Amazon está llevando a cabo sus propios juegos del hambre. Los concursantes son 238 ciudades y regiones de EEUU. El premio es ser elegido como segunda sede de Amazon y la consecuente promesa de emplear a más de 50.000 personas. Estas ciudades están envueltas en una dura batalla por presentar la mejor oferta y harán y darán lo que sea para ser las elegidas.
En una era de austeridad brutal, las ciudades están vacías y esperando un mesías. Como al sector tecnológico le sobra el dinero, solo presentándose y pronunciando las palabras mágicas –crecimiento, empleos, inversión e innovación– los dirigentes de las ciudades se rinden a su voluntad. La competición por convertirse en segunda sede de Amazon es el último ejemplo indignante de un régimen tecnocapitalista que está cautivando a ciudades de todo el mundo.
Aunque hasta ahora solo 30 propuestas son públicas, muestran un escenario preocupante en el que las ciudades compiten con lo que sea para vender su alma a Amazon. Tal y como informa the Seattle Times, el dinero, las ventajas y el poder que las ciudades están dispuestas a entregar a Amazon es irritante. Va mucho más allá que los subsidios y las exenciones fiscales más comunes.
Nueva Jersey ha ofrecido 7.000 millones de dólares en incentivos a Amazon si la empresa construye la segunda sede en Newark. Mientras que en una propuesta que debería ser ilegal, la oferta de Chicago obligaría a los empleados de la segunda sede a devolver parte de su salario a Amazon en forma de “impuesto sobre la renta”. Es decir, los empleados de la segunda sede seguirían teniendo deducciones fiscales, pero en lugar de que los impuestos vayan al Gobierno –para financiar cosas como servicios públicos e infraestructuras– se entregarían a Amazon. Este es un caso en que los impuestos son realmente un robo (de salario).
En un estilo de ofertas igualmente inauditas, Fresno, California, ha propuesto la creación de un Fondo Comunitario de Amazon: un nombre inofensivo para un plan insidioso. Durante 100 años, el 85% de todos los impuestos recaudados de Amazon se ingresarían en una cuenta controlada conjuntamente por los dirigentes de la ciudad y los ejecutivos de la empresa. Los impuestos se invertirían para financiar la segunda sede y las promesas de Fresno para promover el papel de Amazon como benefactor para cualquier proyecto financiado por el “fondo comunitario” (es decir, dinero público).
Es alarmante que tantas propuestas traten básicamente a Amazon como un ente soberano a la hora de recaudar impuestos para la empresa y permitiéndole controlar el gasto fiscal. Amazon –y por extensión su fundador y consejero delegado de los 100.000 millones de dólares, Jeff Bezos– será proclamada reina de la ciudad a la que decida honrar con la segunda sede de la empresa.
En la revista N+1 Magazine, Nikil Saval muestra que la competición por la segunda sede de Amazon no es solo un proyecto fascinante para las ciudades, sino que es una súplica melancólica por la revitalización: “Todas las ciudades se vieron obligadas a darse cuenta de su carencia fundamental: que, en última instancia, todo su incansable trabajo por fomentar el desarrollo se quedaría en nada si no tienen a Amazon”.
Ojalá los juegos del hambre de Amazon fuesen un espectáculo único, una excepción, en lugar de simplemente una advertencia más que indica que vamos en una dirección desalentadora. Francamente, el futuro de nuestras ciudades parece lúgubre: Amazon ejerciendo de amo de ciudades desesperadas, al tiempo que Google es dueño de distritos urbanos enteros, que Bill Gates construye su propia ciudad inteligente y que Uber privatiza los servicios de la ciudad.
Estos no son acontecimientos independientes. Son manifestaciones de una agenda global: la toma de poder tecnocapitalista de las ciudades. Aunque las promesas de las empresas de crear empleos con salarios elevados y de hacer inversiones en la infraestructura de la ciudad tientan a los políticos, los efectos inmediatos de esta agenda los pagarán los ciudadanos de a pie a través de impuestos cada vez más altos, aumentos en el precio de la vivienda y la venta de bienes públicos.
Las ciudades representan la última gran oportunidad de extracción de valor para las empresas tecnológicas, ya que están llenas de servicios públicos que “alterar”, arcas públicas que asaltar y gente a la que explotar. Aunque las ciudades estadounidenses ya saben lo que es la privatización, la entrada de gigantes tecnológicos en el desarrollo urbano augura a largo plazo una reorganización del poder local basada en plataformas como Amazon y Uber, extracción de datos y control de gestión. Todo esto convierte las ciudades en máquinas de hacer dinero para los capitalistas tecnológicos.
En el corazón de esta agenda de capitalismo tecnológico hay una nueva concepción de lo que significará vivir en la ciudad: cómo tendremos acceso a bienes y servicios (¡Amazon!), cómo nos moveremos (¡Uber!), cómo pagaremos la vivienda (¡Airbnb!), cómo se nos gobernará (¡Google!) y cómo se nos reconocerá como ciudadanos con derechos, si es que eso ocurre. El auge de las “ciudades inteligentes” es un gran experimento en lo que significará vivir y resistir a los poderosos sistemas en red basados en información.
Esto puede que no suene tan mal, si eres lo suficientemente privilegiado como para disfrutar de las modestas ventajas y capacidades que proporciona la tecnología inteligente. Para muchas personas que no tienen esa posición en la sociedad, sin embargo, esta visión de la ciudad suena a servicios inaccesibles, alquileres prohibitivos, poder absoluto y políticas no democráticas.
Amazon ha anunciado que tomará la decisión final sobre la localización de su segunda sede en 2018. A donde quiera que vaya, Amazon modificará el paisaje urbano para alimentar su hambre de poder y beneficio. Ese mismo hambre impulsa la toma de control del capitalismo tecnológico. Las promesas de prosperidad y progreso no nos pueden tentar tanto como para no darnos cuenta de la peligrosa agenda que está en marcha. El futuro de nuestras ciudades está en juego.
Jathan Sadowski es investigador postdoctoral en ciudades inteligentes en la Universidad de Sydney, Australia, y Karen Gregory es profesora de Sociología Digital en la Universidad de Edimburgo.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti