“Miedo. Voy al supermercado y sigo viendo a gente sin mascarilla. Gente que trabaja en el propio supermercado sin llevarla y sin decirle a nadie nada”. Así cuenta Elena Espigares, profesora en una escuela de educación especial en Londres, su experiencia en el nuevo confinamiento. Elena, que vino el pasado septiembre a trabajar a la capital inglesa, no puede evitar comparar el confinamiento en Reino Unido con el que vivió en marzo en España. “Pasé las navidades aquí con mi novio, los dos solos. Y yo veía a la gente, en Navidad, que no nos podíamos juntar, en un coche lleno, yendo de un sitio para otro”.
El pasado 5 de enero, mientras España se preparaba para el día de Reyes, Inglaterra entraba en su tercer confinamiento. Se sumaba así a la decisión tomada por la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, de confinar el país escocés durante un mes. El de Inglaterra está previsto que dure al menos seis semanas, hasta mediados de febrero, aunque la salida gradual podría alargar las restricciones hasta mediados de marzo. Sin embargo, el creciente número de casos dificulta saber si se tendrá que alargar el confinamiento o incluso endurecer las restricciones.
El confinamiento ha conseguido reducir el número de contagios diarios (ahora por debajo de 35.000 al día frente a los hasta 80.000 de finales de diciembre), pero todavía hay más hospitalizados que nunca en la pandemia –más de 37.000– y mueren cientos de personas todos los días. Este martes, el número de muertos volvió a batir su récord diario desde el inicio de la pandemia: 1.610 personas fallecidas por coronavirus.
Aún con todo, el confinamiento al que se ha visto sujeto la sociedad británica difiera de aquel al que se ciñó España el pasado año. Los ciudadanos pueden salir a la calle para comprar, ir al médico, hacer ejercicio o ir a trabajar.
Pasear para la salud mental
“En el primer confinamiento, España fue mucho más estricta que Inglaterra, las salidas estuvieron más limitadas. Aquí siempre podías salir para hacer ejercicio”, subraya Clara García, una enfermera residente en Brighton, al sur de Inglaterra. Ahora, con un confinamiento en Inglaterra igual de grave que el primero, apunta diferencias entre ambos países en el manejo de la pandemia, como la falta de obligación de llevar mascarillas al aire libre, o la sorprendente actividad en la calle, como si no hubiera confinamiento. “Yo lo veo bastante más relajado”, admite. Aunque reconoce que el hecho de que la gente pueda salir a la calle genera un impacto positivo en la salud mental.
Educación, hostelería o sanidad son los tres sectores más afectados por la pandemia, en uno u otro sentido. No hay día en que los medios no llenen sus páginas con la saturación del sistema sanitario británico (NHS, por sus siglas en inglés), los altibajos en el sistema educativo o las dificultades de la hostelería para mantenerse a flote, a pesar de las inyecciones económicas del Ministro de Economía. ¿Cuál es la visión de los diferentes profesionales?
“Creo que en diciembre sí se ha perdido mucho dinero”, admite Tania Lorenzo, que trabaja en un restaurante. El mes de agosto y los siguientes fueron buenos, pues la hostelería tuvo la ayuda de un programa de descuentos, denominado “Eat Out, to Help Out” [Come fuera para ayudar], donde la gente se podía beneficiar de un 50% de descuento o hasta diez libras por persona en un restaurante. “Agosto fue una locura”, dice esta joven camarera. Después de que esa ayuda acabase, algunas empresas mantuvieron el descuento, pero tampoco hizo falta. “La gente seguía yendo a los restaurantes”, cuenta. Luego, en noviembre, llegó el segundo confinamiento y en diciembre, las restricciones según la región. En el último mes del año los establecimientos permanecieron vacíos. “Es la primera vez que el Reino Unido se ha dado un batacazo en cuanto a la hostelería”, relata.
Sin embargo, ahora, durante este tercer confinamiento, su restaurante se mantiene abierto ofreciendo solo comida para llevar. Frente a lo que pudiera parecer, Tania contradice que esto se haya traducido en pérdidas. “Nosotros hemos estado a tope. Creo que la gente ha decidido tener un poco más de cabeza y no salir a la calle, pero sí que han decidido pedir comida a domicilio”. La cantidad de pedidos a domicilio está siendo tal que el restaurante para el que trabaja ha podido llegar a sus objetivos de ingresos solo con ellos.
Aulas para hijos de trabajadores esenciales
En el sector educativo, las clases presenciales se suspendieron mucho antes de que se decretara el confinamiento. Durante las Navidades, se barajó la posibilidad de que se reabrieran las escuelas a mediados de enero, sin embargo, la evolución del virus parece haber descartado esa opción de momento.
Iñigo Urreaga, profesor de secundaria en un instituto de Londres, tuvo que adaptarse a la nueva realidad. Las clases vuelven a hacerse de forma online, con el mismo horario de clases. Los únicos que pueden acudir al instituto son los hijos de trabajadores esenciales.
En primavera, el gobierno solo permitía que los niños acudieran a la escuela si ambos progenitores eran trabajadores esenciales. En este nuevo confinamiento, basta con que uno de los dos sea trabajador esencial para optar a la enseñanza presencial. Esto ha llevado a que muchos padres hayan usado esa ventaja para mandar a sus hijos al colegio, aun cuando estaban en casa. “En los colegios de primaria muchos padres se están aprovechando. Al ser uno trabajador esencial, aunque esté en casa, mandan al niño al colegio. Muchos coles están sobrepasados o tienen al 50% del alumnado en el colegio todos los días”, comenta Iñigo. Además de los hijos de trabajadores esenciales también están exentos de la enseñanza a distancia los menores que no tienen acceso a Internet, algo común en familias con menos recursos.
“El gobierno sigue diciendo que los colegios son seguros. Pero ¿cómo van a ser seguros? La realidad es que vas a una escuela y los chicos no llevan mascarillas, no hay distancias, y eso ha sido así desde el principio”, dice Iñigo. Además, muestra su contrariedad ante la decisión del gobierno de no priorizar a los profesores en el proceso de vacunación. “No solo a los profesores, también puede ser a los que trabajan en un supermercado. Ni siquiera aparecemos”, dice haciendo referencia a algunos de los grupos catalogados como trabajadores esenciales.
“La gente está cansada de no tener una vida normal”
Mientras tanto, el número de personas que acuden al hospital sigue aumentando. Irene Villanueba es una enfermera que trabaja en Urgencias al norte de Inglaterra. Esta semana fue su primer día después de vacaciones. “Antes de las vacaciones, las cosas estaba mal. Mi último turno fue el 30 de diciembre. Y cuando he vuelto las cosas siguen mal”, explica, después de un turno de doce horas. “Este tercer confinamiento en Reino Unido lo estoy viviendo como algo irreal. Es un confinamiento porque el gobierno dice que es un confinamiento. Pero el ambiente que yo veo en la calle cuando voy a comprar o por lo que veo en el trabajo es que para la gente no existe el confinamiento.”
“La gente esta cansada. Está cansada de estar confinada, está cansada de no tener una vida normal. Y han perdido el respeto y el miedo a la enfermedad, a la pandemia o a los posibles contagios”. Irene opina que las políticas del gobierno, basadas en restricciones (unas de las más duras de Europa), pero también en recomendaciones, no son suficientes. Por ejemplo, el uso de la mascarilla no es obligatorio más allá del interior de los espacios públicos.
“Creo que es un poco de egoísmo y también el cansancio de verse encerrado. La gente está tan cansada que ya no ven más allá de sí mismos. No hay ese ambiente de colectividad que había antes”, dice Irene.