La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Investigación

Reynaldo Naranjo: una historia de terror en París

  • Los detalles del caso, reconstruidos con testimonios de personas dispersas en tres países por una investigación de OjoPúblico, muestran un lado oculto de este reconocido periodista y poeta peruano de la generación del sesenta

Amo a la paz/ porque amo a los niños/ y además es hermoso jugar/ ¿Y puede ser que alguien ame /a su patria y no a la paz?/ ¿Y puede ser que alguien/ame a los niños y los huertos/y no a la paz?/El que no ama a los niños y la paz, /los huertos y la paz, /los sueños y la paz, es necesariamente un criminal.

Reynaldo Naranjo

Después de iniciar una nueva terapia para la larga depresión que padecía, Roxana Naranjo invitó a almorzar a Nadia Paredes, la hijastra del “monstruo”, que es como ella llama desde hace tiempo a su propio padre. Estaban de nuevo en París, pero con treinta años más de los que tenían cuando se encontraron por primera vez en esa ciudad convertida hace mucho en pesadilla para cada una. Ese día de finales de junio de 2011, en la terraza de su departamento en la rue Saint Jacques, Roxana le estaba contando que había decidido seguir allí lidiando con sus fantasmas del pasado, cuando al fin pudo contarle su mayor secreto: “Mi padre me violó aquí, Nadia, durante la temporada que pasamos juntas”. Entonces, su hermana menor, que debía haberse sorprendido, le contó que a ella le había pasado lo mismo: “¿Sabes? A mí me fregó la vida. Empezó a hacérmelo a los siete años, antes de que tú llegaras y no paró hasta que se fue...”.

De pronto, lo que llevaban tantos años escondiendo, los horrores de esa casa familiar en la que vivieron, lo que las había destruido de forma perversamente paralela, salía por fin a flote. Ya no era más una vergüenza que les quemaba dentro sino una verdad compartida. Así como un día decidieron que serían hermanas y no hermanastras, esta vez se prometieron no volver a callar, hacerlo público, acabar con la impunidad de su entorno, denunciar aunque no les creyeran, aunque el delito hubiera prescrito.

“Empezamos a reconocer nuestros síntomas. Fue como despertar del coma –cuenta Roxana Naranjo por Skype, desde su casa en Stuttgart, Alemania–. Me mostró la carta que le había enviado a su madre contándoselo, también la respuesta lacónica que le dio esta, parecida a las disculpas que te daría una oficina por los malos servicios prestados”. Fue Roxana quien tuvo la idea de hacer esta denuncia pública y quien convenció a Nadia de la necesidad de hacerlo. “Nunca hubiera sospechado que Roxana también sufría violaciones por parte de Reynaldo –nos dice Nadia Paredes también por Skype, desde Châteauroux, una ciudad en la zona central de Francia–. Ella era mi protección y mi alegría durante ese año que vivimos juntas, pero no fue hasta ese día, en su casa, que nos atrevimos a contárnoslo. Yo pensaba que ella no me iba a creer, que lo negaría, pero no fue así. Hasta hace muy poco me sentía completamente indigna”.

Juntas tomaron impulso para hablar con sus hijos y el resto de sus familias. “Hasta ese momento nos habíamos sentido juzgadas por nuestro entorno como personas con un carácter muy difícil, éramos un enigma para todos y ahora tenían que saber por qué. Decidimos dejar atrás los miedos y dirigirnos hacia nuestra curación”, agrega Roxana. Desde ese día, el propósito de ambas fue “buscar ayuda y buscar la verdad”.

Cuando Nadia Paredes se fue de su casa, Roxana Naranjo se quedó mirando fijamente el panteón que se veía desde su terraza. Lo vio bello y pensó que había encontrado un sentido a todo, que estaba avanzando. Se sentó ante la computadora y comenzó a escribir: “A los adultos y los sobrevivientes”. Esa era la dedicatoria y el asunto del mensaje que el 24 de julio de 2011 mandó a su padre, Reynaldo Naranjo, a su madre, Matilde Gamarra, a su hermana menor, Andrea y a Nadia. En él contaba su proceso para llegar a explicarse muchas cosas de su vida, sus matrimonios fallidos, sus parejas violentas, el alejamiento de sus propios hijos, su falta de fortaleza y excesiva tolerancia ante las agresiones; los niveles de autoengaño a los que llegó al creer que tenía una familia normal que la cuidaba y, sobre todo, el por qué llevaba buen tiempo sin contestar las llamadas de su padre. En ese mismo mail narraba los hechos ocurridos a fines de los años setenta en París.

Después de leer las palabras de Roxana, Matilde Gamarra llamó a su exesposo para confrontarlo. Fue una conversación breve. “Le pregunté si él había abusado de nuestra hija Roxana. Primero me contestó evasivamente, dijo ‘no sé de qué me estás hablando’”, recordó en una entrevista para este reportaje. Matilde insistió, le mencionó el email que ambos acababan de recibir y volvió a preguntarle: “¿Tú has abusado de Roxana?”. Según ella, Reynaldo Naranjo, fastidiado por la insistencia, le respondió: “Además, Roxana ya tenía 16 años”. Haciendo cuentas años después, Matilde Gamarra dice que su hija en realidad era menor. “Había cumplido 15 en mayo de 1978 y viajó a París en julio”. La respuesta de Naranjo le pareció una confesión. Dice que le gritó “miserable” y cortó el teléfono. Nunca más ha vuelto a hablar con él.

El lado oscuro

El “monstruo” de Roxana Naranjo y de Nadia Paredes fue hace muchos años un poeta reconocido. Reynaldo Naranjo García es autor de los poemarios Junto al amor, Violín desconocido, Las manos en el fuego e Historia de la noche, entre otros. En 1965 recibió el Premio Nacional de Poesía por su libro Júbilos. Es parte de la llamada generación del sesenta, una era dorada para la poesía peruana, que tuvo en Antonio Cisneros, Luis Hernández, César Calvo, Rodolfo Hinostroza y Javier Heraud a sus más nítidos representantes. Ya casi todos han muerto. Aunque Naranjo no tenía el brillo lírico de sus compañeros, lo compensaba con su actividad periodística y una intensa vida bohemia: trabajó en las redacciones de los principales periódicos de la época y estaba rodeado siempre de escritores, músicos y gente de la cultura, como Calvo, Alejandro Romualdo, J.G. Rose o Chabuca Granda.

Naranjo conoció a Calvo en el patio de letras de San Marcos y pronto se convirtió en uno de sus mejores compañeros de jarana. Podían desaparecer varios días juntos o cohabitar en temporadas. Una de sus guaridas fue La Parroquia, una pequeña casa en Miraflores, en donde se armaban grandes jaranas al lado del periodista Guillermo Thorndike o el escritor Manuel Scorza. Hay varias imágenes de Calvo y Naranjo en Internet, sobre todo las que tomó el fotógrafo Carlos “Chino” Domínguez, también amigo suyo, como una en la que miran fijamente un pescado que tiene la boca muy abierta o un vídeo en el que Naranjo le pide a Calvo que cante una canción. Con él fundó la Casa de la Poesía en Barranco, y compusieron, junto al músico Carlos Hayre, “Poemas y canciones”, un disco raro, editado por FTA de RCA Víctor, en el que los dos poetas cantaban sus composiciones.

Naranjo tiene dos hijas con Matilde Gamarra, su primera mujer: Roxana y Andrea. Un hijo de su relación con Ana María Sanchis, Stèphane. Y una hija, Gabriela, con su última mujer, Mónica, que falleció en febrero de este año. Todos sin excepción fueron de alguna manera descuidados, desprotegidos y/o dañados por Naranjo, según los testimonios recogidos para esta investigación.

Cuando llamamos por teléfono a Naranjo a su casa de Surquillo para solicitar su versión sobre estas acusaciones, el poeta se muestra sorprendido e indignado: “Es absurdo. Cómo voy a haber yo abusado de mi hija”, exclama. Le preguntamos por ese intercambio telefónico con su ex esposa Matilde Gamarra. Naranjo asegura recordar la llamada, que se indignó, que su esposa Mónica y su hija Gabriela estaban a su lado. “Esto que estás diciendo lo están escuchando Moniquita y Gabriela. Cómo voy a hacer yo esa barbaridad”, dice Naranjo que le respondió a Gamarra en esa llamada.

Roxana

En mayo de 1977, el poeta Reynaldo Naranjo dejó el Perú para vivir por un tiempo en Francia. Había conseguido un trabajo más o menos estable, como le dijo entonces a su ex esposa Matilde y recuerda hoy él mismo cuando se le pregunta al respecto. Lo obtuvo “por intermediación de su amigo Julio Ramón Ribeyro”, que por ese entonces era agregado cultural de la embajada peruana y delegado adjunto ante la UNESCO. Esta última institución le pagaría a Naranjo por investigar el itinerario parisino de César Vallejo, el gran poeta peruano, en el plazo de dos años. Esa investigación se publicaría primero en la revista Culturas en 1980, y posteriormente sería reeditada en Perú bajo el título César Vallejo en el siglo XXI (2012), en una edición pagada por la Universidad César Vallejo. En su segundo año en París, y ante la perspectiva de solidez económica que le ofrecía ese nuevo empleo, el poeta Naranjo llamó a su exesposa y le sugirió que la hija mayor de ambos, Roxana, quien estaba por cumplir 15 años, fuera a pasar un año con él para concluir en París sus estudios secundarios.

Roxana Naranjo Gamarra, la primogénita del poeta, nació en Lima en 1963. En palabras de su madre, la también poeta y escritora Matilde Gamarra, de niña Roxana “vivió los mejores años como autor de Naranjo”. La joven pareja acudía con ella a presentaciones de libros, se codeaban con otros artistas ilustres. “Roxana iba de chiquita a ver a su padre leer y presentar sus libros, quizá de esas vivencias nació una sobrevaloración del padre”, nos cuenta Gamarra en una entrevista.

Gamarra conversó del viaje con su hija adolescente, a quien la idea le agradó. “Pese a las diferencias que yo tenía con su padre, no le iba a negar a mi hija esa posibilidad. Naturalmente la niña salió con mi autorización y la del juez de menores”, explica la exesposa del poeta. Las diferencias a las que alude son las propias de un matrimonio tormentoso. Según ella, el poeta Naranjo era “un hombre irresponsable económicamente, un tipo ausente que no quería asumir ninguna responsabilidad económica o afectiva”. Pese a un intento por reconstruir la relación a principios de los años setenta, pronto la situación se hizo insostenible y se separaron definitivamente en 1972. “Era una persona casada, pero vivía como soltero. No asumía ninguna responsabilidad, yo tenía una relación con un hombre ausente, que bebía demasiado, incluso violento a ratos”.

Roxana Naranjo viajó en los primeros días de julio de 1978 para visitar a su padre. Hacía un año que Reynaldo vivía en París junto a su nueva pareja, Ana María Sanchis, la hija menor de esta, Nadia Paredes Sanchis, y el bebé de ambos, Stèphane. La familia Naranjo Sanchis vivía en un departamento de dos habitaciones en el suburbio parisino de Montrouge, a poco más de cuatro kilómetros al sur del centro de París.

En el avión Roxana estuvo acompañada por su amiga Petruska Barea, quien viajaba a encontrarse con su mamá y su papá, antiguas amistades de los Naranjo Gamarra. En el recuerdo de Barea, la hija del poeta era una “persona muy ruiseña” con la que pasó las 14 horas de trayecto riendo a carcajadas. Durante el vuelo, cuenta, “en un momento nos entró miedo, no sabíamos lo que nos esperaba, así que dijimos: ‘piloto, nos bajamos”.

Una vez instaladas con sus respectivas familias en París, Petruska visitó a Roxana y se encontró un ambiente “muy hostil”. “Ana María era una persona muy dura, gritona, nada amable”, recuerda. Pero la impresión más agresiva vino del padre de su amiga: “Me incomodaba cómo me miraba. Siempre me decía ‘Petruskita’ y me abrazaba mucho. Recuerdo esos momentos como de incomodidad”. El departamento de Montrouge era escenario habitual de las juergas alcohólicas de los Naranjo Sanchis. Tanto Roxana como su amiga Petruska recuerdan que el poeta y su pareja bebían mucho y estaban constantemente gritándose el uno al otro en medio de sus borracheras. Petruska Barea recuerda que, además de las miradas incómodas que le dirigía, Naranjo “siempre olía a alcohol”.

Un día en que volvía a casa, Roxana se encontró a un montón de bomberos en la puerta. “Me asusté, entré, vi a mi padre borracho intentando articular palabras en francés”, cuenta ahora por Skype. En la cocina había una olla quemada con restos de comida. Para controlar la emergencia, los bomberos tuvieron que romper la puerta. Minutos después Roxana se enteraría por ellos mismos que habían encontrado a Reynaldo dormido. Luego de que se fueran, en un ataque de ira, su padre le echó la culpa del accidente, la acusó de haber dejado la hornilla prendida y haberse ido. “Me tiró al piso, me dio patadas, me dobló el brazo, mientras yo gritaba que no había sido”.

Roxana Naranjo recuerda haberse marchado a su habitación. Minutos más tarde, según su relato, su padre entró. Ella llevaba rato adolorida y llorando desconsoladamente, él se acercó a su cama “para pedirme, dulcemente, perdón”. A continuación, “me abrazó, y en medio del abrazo empezó a tocarme y manosearme sexualmente. Me dijo que todo lo que iba a pasar era normal entre padre e hija, que era ‘una forma de cuidarse’. Yo estaba inmovilizada”. Ella recuerda que sintió miedo y que, después de esas caricias incómodas, se volvió violento y la penetró. “Yo le pedía que no, tenía mucho miedo, solo podía pensar que no quería salir encinta”. Luego su padre se fue y ella no se lo contó a nadie.

A partir de ese día, Roxana comenzó a escapar cada vez que podía de la casa. Cuando estaba sola él comenzaba a perseguirla, a manosearla. Si ella cerraba con llave la puerta de su cuarto, él tocaba insistentemente. Cuando estaba borracho, se ponía violento, insistía. “Me violó tres veces. No fueron más porque yo podía escabullirme, pero me acosaba todo el tiempo”, dice. Esto pasó hasta que la adolescente volvió al Perú en julio de 1979. Según su madre, el regreso se produjo porque su exesposo le dijo que había roto la relación con su pareja, “ya no iba a tener una casa fija, [decía] que iba a ver qué hacía y que por eso ya no podía tener a Roxana”.

Petruska Barea recuerda que se enteró un día que Roxana Naranjo había vuelto a Lima. Cuando volvió a verla se quedó perpleja: “La persona risueña con la que viajé, con la que reíamos sin parar, ya no existía”, declaró para esta investigación. También Matilde Gamarra notó cambiada a su hija luego de su regreso a Lima. “Roxana es muy sociable, de pequeña era tímida, pero con la pubertad cambió. Cuando retornó de París sí la noté cambiada, más responsable, más seria”, dijo en una entrevista personal sobre el caso.

Según el testimonio de Roxana, ese día de julio de 1978 no era la primera vez que había sido abusada. Otro presunto episodio ocurrió años antes y esa historia está contada también en el mail dirigido “a los supervivientes”, revisado por los autores de este reportaje y que todos los implicados admiten haber recibido. En ese texto, Roxana relata que un “cuñado de su padre”, al que prefiere no llamar por su nombre, la violó en 1970, cuando tenía nueve años. El día del abuso, según recuerda, llevaba un vestido lindo, que le había hecho su mamá y le encantaba.

En cierto momento, subió a buscar a su prima y ahí se topó con el tío, que era médico. Él la llamó y le dijo que la iba a revisar, le pidió que se echara boca abajo y se colocó sobre ella. Entonces frotó su sexo contra la niña hasta que un ruido lo detuvo. Es lo que la víctima recuerda. En 2010, Roxana Naranjo se enteró de que la hija de ese hombre también fue violada sistemáticamente por su padre hasta los 18 años. En el mismo email en que reveló su caso, Roxana interpela a su padre con estas palabras: “Tienes que acordarte de todo esto y no olvidarlo, no puedes seguir viviendo la vida protegido por la cobardía de tu familia y la ignorancia de otras personas”.

Ahora, a la distancia, Matilde Gamarra admite que debió haber llevado a su hija a un psicólogo, pero en esa época ese tipo de terapias eran caras y lo que ganaba “con las justas me alcanzaba para mantener a mis hijas”.

Roxana Naranjo asegura que padeció una especie de “amnesia” de las violaciones. “Necesitaba sobrevivir, por eso me casé tan rápido y tuve a mis hijos pronto. Me relacioné con gente violenta. Yo era violenta conmigo misma. Tuve un episodio de anorexia. Trataba de hacerme daño a como dé lugar, no paraba”.

Ese camino recorrido por Roxana –pese a los prejuicios y a las preguntas que muchos se hacen: ¿por qué no denunció antes? ¿por qué siguió en contacto? ¿por qué no lo dejó?–, ese ciclo de violencia, es habitual. La psicóloga Ana María Guerrero, profesora en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, explica que aquellas personas que han padecido abusos dentro de la familia “pierden muchas veces la capacidad para pensar en sí mismas, viven escindidas, pierden las referencias afectivas y eso hace que les cueste dar sentido a su propia vida y a su entorno”.

Para las víctimas de abuso sexual en el entorno familiar, dice Guerrero, el silencio se convierte en “una herramienta básica para no desmoronarse, es la manera que la víctima tiene de controlar aquello que le ha hecho tanto daño”. Guerrero explica por qué para estas víctimas la experiencia es particularmente traumática: “La familia es, en principio, un espacio seguro, es el lugar donde uno se siente protegido; los padres son los que te conducen; para un niño, el mundo es como los padres dicen que es”. Es debido a esa relación con los padres que para la víctima cuesta mucho asumir lo ocurrido.

“Una de las razones por las que es muy difícil la denuncia, ya no solo por la vergüenza natural que siente la víctima, sino porque cuesta reconocer que quien debía cuidarte no lo hizo, quien debía construir el mundo para protegerte es quien te hace daño”, dice la psicóloga. Para quien ha ocurrido “lo impensable”, aquello que no debía ocurrir, que te haga daño quien debía protegerte, “no nombrar el hecho se vuelve una manera de sobrevivir”.

“Lo impensable” se convierte en un episodio traumático que se manifiesta de distintas maneras en la vida posterior de la víctima: “estado de desolación, de desamparo, de pérdida, de experiencias psicosomáticas, en las que la persona ve que el mundo carece de color”. La víctima, explica Guerrero, “lucha para encontrarle sentido a la existencia, al día a día; hay muchos casos de suicidio, y también actitudes extremas de pasividad, de sometimiento a otras relaciones de abuso, parejas autoritarias, hijos abusadores, jefes violentos”.

Durante las entrevistas para esta investigación, Roxana Naranjo contó que llevaba años recibiendo tratamiento psicológico con distintos especialistas. Le solicitamos conversar con su terapeuta actual en Stuttgart y nos facilitó el contacto. La psicóloga se llama Adriana César Calderón, trabaja en la asociación Freie Beratungsstelle Stuttgart e. V y nos dijo en una entrevista que el tratamiento que realiza actualmente con Roxana responde a “la aparición de un episodio depresivo con síntomas de ansiedad a raíz de la decisión de hacer públicas las vivencias traumáticas ocurridas en el pasado”.

La psicóloga César Calderón nos facilitó también un certificado firmado en el que señala, entre otras cosas, que viene atendiendo a Roxana desde junio de 2018 y que le “consta que la paciente ha recibido un tratamiento psicoterapéutico anterior de larga duración a causa de desórdenes psíquicos (posible Trastorno por Estrés Postraumático) debidos a las consecuencias de traumas en el pasado”. Según el mismo certificado firmado por Adriana César Calderón, “la paciente muestra un sufrimiento psicológico mayor al 80% de las mujeres de su grupo de edad”.

Nadia

Un año y medio antes de que Roxana llegara a París, Nadia Paredes Sanchis (Lima, 1969) ya estaba instalada en casa de sus tíos en Brianzón, a unos 700 km al suroeste de París, muy cerca a la frontera italiana. Su madre la había enviado en febrero de 1977 desde Lima a pasar allí sus vacaciones escolares. Al menos, eso fue lo que le dijo Ana María Sanchis a su ex pareja Pablo Paredes: que la hija de ambos, Nadia, volvería a tiempo a Lima para empezar el nuevo curso en el colegio. Pero no fue así. En mayo de ese año, Ana María partió de Lima con su nueva pareja, el escritor Reynaldo Naranjo y el bebé que esperaban, para reunirse con Nadia en Francia, donde empezaron a residir todos juntos como familia, algo que Paredes descubrió solo tiempo después.

La actriz Delfina Paredes, hermana de Pablo, recuerda que fue muy doloroso para toda la familia que se llevaran a Nadia sin autorización del padre. “Se trató de un viaje definitivo y no temporal, como nos habían dicho –explica–. Yo creo que cuando hay una pena tan grande, la gente está tan destrozada que le cuesta buscar justicia. Por eso creo que en lo último en que pensó Pablo fue en denunciar. En esos casos, quienes sufren son las criaturas. Acompañé a mi hermano en la dura ausencia de su hija pero jamás me imaginé esa situación horrenda que tuvo que vivir Nadia”.

En el recuerdo de Nadia Paredes, cuando su madre y Reynaldo Naranjo llegaron de Lima, éste “se acercó a mí como un amigo, como si tuviera mi edad, me contaba chistes. Yo me sentía perdida y sola porque me habían arrancado de mi papá y de su familia, de mis primas y toda la gente con la que estaba encariñada ”. Esto contrastaba con la actitud de su madre, que “cuando llegó ni me miró, yo le quería contar que estaba practicando francés, que había aprendido a nadar, pero nada de mí le interesaba”, cuenta la segunda víctima de esta historia.

Nadia Paredes, quien está hoy separada, tiene un hijo y trabaja como profesora en un colegio público de Francia, recuerda la convivencia de esos días con su madre y el escritor como “enfermiza”. “Ambos eran alcohólicos –afirma–. No se preocupaban por cuidar a los niños. Mi madre trabajaba mucho y estaba todo el día fuera de casa. No nos faltaba nada a nivel material y la casa siempre estaba cuidada, por eso creo que los Servicios Sociales nunca intervinieron, pero me dejó sola”.

La hijastra de Reynaldo Naranjo asegura haber sido acosada, abusada y violada por el escritor reiteradamente en esa larga temporada, desde mayo de 1977 hasta fines de 1979. “La primera vez que me tocó, yo tenía 7 años; vivíamos todos en una pequeña habitación de la calle Henri Barbusse, cerca de los jardines de Luxemburgo. Reynaldo estaba sentado lamentándose, y me dio pena. No recuerdo más. Luego nos mudamos a un estudio en Montrouge, cerca de París. Primero fueron tocamientos, luego empezaron las penetraciones. Yo dormía con ellos en una cama doble y mi hermano Stephane en su cuna. Mi madre solía llegar borracha y quedarse dormida. En esos momentos Reynaldo me tocaba y yo le hacía felaciones. Mi hermano muchas veces estaba delante. Oí que le daban somníferos para dormirle”. Poco después la familia se mudó a otro apartamento cercano en el mismo Montrouge. “Allí Reynaldo me sodomizó varias veces. Me decía ‘palabras de amor’, cosas pervertidas que aún me revuelven el estómago”.

Pese a su alcoholismo, la madre de Nadia Paredes conocía al menos parte de lo que estaba pasando. “A veces Reynaldo lo hacía cuando estaban todos en la habitación viendo la tele en la cama. Una vez mi madre se dio cuenta de que él me estaba tocando, se levantó violentamente, me sacó y se acostó conmigo. Yo me hice la dormida porque me moría de verguenza”, relata. Un día, al volver su madre del trabajo, cansada y malhumorada, ella le mostró un dibujo, algo nerviosa y entre risas. “A mí me gustaba mucho dibujar. Era una escena muy explícita de lo que hacíamos Reynaldo y yo. Ella me miró furiosa y me dijo algo cómo: ‘¿Qué es esta cochinada?’. Y lo tiró”. Nadia dejó hace un tiempo de comunicarse con su madre debido a su alcoholismo extremo. Nadie sabe de ella. Por esa razón no fue posible contactarla para este reportaje.

Pablo Paredes conoció a Ana María Sanchis –una mujer española que había migrado con su familia de España a Francia cuando tenía 13 años– en París, donde él estudiaba; se enamoraron, y volvieron juntos a Perú para tener a Nadia en 1969, pero la relación se rompió cuatro años después. Por esos días, Sanchis conoció a Naranjo mientras trabajaba como administrativa en la Alianza Francesa del centro de Lima. Pronto planearon el viaje de Nadia a Francia. “Ella me aseguró que solo iría a pasar vacaciones a casa de su hermana Maruchi y su cuñado Jean Pierre, a quienes yo conocía. Con esa premisa firmé la autorización de viaje de mi hija, que iría en el avión con una pareja de amigos franceses de Ana María, seguro de que regresaría, pero me habían engañado. Semanas después ellos viajarían también”, cuenta hoy Pablo, desde su casa en París. La comunicación entre padre e hija era esporádica. “Me enviaba cartas y dibujos”. En los días en que Nadia asegura haber sido violada por Naranjo, ella envió a su padre el dibujo de un elefante calvo con una trompa muy larga y esta frase: “Qué feo, ¿no es cierto? No sé a quién se parece”.

Roxana, no te vayas

Las versiones recogidas sobre este caso permiten reconstruir lo siguiente: la llegada de Roxana Naranjo de Lima al apartamento de Montrouge coincide con los días en que Nadia señala haber sido violada habitualmente por Reynaldo Naranjo. Ambas asistían a la escuela en horarios distintos, dormían en la misma habitación y se acompañaban como hermanas. “Nos encerrábamos a escuchar música, bailábamos como Travolta… era nuestra burbuja. La diferencia de edad era notable, yo estaba en otro rollo, pero ella no quería separarse de mí nunca, aunque no me imaginé por qué. En esos días Naranjo me violó y yo solo podía pensar que así al menos no violaría a Nadia, que me estaba inmolando por todos. No tenía ni idea de que ya se lo llevaba haciendo a Nadia desde mucho tiempo atrás”, cuenta Roxana.

El maltrato psicológico era habitual en esa casa. Según Roxana Naranjo, “eran dos monstruos, permanentemente ebrios”. “Ana María me reñía por comer porque yo era un poco gordita. Me amenazaba con quitarme la ropa que me gustaba si engordaba, criticaba mis gustos. Lo mismo hacía con Nadia. Ambas luego sufriríamos anorexia. De hecho, recuerdo que ya por aquella época Nadia no quería comer. Le gritaban por cualquier cosa. No había diálogos, solo reproches”, explica la hija mayor de Naranjo. Ella recuerda mucho el día que partió de regreso a Lima y tuvo que despedirse de Nadia. “Ya habíamos decidido que seríamos hermanas. No paraba de llorar, me pedía que no me fuera, movía la cabeza sin parar. Yo estaba aturdida y adormecida. Sentía pena pero no podía hacer nada. Solo ahora lo comprendo”.

Cuando Roxana se fue, dice Nadia hoy, el mundo volvió a ser un lugar oscuro.

Hace pocos días, a raíz de este reportaje, Nadia habló por primera vez de la violación con Pablo Paredes, su padre. Éste, que hoy vive en París, con su mujer, Marisa Coello, todavía está en shock: “Tenía la impresión de que Naranjo era un padre irresponsable pero ahora sé que se trata de un monstruo pedófilo”, afirma Paredes. “Hace algún tiempo Nadia me agradeció por haber ido a Francia a buscarla: ‘Ustedes (Pablo y Marisa) me han salvado’, me dijo. En ese momento pensamos que se refería a su relación con su madre... No supimos ver más allá. ¡Cómo imaginar un horror semejante! Ambos le jodieron la vida a dos mujeres y a un hombre, porque son tres las víctimas, Stephane también sufrió”. Entrevistado telefónicamente por Ojo-publico.com, Reynaldo Naranjo menciona a Pablo Paredes en su descargo: “Cómo yo voy a violar a Nadia, yo soy amigo de su padre, Pablo. Con él siempre me he llevado maravillosamente”.

Nadia Paredes cuidó de su hermano pequeño Stephane durante mucho tiempo. Aunque se llevaban menos de diez años le dio algunas de las atenciones que su madre no podía darle. Hoy el hijo de Reynaldo y Ana María, el medio hermano de Nadia, Roxana y Andrea, está ilocalizable, ninguna de sus hermanas sabe su paradero; lo que saben es que ha sido adicto a los anabólicos y ha estado varias veces preso por robo y drogas.

La hijastra de Reynaldo Naranjo ha requerido ayuda psicológica toda su vida. Actualmente se encuentra en varios tratamientos psicológicos: “Desde que Reynaldo me violó, pero sobre todo durante la adolescencia, me moría de vergüenza y de asco, y no tenía a nadie con quién hablar. A partir de los 16 años, empecé con la bulimia y la anorexia. Y me pasé 10 años así. También, intenté suicidarme delante de mi madre a los 17 años. Estuve en coma durante nueve horas. Me salvaron unos amigos que vinieron a cenar”.

Aline Assimacopoulos, la mejor amiga de Nadia Paredes desde los 13 años, cuando compartían clase en el colegio, fue quien la encontró inconsciente en su casa. Ella y sus padres llegaron hasta allí porque los habían invitado a cenar y se encontraron con una escena aterradora: “La madre de Nadia estaba completamente borracha, llorando y nos dijo que Nadia estaba mal, que se había tomado unas pastillas, pero no había atinado a llamar a nadie”. Aline cuenta que la cargaron y consiguieron llevarla hasta el hospital, donde estuvo varias horas en coma. Según le contó Nadia a su amiga después, al ver a su madre ebria una vez más, su amiga “decidió que ya no quería vivir y por eso se tomó el medicamento”.

Nadia solo le contó a Aline que había sido violada por su padrastro cuando ambas ya tenían 20 años. “Me contó que la había violado a los 7 años, muchas veces, cada día. No una vez, sino regularmente. Me dijo que no se lo dijera a nadie. Porque al principio, cuando me lo contó, ella lo veía como algo tan malo que le daba miedo hablarlo. Me dijo que le afectó. Cuando sabes todo lo que le pasó puedes entender los problemas de Nadia... Siempre ha sido una mujer muy vital, con mucha fuerza, pero el trauma también siempre la ha llevado a episodios de depresión”. Aline recuerda que a Nadia le gustaba ir de visita a su casa, porque anhelaba esa familia estable y unida que ella no tenía.

La revelación

Roxana Naranjo tiene dos hijos, Ernesto y Gabriel Velarde. Ambos recuerdan haber oído por primera vez la historia de la violación de su madre a finales mayo o principios de junio de 2005, durante la celebración por los 11 años del segundo. Allí estaban su madre, su tía Andrea, el esposo de esta, su abuela Matilde, su abuelo Reynaldo su nueva esposa, Mónica, y la hija de estos, Gabriela*. Ernesto escuchó gritos, era su madre espetándole a su abuelo: “¡Tú me violaste en París!”. Para cuando Ernesto entró a la sala, “Naranjo estaba completamente borracho, gritándole a mi mamá, insultándola, diciéndole que eso era una ofensa”. Su esposa, Mónica, y su hija menor, Gabriela, lo sujetaban y hacían esfuerzos por llevárselo. Según recuerda Ernesto, su abuelo gritaba desaforado, entre otras cosas, “¡te desheredo!”. Roxana lloraba de rabia.

En el recuerdo de Matilde Gamarra, madre de Roxana y abuela materna de Ernesto, ahí acabó la reunión. “Todos estábamos impactados. Todos menos el acusado. Gritó como un loco, pero no parecía sorprendido”. Un par de días después, Matilde buscó a su hija. “Cuando hablamos, Roxana no supo ser precisa, no quería o no podía hablar de lo que había ocurrido. Así que durante muchos años quedó siempre flotando la duda”. Según Ernesto, su madre no volvió a mencionarlo. “Tengo la certeza de que nunca más hablamos de eso, hasta mucho después, hasta hace muy poco”, dijo en una entrevista para este reportaje.

Cuando, en conversación telefónica, le preguntamos a Reynaldo Naranjo por el episodio, dijo: “Recuerdo ese día. Roxana, que bebe bastante, estaba embriagada. Nos íbamos a despedir y empieza a gritar. Salimos espantados, llorando”. Naranjo asegura que detrás de estas acusaciones hay una “confabulación” para “apoderarse de su herencia”, unos supuestos terrenos que sus padres le habrían dejado a él y sus hermanos y que llevan años intentando vender. Dice que incluso sus nietos, ahora adultos, se reunieron recientemente en su casa de Surquillo con su hija Gabriela para hablar de ese tema.

Ojo-publico.com ha recogido evidencia de que estas dos afirmaciones no se ajustan a la verdad: son conversaciones vía Facebook Messenger que confirman la participación exclusiva de Ernesto Velarde en la reunión, que esta no se realizó en Surquillo, sino en su propia casa, y que el sentido de la reunión era otro: explicarle a su tía por qué él y su hermano habían resuelto romper todo vínculo con Naranjo. A eso se suman comprobantes de depósitos bancarios hechos por los nietos, que debilitan la idea de un supuesto interés por una herencia; según Velarde, eran aportes mensuales acordados para ayudar a Naranjo en las gestiones de venta de una propiedad de su familia. Este medio también ha podido revisar mensajes de WhatsApp en los que Gabriela Naranjo le recuerda a su sobrino que no deje de hacer el depósito.

Durante esa charla, según Ernesto Velarde, Gabriela le dijo que no podía creer lo que decían Roxana y Nadia. En seguida, ella “sacó de forma tibia” el asunto de la herencia. La respuesta del nieto fue la que ya había dado varias veces antes: “nosotros no queremos nada de ese dinero”, explica. Esta versión ha sido confirmada en entrevistas con Roxana Naranjo y su otro hijo, Gabriel. “Yo les dije en más de una ocasión que esa herencia debía ser utilizada por ellos, para darles calidad de vida, que ellos lo necesitaban [el dinero]”, precisa Velarde.

Roxana Naranjo dijo a Ojo-publico.com que su padre tiene una personalidad violenta e impositiva, de rasgos muy machistas, que suele tratar mal a las mujeres y que puede tornarse especialmente agresivo, sobre todo cuando bebe. Si como Matilde asegura, fue con ella un esposo y padre irresponsable, a su última esposa, Mónica, la sometió a un constante maltrato psicológico. “La insultaba, la mandaba callar, la hacía siempre menos”, explica Roxana, algo que la hija menor del escritor, Andrea, también ha corroborado. Dos personas más que conocieron a Naranjo en esa época confirmaron a este medio haber visto escenas en que Naranjo humillaba o ejercía algún tipo de acoso sobre otras mujeres.

El primero es Ricardo Ramos-Tremolada, escritor radicado en Lisboa, y quien fue bastante cercano a Naranjo en la década del ochenta, después de que César Calvo los presentara. Según él, todo el grupo de amigos de Naranjo solía protegerse y actuar en complicidad cuando se les cuestionaba actitudes misóginas, algo que él mismo les criticó en una ocasión, a lo que Naranjo le contestó que se calmara porque “es solo una hembra”.

También afirma haber sido testigo de cómo su esposa Mónica “soportaba sumisamente sus ocurrencias, por más denigrantes y vulgares que fueran”. A Ramos-Tremolada no le sorprenden las acusaciones de Roxana y Nadia. “Los recuerdos que tengo de Naranjo encajan perfectamente dentro de esta monstruosa perversión”, señaló para esta investigación. La imagen que guarda de él es la de un charlatán y machista, siempre alardeando de cuántas mujeres había llevado a la cama. “En él se conjugaban los vicios más vergonzosos y despreciables que tanto daño le han hecho a la sociedad peruana”.

La segunda persona es Marisa Coello, esposa de Pablo Paredes, padre de Nadia, quien recuerda que una vez, en casa del periodista Raúl Vargas, coincidió con Reynaldo Naranjo. Este no la reconoció y sin siquiera saludarla, en medio de un salón lleno de gente, le soltó a boca jarro: “¿Nosotros hemos hecho ya el amor?”

La hija menor de Reynaldo Naranjo y Matilde Gamarra, Andrea, vive en Bélgica. Quizá ella sea la única de ese lado de la familia que mantuvo hasta hace poco una buena relación con su padre, porque, como ella misma dice, se parecen “en lo rebeldes”. “Sabía que Roxana y mi padre tenían una relación intensa y conflictiva”, dijo en una entrevista para esta investigación. También sabía que había algún secreto oscuro en la familia, aunque piensa que por ser la menor nunca le contaron detalles. En ese tiempo, todo lo que percibía era el alejamiento de Roxana, su ausencia, la mala comunicación que tenían. “Por eso ni siquiera abrí el correo que envió en 2011 o si lo abrí lo volví a cerrar y quise olvidarlo. Era un mensaje más de la problemática de mi hermana, yo tenía problemas, quién no tiene problemas”.

Pero ahora que sabe la historia completa todo ha cambiado. Andrea Naranjo dice que su padre fue un irresponsable, que nunca se ocupó de ellas, que abandonó a su hermano, que era un machista con su mujer, pero asegura que se está hablando de un hombre que no reconoce, porque con ella jamás se comportó así, ni con sus amigas –con las que ha hablado a raíz de este reportaje, para asegurarse de que no hubiera ocurrido algún incidente con ellas–. En parte se lo explica porque su relación nunca fue de padre e hija, sino de compañeros: “ha sido un amigo con el que tomaba pisco, leía y hacíamos bromas”. Pese a que no le constan los abusos denunciados por su hermana y hermanastra, Andrea Naranjo afirma “yo les creo a Roxana y a Nadia. Hay cosas que no se pueden perdonar”.

Andrea Naranjo dice también que sí puede dar fe del maltrato psicológico que su padre ejercía sobre su hermana. “Tenía una relación de dominación sobre ella. Cuando mi padre trataba de hacerlo conmigo yo lo mandaba bien lejos, podía decirle con confianza: ¡papá, estás fatal’!, pero mi hermana no. Ahora entiendo por qué no respetaba a Roxana, siempre la subestimaba. Está claro que de parte de ella había una sumisión por el secreto, como si él le estuviera recordando en cada maltrato que no debía contar jamás lo que pasó”, dice a Ojo-publico.com.

Andrea es voluntaria en una organización de prevención contra el abuso infantil de niños y niñas menores de 6 años en Bruselas, por eso sabe lo que significa el proceso de una “luchadora”. Así prefiere llamarla, no víctima. “Encuentro cada día personas que han pasado por ese trauma, que cuando les pasó ni siquiera sabían lo que les estaba pasando. Lo primero y más importante que les digo es: ‘no somos víctimas, somos luchadores y fuertes’”.

Denuncia pública vs. denuncia legal

En busca de la mayor cantidad de elementos sobre un caso ocurrido hace tanto tiempo, Ojo-publico.com habló con periodistas, escritores o artistas que conocieron a Reynaldo Naranjo en la época en que presuntamente ocurrieron los hechos. Max Obregón Rossi, actual decano del Colegio de Periodistas del Perú y amigo del escritor hace 38 años –desde los días en que Naranjo retornó de París a Lima para trabajar como periodista– afirma no haber oído jamás sobre los hechos denunciados por Roxana Naranjo y Nadia Paredes.

“Me parece muy raro. Siempre vi a Roxana cariñosa con Reynaldo. Jamás sospeché de algo así, pero sí pondría las manos al fuego por él. Si me quemo no será por el fuego sino por el dolor en mi alma”, señaló. Obregón Rossi asegura que Naranjo “hace varias décadas era muy bohemio y bebía mucho”, lo que lo lleva a conjeturar que “quizá en esas borracheras en su casa, algún amigo abusó de su confianza y cometió esas violaciones. Podría asegurarte que Reynaldo es más adicto al trago que al sexo. Es muy sensible. Es un poeta, es un artista. Es mi hermano mayor”.

El pintor Gino Ceccarelli Bardeli, quien conoció a Naranjo hace treinta años, a través del poeta César Calvo, tampoco tuvo noticia de los terribles episodios que describen la hija y la hijastra del escritor. “Fuera de su vida bohemia no recuerdo grandes pendejadas o maldades”, señala el artista, que dejó de frecuentarlo hace casi una década porque no podía seguir su ritmo. Ojo-publico.com habló también con otros conocidos de Naranjo, Elqui Burgos y Marcos Martos, quienes coinciden en no haber tenido una relación más allá de lo literario con el poeta y niegan haber oído esa historia o cualquiera que involucre a Naranjo en abusos sexuales, ni siquiera como un rumor.

Como las presuntas violaciones de Nadia Paredes y Roxana Naranjo ocurrieron en Francia, tendrían que haber sido perseguidas y juzgadas ahí antes que en Perú. Sin embargo, en ambos países la posibilidad de denunciar esos presuntos delitos ya prescribió. Por regla general, esto ocurre cuando ha pasado una cantidad de años similar a la pena máxima del delito, hasta un tope determinado. Es decir, si Nadia (7) y Roxana (15) hubieran sido violadas en Perú las denuncias, para poder ser perseguidas en la vía judicial, debieron ser presentadas antes del 2008 y 2009, respectivamente.

Según la abogada feminista Jeannette Llaja, “la definición de la violación sexual y sus penas se va modificando con los años. Por ejemplo, aquí hasta el 2002 si una mujer era violada con un palo se trataba de ‘actos contra el pudor’ y no violación”. Según Llaja, hoy los defensores de los derechos de la mujer quieren que la definición siga modificándose, esta vez para que “no se exija a la víctima de violación probar 'grave amenaza’ y ‘violencia’” y que sea suficiente demostrar “falta de consentimiento”.

El Congreso aprobó a inicios de julio una serie de medidas que incluye la redefinición del delito de violación sexual para centrar el tipo penal en la ausencia de consentimiento de la víctima, la imprescriptibilidad de la acción penal de los delitos contra la libertad sexual y la extensión de la pena a cadena perpetua para los violadores de menores de 14 años, y de 14 a 20 años para los de adultas. La ley fue publicada el último 4 de agosto del 2018 con la firma del presidente Martín Vizcarra.

Sin embargo, Jeannette Llaja estima que incluso estos cambios suponen un enfoque limitado del problema. “Aún la manera de tratar el tema se reduce a lo punitivo, a aumentar penas”, dice la abogada.

Llaja cree que “aunque la violación sexual siempre ha sido sancionada penalmente, históricamente no ha sido necesariamente para proteger los derechos de las mujeres sino para proteger otras cosas como el honor sexual, el honor de la familia, el del hombre de la casa que no pudo proteger a esas mujeres”. Por eso cree que hoy el tema de la denuncia pública, como la que realizan ahora Roxana Naranjo y Nadia Paredes, es una herramienta de visibilización. “Es también un medio de justicia, y una manera de reivindicar a la víctima. La gran mayoría de los casos de mujeres acosadas o violadas se han ‘resuelto’ con negociados debajo de la mesa. Por eso las mujeres buscan otra forma de justicia”, opina Llaja.

Según un informe de prevalencia hecho por la OMS, la ong Flora Tristán y la Universidad Cayetano Heredia, una de cada 5 mujeres en Lima y Cusco ha sido violada antes de los 15 años, siendo sus agresores, en la mayoría de los casos, personas conocidas, incluso de su entorno familiar (padre, padrastro, hermanos, tíos, primos).

“Hasta hoy vemos cómo esos casos se resuelven con negociaciones internas que tienen como principal objetivo proteger a esos miembros de la familia/perpetradores bajo el argumento de que lo que hicieron no era tan grave o que como eran menores no les iba a afectar tanto. Una vez más lo que menos importa es el daño que se ha hecho a la víctima, lo que se juega es el blindaje del agresor y la lógica de protección de la familia a cualquier precio, lo que acaba en impunidad. Así han vivido miles de mujeres a lo largo de la historia”, explica Llaja. Aunque hay más denuncias que antes, siguen siendo muy pocas las que se hacen, y aun son menos las denuncias cuando se trata de niños, niñas y adolescentes.

El fin del silencio

Han pasado siete años desde aquella tarde en París en que Roxana Naranjo y Nadia Paredes decidieron confiar la una en la otra y nombrar por primera vez lo que les había provocado tanto dolor. Ese día algo empezó a cambiar para ellas y dicen que, quizá después de leer sus testimonios en este reportaje, también algo cambie para el mundo. “Sobre todo para las niñas y niños –dice Nadia–, que viven desprotegidos en sus propias casas, descuidados, poco amados. Esos niños se convierten luego en adultos destrozados, infelices”.

Cuando una víctima consigue hablar de lo ocurrido, no ocurre, según la psicóloga Ana María Guerrero, de golpe, ni mucho menos. Explica Guerrero: “la persona va soltándolo como puede. De a pocos. Una vez dice una parte, pero no da detalles. Y se asusta y se calla por diez años. Después vuelve, lo dice, y si no recibe una ayuda, si no encuentra empatía, la persona se vuelve a callar”, explica la psicóloga. Si una víctima consigue articular, para sí mismo y para otros, la experiencia sufrida, “esto suele ocurrir porque han existido otras personas en su vida que le han dado otra experiencia, más empáticas, que le dieron la oportunidad de no sentirse sola, de darle sentido a la propia existencia”, nos dice Guerrero.

También Roxana se repite eso cada día al despertar: “Me digo a mí misma que mi historia es necesaria, por las niñas, por los niños. Por mis hijos, porque siento que romper esta cadena de mentiras, de silencios, de monstruosidades, limpia y abre el camino para los que vienen”.