Una niña indígena de 10 años se ha suicidado esta semana. Es desgarrador. Una tragedia para la que no hay palabras. Envío mi respeto a su familia y a quienes la querían.
Por desgracia, muchos de nosotros en las comunidades aborígenes estamos familiarizados con el suicidio. Especialmente el suicidio de jóvenes. Es difícil encontrar palabras para describir hasta qué punto este país puede hacer sentir a las personas aborígenes increíblemente despreciables. No puedo hablar en nombre de todos, solo de mí misma y quizá compartir mi experiencia ayuda. No busco atención, no quiero que esto trate de mí, pero he pensado que esto podría ayudar a algunas personas a entenderlo.
A menudo cuento la historia de cuando, siendo una adolescente aborigen, gorda y acosada, levantaba los brazos frente a las cortinas de encaje blanco de mi habitación y lloraba. De verdad pensaba –en aquel momento– que el mundo no tenía sitio para mí. Que yo era inútil. Todo lo que quería era escribir y ser actriz, pero no había nadie como yo en las revistas que leía o en las películas que veía.
Siempre me pongo llorosa cuando cuento esta historia, y las lágrimas me alegran porque se me da muy bien convertirlas en algo divertido y la historia que cuento acaba precisamente en eso. Pero va más allá. Esa adolescente indígena de la que hablo, la que no encontraba sitio para ella en este mundo, pensó en suicidarse todos los días, varias veces al día. En el colegio oía chistes de aborígenes todo el tiempo. Todos los días me hacían sentir vergüenza de quién era. Por mucho que mis padres intentaban hacerme sentir orgullosa y fuerte, no se puede hacer la vista gorda con la opresión sistemática, especialmente si eres una niña.
Esa idea de Australia, una Australia que no te incluía, en la que no debías estar, era algo que existía todos los días y sigue existiendo. Tenemos que vivir en un país que trató de eliminarnos. Intentad crecer con eso.
Sigo pensando en suicidarme todos los días. Sigo sintiéndome despreciable. Pero tengo el privilegio de tener apoyo a mi alrededor para luchar contra eso. Y combatirlo. Tal y como hicieron mi madre, mi padre y sus abuelos. Porque esto es algo con lo que pelean familias enteras de personas aborígenes, comunidades enteras, una raza entera.
Me siento afortunada de seguir viva a día de hoy. De tener los suficientes privilegios en torno a mí para sobrevivir al trauma mental y emocional de ser indígena en este país. Pero que una persona aborigen elija seguir con su vida, que incluso eso sea una opción, no debería ser cuestión de suerte. Algo tiene que cambiar. Drástica y rápidamente. El apoyo y cuidado que tengo a mi alrededor como persona indígena no debería ser un privilegio. Es un derecho humano.
Simplemente no quiero que la gente piense que este problema es ajeno a ellos. Que la Australia en la que el índice de suicidios de personas aborígenes está creciendo es distinta de la Australia en la que viven. Porque no lo es. O que solo ocurre en ciertos grupos de personas aborígenes.
Quiero que las personas no indígenas sepáis que la destrucción de un pueblo del que depende este país os rodea a todos, cada día, y está más cerca de lo que pensáis. Por favor, pensad hoy en esa niña pequeña y en la familia y la vida que ha dejado atrás. Pero haced algo más que pensar: intentad encontrar una forma de ayudar a las personas sobre cuyas espaldas se han construido vuestras vidas.
Traducido por: Jaime Sevilla