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Si alguien hubiera dicho en Bruselas hace tres años que a la Unión Europea le aliviaría que Boris Johnson fuera primer ministro del Reino Unido, le habrían tomado por un necio. Pero el Brexit ha demostrado que cosas que parecían asentadas pueden cambiar en poco tiempo: la estabilidad política del Reino Unido ha sido arrasada por el caos del Brexit; los miembros de la UE, divididos por casi todo, han hecho piña en las negociaciones con Londres.
En lugar de ver con miedo la victoria de un populista euroescéptico como Johnson, hoy Bruselas casi agradece el mandato de las urnas: una victoria tan clara de los conservadores permite avanzar en un proceso de salida que ya va camino de cumplir cuatro años y que se estaba estancando, entorpeciendo la actividad de la Unión y abriendo grietas entre sus miembros.
La histórica victoria del Partido Conservador –la más abultada desde la última que ganó Margaret Thatcher, en 1987– da a Johnson diputados de sobra para aprobar el acuerdo de salida antes de la fecha límite del 31 de enero. Pero el Brexit no termina con eso; más bien al contrario. Una vez el Reino Unido esté fuera de la Unión, se abrirá la negociación sobre la relación futura entre las dos partes, en la que se tendrá que dirimir si Reino Unido permanece en el mercado único o la unión aduanera, o si prefiere una relación más distante.
La nueva Comisión Europea tendrá que remangarse para esta etapa, en la que saldrán de nuevo a relucir las contradicciones británicas. Los brexiters más radicales quieren abandonar la unión aduanera, lo que, a cambio de dificultarles el acceso al mercado que supone alrededor del 50% de sus importaciones y exportaciones, permite que el Reino Unido negocie tratados comerciales de forma independiente.
Pero esta opción también pone en riesgo la paz en Irlanda si se levanta una frontera en la isla, o la permanencia de Irlanda del Norte en el Reino Unido si los controles aduaneros se levantan entre Irlanda del Norte y el resto del país.
En el horizonte, una fecha: el 31 de diciembre de 2020, cuando acaba el plazo de negociación. Menos de un año para negociar una relación comercial, un proceso que suele durar varios años, a veces incluso décadas. Y, al final del plazo, de nuevo el precipicio de un Brexit sin acuerdo si no se llega antes a un acuerdo.
Llegados a ese punto, es de esperar que la división en el Partido Conservador haya empezado a aflorar, que haya movilizaciones a favor de la permanencia como las que se han visto en 2019, y que la paciencia y la unidad de los 27 cada vez sea más exigua. Con la victoria de Johnson, el Brexit avanza, sí, pero nada garantiza que no volvamos a vivir pronto los momentos de nerviosismo del último año.
La otra cara de las elecciones es el fracaso laborista, que ha obtenido uno de los peores resultados del último siglo. Corbyn se proponía recuperar las esencias laboristas con un programa de impuestos a las grandes fortunas, nacionalizaciones e inversión pública tras los años de la “tercera vía” de Tony Blair y Gordon Brown, seguidos por la austeridad conservadora de David Cameron.
Esas propuestas ilusionaron a la izquierda europea, que ahora ve cómo su esperanza en Reino Unido se enfrenta a una derrota sin paliativos y dejará el liderazgo del partido. Pero los efectos de la debacle laborista pueden incluso cruzar el Atlántico: en Estados Unidos todavía está por decidirse qué candidato demócrata se enfrentará a Trump, y Bernie Sanders sigue siendo uno de los favoritos.
Sanders comparte simpatías y propuestas con Corbyn, y ambos se han apoyado mutuamente en el pasado. Una victoria laborista en Reino Unido podría haber inyectado energía a la izquierda europea y a Sanders. Esta derrota, sin embargo, supone un importante golpe moral.
Hay otra gran víctima de las urnas, además del laborismo: el movimiento favorable a la permanencia. Si algo han hecho estas elecciones es confirmar el mandato del Brexit, a pesar de ya hay más británicos que prefieren quedarse en la UE que salir.
La derrota de laboristas y liberaldemócratas ha dejado huérfanos a quienes quieren un segundo referéndum al menos para los próximos cinco años. Ahora, estos dos partidos necesitarán tiempo para lamerse las heridas y tendrán que encontrar nuevos líderes y estrategia. Con la iniciativa política firmemente en manos conservadoras, no está claro si en el futuro alguno de estos dos partidos, u otro, logrará capitalizar la fuerza del voto pro-UE, ni cuándo. Menos aún si llegará el día en el que el Reino Unido vote de nuevo para entrar en la Unión Europea.
En Escocia e Irlanda del Norte, el problema es el contrario. Los nacionalistas escoceses del SNP han ganado con claridad haciendo campaña a favor de la UE y de la independencia escocesa. En Irlanda del Norte, por primera vez desde que se firmara la paz en 1998, los partidos republicanos tienen más escaños que los unionistas, a quienes los votantes han castigado por su apoyo al Brexit en una región claramente favorable a permanecer en la UE.
La victoria de Johnson refuerza el mensaje independentista en ambos territorios: en Irlanda del Norte, las voces que piden la reunificación irlandesa se empezarán a oír más; en Escocia, la fortaleza del SNP les llevará a volver a pedir un referéndum de independencia. Todo ello deja a Bruselas en una situación incómoda. Por una parte, deben negociar de buena fe con el Gobierno de Johnson. Una vez se haya formalizado el Brexit y negociado la relación futura, también interesará a ambas partes que Londres y Bruselas puedan cooperar en materia económica, policial, diplomática, climática o de defensa.
Por otro lado, desde el Reino Unido llegarán voces que pedirán apoyo europeo a las causas de un segundo referéndum, la reunificación de la isla de Irlanda o un referéndum de independencia en Escocia como paso previo a que este territorio se reintegre en la UE como país independiente.
Los 27 respirarán aliviados por la claridad del resultado de ayer, que debería terminar con años de incertidumbre. Pero la Unión Europea sigue enfrentándose al escenario inédito de convivir con un antiguo miembro del club, con todos los retos que eso supone. Las elecciones británicas no solo serán históricas por el abultado resultado, sino también porque confirman definitivamente el mal sueño por el que pasó Bruselas en 2016: que un país miembro ha decidido abandonar el proyecto europeo.
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