“Estábamos en plena calle, las balas venían de todas partes y no sabíamos qué estaba pasando”, cuenta el activista sudanés Hamid M. Khalafallah. El tres de junio, grupos paramilitares irrumpieron en la multitudinaria acampada protesta en la capital de Sudán, Jartum, que en los más de dos meses de movilizaciones pacíficas había logrado terminar con tres décadas de dictadura de Omar al Bashir. Los yanyauid, milicia que sigue órdenes de la Junta Militar, entraron disparando indiscriminadamente contra los manifestantes. Amanecía y los acampados salieron corriendo en todas direcciones. En mitad del caos, 61 personas perdieron la vida y 850 resultaron heridas, según ha confirmado Naciones Unidas.
En conversación telefónica con eldiario.es Khalafallah cuenta que la noche del domingo al lunes durmió en la acampada con sus hermanas, como solían hacer desde que se inició la misma en abril. El asentamiento se había instalado delante de los cuarteles generales del Ejército de Sudán, el corazón de la capital y símbolo del poder del dictador caído.
Corrieron rumores de que un grupo de milicianos rondaba la zona e iba a desalojar a unos jóvenes que aprovechaban el asentamiento para beber y fumar. “Pero nadie pensó que realmente iban a dispersar toda la acampada”, explica el activista, que lleva formando parte de las manifestaciones desde que comenzaron en diciembre.
A las cinco de la madrugada empezaron a recibir llamadas desde diferentes puntos de la acampada. El recinto abarcaba unos cuatro o cinco kilómetros cuadrados donde se llegaron a congregar cientos de miles de personas, según testigos. “Recibimos hasta cuatro llamadas para avisarnos de que grupos de milicias habían entrado por diferentes puntos de la sentada”, cuenta con voz calmada Khalafallah.
En el mismo momento varios hombres armados avanzaban hacia ellos, pegando con porras a los manifestantes. Iban vestidos como agentes de Policía, pero llevaban las botas de los yanyauid. Los yanyauid, ahora conocidos como las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), son una milicia paramilitar temida en Sudán por su violenta participación en la guerra civil de Darfur, por la que al Bashir ha sido acusado de crímenes de lesa humanidad.
No era habitual ver a agentes de la Policía, el cuerpo que normalmente patrullaba cerca de la acampada era el Ejército regular de Sudán, que no hizo nada para evitar las muertes. Los activistas apenas tuvieron tiempo de reaccionar, “empezamos a escuchar disparos, que venían de todas partes de la acampada”. “Todo el mundo empezó a correr, algunos se tiraban al suelo para evitar las balas”, recuerda Khalafallah. Llegaron más camionetas pick up abriendo fuego directamente contra los manifestantes, a la cabeza y al pecho, según cuenta. También se produjeron algunos disparos al aire y bombas lacrimógenas, pero no hubo ninguna advertencia previa, ni ningún intento de diálogo, según el activista. “Tenían un objetivo claro” que era causar bajas civiles y sembrar el caos, porque en ningún momento parecieron tener un orden o estrategia clara para dispersar a los manifestantes.
Los yanyauid rompieron las barricadas que hacían las veces de entrada al recinto, donde grupos de voluntarios se turnaban en la vigilancia y cacheaban a los manifestantes, las armas estaban completamente prohibidas dentro de la acampada. Además, la violencia fue tan repentina que los dispositivos de evacuación y seguridad no pudieron ni ponerse en práctica, cuenta Khalafallah. Junto a sus hermanas y un grupo pequeño de compañeros trataron de esconderse en un edificio aledaño. Sin embargo, tuvieron que salir corriendo cuando alguien gritó que la milicia se dirigía a su refugio, un bloque de comercios y oficinas. “Después nos enteramos de que habían entrado destrozándolo todo y arrestando a los que se habían refugiado ahí”, explica.
Entonces se dirigieron a la facultad de ciencias de la Universidad de Jartum: “Nos escondimos ahí, en una de las oficinas, desde las seis de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Éramos unas siete personas en la sala”. Cuando consideraron que podían salir tuvieron suerte y los milicianos con los que se encontraron camino a casa no les detuvieron. Los gritos y los disparos no se callaron hasta bien entrada la noche.
El día de después
Durante los días siguientes fueron conociéndose más detalles de lo que la oposición tildó de “masacre”: además de los más de 60 muertos confirmados recientemente por la ONU, otros 40 cadáveres fueron recuperados del Nilo, según el Comité de Médicos opositor, que se ha encargado de atender a las víctimas (aquí una lista de los nombres de los muertos que se han identificado). El mismo sindicato también cifró en cerca de 70 el número de violaciones por parte de la milicia, abusos que, según ha confirmado Naciones Unidas, se cometieron durante la represión en la acampada y en los hospitales donde se atendía a los heridos.
La comunidad internacional condenó los hechos y llamó a la vuelta de las negociaciones entre oposición y Junta Militar. Los yanyauid reciben órdenes del segundo líder de la cúpula militar, el general Mohamed Hamdan Daqlo, conocido como Hemedti, que se ha desvinculado de lo ocurrido justificando que su grupo armado fue víctima de una “trampa”. Ha habido también detenciones de algunos miembros del Ejército.
Numerosas organizaciones internacionales se han unido a la reivindicación de la oposición de que se lleve a cabo una investigación externa que esclarezca lo ocurrido. Hemedti, sin embargo, no va permitir la entrada de organismos extranjeros y ha anunciado la formación de una comisión interna que estudiará qué ocurrió y buscará culpables. El líder de esta comisión ya ha responsabilizado a “unos oficiales de diferentes rangos”, que irrumpieron en la zona del campamento “sin directrices de las partes responsables”.
¿Dónde está Omar al Bashir?
Omar al Bashir reapareció el domingo en público por primera vez después de ser destituido por los militares y arrestado el pasado 11 de abril. Vestido con impecable túnica y turbante blancos, ha sido trasladado bajo fuertes medidas de seguridad de la cárcel de Kober a la Fiscalía Anticorrupción de Jartum, donde ha sido interrogado por las acusaciones que pesan sobre él: por posesión ilegal de fondos después de que en su domicilio fueran encontrados unos 7 millones de euros y cerca de 351.000 dólares (313 mil euros) en efectivo y por la “muerte” de manifestantes durante las protestas que lograron su destitución.
Después del “golpe de estado” —como lo calificó la oposición— del grupo de militares que ahora gobierna el país, la coalición de partidos que lidera las negociaciones en representación de la sociedad civil continuó con las protestas y convocó huelgas para presionar y lograr la transferencia de poder. Los paros fueron desconvocados la semana pasada gracias a la mediación de la Unión Africana y la oposición ha accedido a replantearse una vuelta a las negociaciones, una apertura que la Junta ha aplaudido. Con la acampada completamente disuelta y el recuerdo de la violencia todavía presente, la oposición lleva días reuniéndose en asambleas en diferentes barrios de la capital para coordinar manifestaciones. Con el Internet cortado, estos 'comités de resistencia', imprimen carteles y se organizan a través del boca a boca. Varias capitales mundiales han organizado manifestaciones de apoyo a las revueltas y usuarios en todo el mundo han cambiado su foto de perfil a un fondo azul en homenaje a los muertos en la represión.