Cuarenta años después de esa foto de un 30 de abril en la que un tanque norvietnamita derriba la verja del Palacio Presidencial de Saigón, hoy Ho Chi Minh City, o de las espectaculares imágenes del personal de la Embajada de EEUU y de la CIA abandonando Vietnam en helicópteros que aterrizan en las azoteas, el país vive una bonanza económica insólita en su historia.
Con un sistema político y económico calcado del que impera en China, el poderoso vecino del norte -enemigo acérrimo en tantos períodos pasados y a la vez modelo que hay que imitar–, la República Socialista de Vietnam ha superado al gigante de Asia en una cuestión esencial: la erradicación de la miseria.
Si bien en Vietnam no hay tantísimos millonarios ni su PIB puede compararse, lógicamente, con el de China, tampoco se sufre la pobreza casi extrema de tantas zonas del interior de su vecino, ni las desigualdades entre los ricos y la población más desfavorecida son tan patentes como las que se perciben entre una aldea del interior y las pujantes ciudades de la costa en el país de Confucio.
Lo primero que llama la atención del visitante en Vietnam es que las legiones de mendigos que acosaban hasta hace muy pocos años al extranjero han desaparecido. Los pobres de solemnidad que entonces poblaban las aceras de la capital, Hanoi, o Ho Chi Minh City se han reducido significativamente.
Al igual que China, Vietnam sigue siendo, teóricamente, un país comunista y en el plano político sigue la ortodoxia de un partido único y ninguna libertad de expresión ni tolerancia con la disidencia. Pero, siguiendo al pie de la letra el ejemplo de Pekín desde que se emprendiera en 1986 la doi moi, la particular perestroika vietnamita, la economía está liberalizada y las facilidades para abrir un negocio privado son más amplias que en muchos países occidentales. Pero todavía el 40% de su PIB –187.800 millones de dólares en 2014– proviene de empresas controladas al cien por cien por el Estado.
Con un desempleo de apenas el 3% y un crecimiento que en los últimos tres años se mantiene constante por encima del 5%, Vietnam está cumpliendo las expectativas de quienes en el cambio de milenio lo incluyeron en el grupo de Dragones Económicos Asiáticos.
Ho Chi Minh City, que muchos de sus habitantes siguen llamando Saigón –las autoridades comunistas le cambiaron el nombre con su toma en 1975–, es el principal motor de la floreciente economía de Vietnam y el crecimiento de su PIB, cercano al 8% anual, casi dobla el de la media del país.
Sin embargo, la corrupción, una lacra que afecta intensamente a todos los estados del Sureste Asiático y a China, también lastra significativamente las posibilidades de un mayor despegue económico en Vietnam.
Ly, una mujer de 44 años que dirige un próspero hotel en el barrio saigonés de Pham Ngu Lao –el preferido de los turistas de tipo medio y de los mochileros que cada año crecen en número–, habla con un deje de amargura sobre los festejos que se celebran estos días con motivo del 40º aniversario de la Reunificación.
“No tengo nada que celebrar; es cierto que la economía va cada vez mejor y hoy se puede decir que muy poca gente pasa hambre en Vietnam, pero la corrupción está presente en todo lo que sucede y ahoga muchas posibilidades. Es vergonzoso”, dice Ly.
Esta mujer nacida en Hanoi asegura que cada mes debe pagar una mordida a tres estamentos diferentes de policía. “Si no pago, me hostigarían de tal modo que tendría que cerrar el hotel. Vendrían a las tantas de la noche con la disculpa de aclarar ciertos errores en las hojas de registro de los huéspedes, incluso exigirían despertar a algunos para comprobar que los datos de su pasaporte son correctos, pedirían ver de nuevo los permisos, etcétera”.
Detención de directivos corruptos
Es la historia tantas veces escuchada en los pequeños negocios de los países en desarrollo y, del mismo modo, la corrupción también inunda los grandes negocios y a los altos funcionarios del Partido. Desde 2011 han sido arrestados al menos nueve grandes directivos de la empresa estatal Vinashin, la mayor constructora de buques mercantes y de guerra, por una quiebra fraudulenta y una deuda de 4.500 millones de dólares. En este mismo período el presidente de la compañía Vietnam Electricity fue desposeído de su cargo ante las acusaciones de malversación en las pérdidas de más de mil millones de dólares.
Así, si algo causa desánimo entre la mayoría de los 96 millones de vietnamitas que trabajan duro y en unas condiciones laborales que no envidiaría ningún país europeo, es el comportamiento de esa élite de altos funcionarios y millonarios que medran al calor de la corrupción.
Dúc Nguyên, propietario de un restaurante en Nha Trang, otra de las localidades más turísticas de un país que el pasado año recibió unos siete millones de visitantes, resume ese estado de ánimo al recordar al general Giap, muerto en octubre de 2013: “Héroes como Giap o el presidente Ho Chi Minh –el auténtico padre de la independencia de Vietnam– no lucharon por un país donde para conseguir una ampliación de tu negocio sistemáticamente tienes que untar al político de turno”.
Vo Nguyên Giap, el legendario comandante de las fuerzas que a lo largo del siglo XX se enfrentaron casi siempre victoriosamente contra los ocupantes franceses, japoneses y norteamericanos o frente a los invasores chinos, murió a los 102 años y para muchos vietnamitas que vivieron esos terribles años supone el ejemplo del gran líder que la paz no les ha traído.
Mensaje a los jóvenes
Con un gran porcentaje de la población nacida después de la última guerra, la que finalizó el 30 de abril de 1975 con la victoria sobre Vietnam del Sur, dos años después de la retirada de los marines y los B-52 norteamericanos, el Gobierno se esfuerza en la celebración de unos actos que recuerden a los jóvenes que pertenecen a un país que pese a su pasada pobreza ha vencido en las cuatro guerras en las que ha participado en el siglo XX, y tres de ellas, a grandes potencias: Francia, EEUU y China, que en febrero de 1979 invadió el norte en represalia por el derrocamiento del Gobierno de Pol Pot en Camboya por el Ejército vietnamita. En apenas 17 días las tropas de Pekín fueron expulsadas por los soldados de Giap, si bien China siempre ha sostenido que su retirada fue voluntaria.
La guerra por la reunificación de un país dividido en 1954 por los Acuerdos de Ginebra tras la derrota de la potencia colonial francesa –unos pactos que preveían la celebración de un referendum sobre la unidad que el Sur incumplió– se extendió hasta 1975, pero en realidad fue una continuación de la librada bajo el mando de Ho Chi Minh contra Francia desde el término de la Segunda Guerra Mundial... por unos hombres que, a su vez, habían combatido a los japoneses desde 1941. La de hoy es, por tanto, la primera generación en muchas décadas que disfruta de una paz estable.
Pero, con un endurecimiento en las leyes represoras de la libertad de expresión, las nuevas medidas más restrictivas en la utilización de internet de septiembre de 2013, con un resultado de casi cincuenta blogueros encarcelados por expresar su disidencia o sus ansias por una mayor democratización del país, no es fácil que el mensaje estatal cale entre los más jóvenes.