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El duro camino de Oxford y AstraZeneca para mantener la confianza en su vacuna

Un sargento del Batallón del Real Regimiento de Escocia prepara una dosis de la vacuna contra el coronavirus de Oxford/AstraZeneca antes de ser administrada a pacientes.

Sarah Boseley

11 de febrero de 2021 21:33 h

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Desde que comenzó la carrera para proteger a la población mundial del nuevo coronavirus, en las noticias casi no se ha dejado de hablar de la vacuna de la Universidad de Oxford/AstraZeneca para la COVID-19. Pero no siempre para bien.

Los científicos del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford, bajo la dirección de la profesora Sarah Gilber, fueron increíblemente rápidos en comenzar el desarrollo de una posible vacuna. Lo hicieron en cuanto los científicos de China secuenciaron el genoma del coronavirus detectado en Wuhan y lo pusieron a disposición de todo el mundo el 11 de enero. Usaban un prometedor método experimental que ya habían probado con el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), causado por un coronavirus similar.

Los académicos universitarios no pueden llevar a cabo por su cuenta los gigantescos ensayos que hay que acometer, con decenas de miles de personas de diferentes países del mundo. En abril se asociaron con AstraZeneca, una gran multinacional farmacéutica que, a diferencia de otras, estaba dispuesta a desarrollar la vacuna y venderla sin ánimo de lucro mientras durara la pandemia. Oxford impuso esta condición para producir una vacuna que pudiera salvar vidas en los países pobres tanto como en los ricos.

El matrimonio entre científicos universitarios y grandes farmacéuticas no siempre es sencillo. Los investigadores universitarios suelen ser los inventores de las vacunas y medicinas contra las enfermedades pero, por lo general, es la farmacéutica que compra los derechos la que se hace con el control casi total del desarrollo posterior. Pero el tiempo apremia y, cuando AstraZeneca firmó en abril, Oxford ya había iniciado los ensayos.

La interrupción de los ensayos por un voluntario enfermo

El primer contratiempo llegó a mediados de septiembre, cuando AstraZeneca interrumpió sus ensayos en todo el mundo porque un voluntario había caído enfermo. Más tarde se supo que se habían producido tres casos de mielitis transversa, una inflamación de la médula espinal, de los que solo uno podría estar relacionado con la vacuna. 

Aunque en Reino Unido los ensayos se reanudaron rápidamente, en Estados Unidos se detuvieron durante siete semanas mientras los organismos reguladores solicitaban más información. Los medios de comunicación estadounidenses dijeron que AstraZeneca no había informado sobre los casos con la suficiente antelación a los organismos reguladores, una afirmación que la empresa negó.

El error afortunado

El segundo obstáculo llegó en noviembre, con el anuncio de los resultados provisionales de la fase 3 de los ensayos. La eficacia fue de alrededor del 70%, es decir, menor que el 95% de Pfizer/BioNTech y de Moderna. Pero eso no fue lo más sorprendente, sino el extraño hallazgo de que el nivel de eficacia aumentaba hasta el 90% en un grupo de personas a las que se les había administrado media dosis seguida por una dosis completa.

Según Mene Pangalos, de AstraZeneca, fue una “serendipia”. En un primer ensayo llevado a cabo por investigadores de Oxford en Reino Unido, algunos de los suministros de la vacuna piloto no tenían la potencia esperada y hubo voluntarios que recibieron por ello media dosis. Así fue explicado a la Autoridad Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios de Reino Unido (MHRA, por sus siglas en inglés), que permitió mantener los dos regímenes de dosificación.

Pero a finales de diciembre, cuando la MHRA aprobó la vacuna, resultó que el régimen de dosificación no era lo que mejoraba la eficacia. Era el aumento del tiempo entre las dosis, dijo el regulador. En vez de un intervalo de cuatro semanas entre las dos, algunas personas habían recibido su segunda dosis hasta 12 semanas después de la primera. Un intervalo mayor daba lugar a una mejor respuesta inmune, lo que sentó las bases para la decisión del Gobierno británico de retrasar las segundas dosis para todo el mundo en Reino Unido, para cualquier vacuna. Para muchos analistas, parecía un lío.

Los datos en personas mayores

Pero la gran polémica, aún no resuelta, se ha centrado en los datos de las personas mayores, que también son las que más riesgo corren si se contagian con COVID-19. Los investigadores de Oxford que llevaron a cabo los primeros ensayos no quisieron reclutar a mayores de 65 años, de mayor riesgo por la COVID, hasta estar seguros de que la vacuna funcionaba y era segura para los más jóvenes. Esto significó que, cuando se solicitó la aprobación a los organismos reguladores, había pocos datos sobre el grupo de mayor edad.

Ni la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés) ni la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) estaban satisfechas. La FDA está esperando los datos de un ensayo con 30.000 voluntarios en Estados Unidos antes de decidir si aprueba la vacuna.

En Alemania, los asesores científicos del Gobierno fueron muy críticos. Aunque la Agencia Europea del Medicamento dio la aprobación de emergencia a la vacuna para todos los grupos de edad a partir de 18 años, países miembros de la UE como Francia, Alemania y también España han decidido no administrarla a personas mayores.

(Teniendo en cuenta los datos disponibles, la OMS recomendó este miércoles el uso de la vacuna también en personas mayores de 65 años, y el presidente del comité asesor de vacunas dijo que “no hay motivo” para no administrar esta vacuna en los mayores, que son también los más vulnerables al virus).

El ensayo con la variante de Sudáfrica

El último golpe a la imagen pública de la vacuna ha sido el pequeño ensayo efectuado en poco más de 2.000 personas menores de 40 años en Sudáfrica. En él se halló una “protección mínima” (después se dijo que del 10%) contra la enfermedad leve o moderada causada por la variante detectada por primera vez en el país.

El Gobierno sudafricano anunció entonces que interrumpía el despliegue de la vacuna y dijo que la administraría de forma escalonada a 100.000 personas para comprobar si servía como protección contra la hospitalización.

Nadie enfermó gravemente, nadie fue hospitalizado y nadie murió, pero la preocupación es que eran personas más jóvenes, por lo que es menos probable que desarrollen una enfermedad grave. Oxford y AstraZeneca dicen que todos los datos de los ensayos muestran que nadie ha enfermado gravemente tras recibir su vacuna (tampoco con las otras) y los expertos creen que sigue existiendo protección contra la variante detectada en Sudáfrica.

Pero, una vez más, es probable que la confianza en la vacuna de Oxford/AstraZeneca reciba un golpe, esté o no justificado.

(Este jueves AstraZeneca ha anunciado que tardará seis meses en producir una vacuna actualizada que ofrezca más protección también contra la variante detectada en Sudáfrica).

Traducido por Francisco de Zárate

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