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El terrorismo ultraderechista: una realidad desdeñada, una etiqueta inexistente

Uno tiene que percibir el terrorismo para que este exista. Es una etiqueta que a lo largo de la historia se ha puesto sobre determinados actos de violencia en función del contexto y, muchas veces, de los intereses. Ni siquiera los más prestigiosos académicos logran fijar una definición categórica y generalmente aceptada de este fenómeno. Es inútil. Cada uno pone la etiqueta cuando y donde quiere si se dan unos requisitos mínimos.

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, para Estados Unidos y otros muchos países, el terrorismo merece atención y es digno de mayor preocupación si se apellida yihadista. Preguntado sobre el auge del terrorismo supremacista y de extrema derecha justo después del atentado contra dos mezquitas en Nueva Zelanda (50 fallecidos), Donald Trump ha dicho que no lo ve como una amenaza creciente y afirma: “Creo que es un grupo pequeño de personas con problemas muy graves”. Por su parte, el comunicado del Departamento de Estado, ni siquiera mencionaba la palabra terrorismo.

La retórica es fundamental, dado que se trata de una etiqueta que ponen o dejan de poner políticos, académicos y medios de comunicación. La respuesta de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, a la peor matanza de la historia moderna del país recuerda la necesidad de repensar el terrorismo y de prestar atención al auge del ultranacionalismo y supremacismo. “Está claro que esto solo se puede describir como un ataque terrorista”, afirmó el mismo día del atentado.

Desde septiembre de 2001, existe un 'régimen de verdad' en materia terrorista. El filósofo francés Michel Foucault acuñó este concepto para referirse a la política mediante la cual se aceptan y hacen funcionar como verdaderos determinados postulados. Es decir, se crea una verdad hegemónica e indiscutible y todo lo demás es automáticamente rechazado. Foucault afirma que cada sociedad tiene su 'régimen de verdad' y en el actual, consolidado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el terrorismo es yihadista y plantea una amenaza existencial que requiere una respuesta excepcional (guerras preventivas, justifica torturas, bombardeos con drones, escuchas...).

La palabra terrorismo se popularizó por primera vez durante la Revolución Francesa como un sistema para consolidar el poder del gobierno revolucionario. Desde entonces, ha pasado por diferentes fases y periodos hasta llegar a nuestros días. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el terrorismo vivió un nuevo momento álgido durante los procesos de descolonización y el auge de grupos armados de izquierdas en el contexto de la Guerra Fría. Entonces en EEUU se desarrolló la idea de que el terrorismo era la actividad de grupos armados apoyados y orquestados por el gran enemigo del momento: la Unión Soviética.

Antes del nacimiento del 'régimen de verdad', Al Qaeda ya había atacado directamente contra el país en varias ocasiones, especialmente notables fueron los atentados contra las embajadas en Kenia y Tanzania (224 muertos) y contra el buque de guerra estadounidense USS Cole en Yemen (17 militares muertos). Sin embargo, todavía no era una amenaza excepcional que requiriese una respuesta excepcional.

¿Y si ISIS pusiese ahora una bomba contra un buque de guerra de EEUU y matase a 17 soldados? Ali Soufan, exagente del FBI enviado a Yemen para investigar el atentado contra el USS Cole detalla en su libro 'The Black Banners' cómo una fuente del Comité de Inteligencia del Senado le dijo que al Gobierno no le interesaba que se supiese que Bin Laden estaba detrás del atentado porque la prioridad de la Administración Bush era otra. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 lo cambiarían todo.

El terrorismo supremacista ya golpeó fuerte en EEUU. En 1995, Timothy McVeigh puso una bomba en un edificio federal de Oklahoma y mató a 168 personas –el peor atentado sufrido en territorio estadounidense después del 11-S–. Cuando fue detenido, McVeigh llevaba una camiseta con la cara de Lincoln y la frase 'sic semper tyrannis' (así a todo tirano), la frase que pronunció su asesino cuando le disparó en 1865.

El terrorismo de extrema derecha ha aumentado en los últimos años. En Noruega en 2011, Anders Breivik mata a 77 personas en un atentado contra un campamento juvenil del Partido Laborista. Un año después, en EEUU, el neonazi Michael Page mata a siete personas en un ataque contra un templo Sij. En 2015, Dylann Roof entra en una iglesia de Charleston, EEUU, conocida por su defensa de los derechos civiles de los afroamericanos y mata a nueve personas. En 2017, Alexandre Bissonnette, seguidor de Donald Trump y Marine Le Pen, irrumpe en una mezquita en Quebec, Canadá, y mata a seis personas. Seis meses después, en Reino Unido, Darren Osborne arrolla con una furgoneta a un grupo de musulmanes a las puertas de una mezquita y mata a una persona –el imam evitó que Osborne fuese linchado–. En octubre de 2018, el neonazi Robert Bowers ataca a tiros en una sinagoga de Pittsburgh, Estados Unidos, y asesina a 11 personas.

El terrorismo yihadista requiere una respuesta excepcional y el terrorismo de extrema derecha corresponde solo a un grupo pequeño de locos y gente con problemas. Esta visión del presidente de EEUU no permite estudiar las causas reales del ascenso del discurso supremacista y ultranacionalista y se produce, en parte, por el 'régimen de verdad' creado a partir de 2001.

En cualquier caso, ninguno de los dos tipos de terrorismo plantea el nivel de amenaza existencial transmitido desde el Gobierno. Según la Global Terrorism Database, de la Universidad de Maryland, en 2016 murieron en EEUU 64 personas por ataques terroristas y en 2017, 84. De media mueren al día 130 estadounidenses por la epidemia de opiáceos que sufre el país. Entre 1999 y 2017 han muerto unas 400.000 personas por sobredosis de opiáceos, más de la mitad (218.000), por medicamentos recetados legalmente. Solo en 2017 murieron 47.000 personas por abusar de este tipo de drogas (el 36% de ellas, medicamentos recetados).

La primera ministra neozelandesa ha mandado un mensaje: el terrorismo ultraderechista está creciendo, es un peligro, es terrorismo y hay que tenerlo en cuenta. Cuando Trump preguntó si podía hacer algo para ayudar a Nueva Zelanda, Ardern respondió: “simpatía y amor a todas las comunidades musulmanes”. La primera ministra también transmitió a los medios que no está de acuerdo con la visión de Trump de que el nacionalismo blanco no supone una amenaza creciente.

El trabajo de Foucault consiste en desprenderse de lo sabido para repensarlo de nuevo. Deconstruir el 'régimen de verdad' para ver la realidad que existe detrás de la superficie. En este caso: ver y reconocer el peligro del terrorismo de extrema derecha.