que tienen mucha experiencia previa en movilizaciones y también en conflictos con la policía”.

“Ese cerebro para organizarse en el enfrentamiento viene fundamentalmente de los Çarsi”, dice Fatih, un grupo de aficionados del equipo de fútbol del Besiktas que da durante el resto del año muchos dolores de cabeza a las autoridades por su conflictividad y su activismo.

Mientras Emine habla de gentrificación en el centro moderno de Estambul, de cómo la especulación económica ha ido echando de sus casas y de sus barrios a artesanos que se ganaban la vida y la vivían dignamente, Fatih habla de los “guerreros” de Gezi, que durante estos días han recibido además consejos de viejas glorias de la lucha comunista turca. “Ahora sé de lo que somos capaces”.

Tampoco lo tiene fácil entre tanto choque de mensajes el pequeño rincón feminista que hay a la entrada del parque. Algunas de sus participantes hacen incursiones en carpas ajenas para hacer notar que el cambio será feminista o no será. Hablamos con Hulya, que nos cuenta su rechazo a la apuesta del gobierno contra el aborto.

Tayyip Erdogan vuelve a Turquía este jueves tras unos días en el extranjero. Algo tendrá que decir y alguna reacción provocará. Mientras tanto, ahora que la amenaza de la policía se ha trasladado a otros puntos del país y que se venden más máscaras de Anonymous que antigas, lo que más se hace en Gezi es eso: cantar, bailar, reafirmar la unión en un parque, a pesar de las noticias.

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