La presidencia de Donald Trump termina como empezó, con un espectáculo mediático. El asalto al Capitolio del 6 de enero fue la culminación de una presidencia caracterizada por la manipulación de los medios y las conspiraciones en la red. Una presidencia que convirtió la política en un producto mediático y lo mediático en política.
El presidente de EEUU deja a los medios tratando de darle sentido al mundo post-Trump, a las redes sociales tambaleándose para ponerse al día con los nuevos usos y abusos de sus plataformas, al Partido Republicano luchando por mantener a los “patriotas de Maga” (por las siglas del lema de Trump, Make America Great Again) que se comienzan a separar del partido, y a la nación preguntándose cuál será el próximo paso de los trumpistas.
“El ataque” contra el Capitolio es el resultado de un nuevo tipo de conspiración: una potente mezcla de desinformación y de rumores posibilitada por las redes sociales, alentada por los políticos y creadores de opinión, y caracterizada por una falta total de confianza en la prensa.
En Washington, el mitin del 6 de enero empezó con una serie de discursos largos y aburridos hasta que Trump anunció el lugar de la siguiente parada. “Vamos a marchar hasta el Capitolio y vamos a aplaudir a nuestros valientes senadores y congresistas. Probablemente no vamos a aplaudir a algunos de ellos, pero no vais a recuperar nuestro país nunca con debilidad. Hay que mostrar fuerza y hay que ser fuerte.”
Su llamada a la acción era la instrucción explícita que muchas de las personas reunidas en la capital habían estado esperando. Se les había dicho que “confiaran en el plan” y el plan ya estaba sucediendo.
Aunque la policía del Capitolio decía que no preveía ninguna violencia, muchos analistas tenían claro que sembrar la anarquía era parte del plan. En todas las plataformas de redes sociales, investigadores y periodistas llevaban semanas documentando decenas de miles de mensajes sobre las “salvajes” protestas que se avecinaban. Todas esas pruebas, junto con los altercados que hubo durante la noche anterior al mitin en Washington, cuando se retransmitieron en vivo llamamientos a entrar en el Capitolio, además del arresto del líder de los Proud Boys, por destrucción de propiedad y posesión de munición ilegal, debería haber sido suficiente para llamar a la Guardia Nacional. No hacerlo costó vidas.
De qué hablamos cuando hablamos de política
Como nación, vivimos el asalto como un “espectáculo mediático”, un evento social trascendente explicado a través de la lente de los medios tradicionales y las redes sociales, donde el cine y la sociedad se encuentran. Fue el día de mayor audiencia en toda la historia de la CNN.
Cuando hablamos de política, de lo que en verdad estamos hablando es de lo que dicen los medios sobre la política, un principio que se hizo explícito en la era Trump. Lo que la gente asume como verdadero hoy se ha vuelto más complejo debido a la estructura de las nuevas tecnologías como las redes sociales, que han acelerado el espectáculo mediático y lo han fragmentado en realidades alternativas compitiendo unas con otras.
Los que asaltaron el Capitolio parecen ser gente de todo tipo, pero hubo un grupo que destacó, el de blancos mayores. Entre ellos se encontraba Richard Barnett, el hombre de 60 años de Gravette (Arkansas) cuya imagen sentado en el escritorio de Nancy Pelosi se hizo viral. En Internet los llaman los “boomerwaffen”, un nombre peyorativo referido a la generación Baby Boomers (nacidos entre 1946 y 1964) radicalizada por los programas de radio ultraconservadores que emiten en AM y por las noticias de la televisión por cable. El añadido ‘waffen’ hace alusión a los terroristas de la Atomwaffen Division, que se inspiran en la milicia del partido nazi.
Los boomerwaffen aparecieron camuflados de pies a cabeza con el “uniforme Trump”, agitando banderas con su nombre y bebiendo de tazas con las siglas Maga. En las retransmisiones en vivo, se les escuchaba repetir las afirmaciones de sus YouTubers y podcasters favoritos, haciendo referencia a la teoría de la conspiración QAnon y a un complot inventado para robar las elecciones a Trump. Ignorando los riesgos de la pandemia, creían que el 6 de enero era su última oportunidad para presionar al vicepresidente Mike Pence y a los republicanos para que rechazaran el resultado electoral, después de los casi 60 casos judiciales desestimados por falta de pruebas.
Los “boomerwaffen” ocupan un espacio del ecosistema mediático donde Trump aún tiene una oportunidad, en el cual QAnon sigue filtrando secretos del gobierno, y donde Rudy Giuliani es un buen abogado que pelea contra un sistema amañado. Los boomerwaffen luchaban para evitar lo que representan Joe Biden y Kamala Harris, la próxima democracia multirracial.
Crear y mantener ese universo para los boomerwaffen demanda una cantidad increíble de recursos. Las campañas de desinformación de Trump son un espectáculo mediático que involucra una gran gama de operativos políticos, de expertos en medios, de abogados y de creadores de opinión que, un día tras otro, crean, publican y comparten un torrente de mentiras y rumores en la web, en las noticias y en la radio. Todo a la vez.
Sólo por citar a algunos, esta red de medios alternativos cuenta con el elenco estelar de Steve Bannon, Sidney Powell, Lin Wood, Rudy Giuliani, Ali Alexander, Roger Stone, One America News, Newsmax, Peter Navarro, Mike Lindell, Nick Fuentes, y Ron Watkins. Un grupo que se ha pasado los últimos cuatro años construyendo una red de medios conservadores para servir los intereses de Trump. Crear un fuerte de medios Trump es rentable.
Por ejemplo, millones de estadounidenses creen hoy que el asalto al Capitolio fue orquestado por el grupo de izquierdas Antifa después de que el periódico The Washington Times publicara en redes sociales una historia falsa durante este momento de crisis nacional. El representante republicano Matt Gaetz repitió la afirmación en el Congreso y otros creadores de opinión la retuitearon. El Washington Times corrigió la historia después, pero ya había logrado su objetivo político: enturbiar las aguas y desplazar la culpa en el primer momento.
Es un ejemplo de desinformación a escala, donde numerosas personas creen ahora una versión falsa de los hechos porque los manipuladores emplearon la táctica de colocar lo falso al principio de la cadena informativa, aprovechando la velocidad del último minuto para acelerar la amplificación algorítmica. Si lo hizo Antifa, ¿cómo es posible que Trump sea responsable?
Las plataformas de redes sociales han incentivado y permitido la conspiración y el extremismo, pero lo ocurrido en el Capitolio es una prueba inequívoca de que hemos entrado en la nueva era que lleva tiempo gestándose. Han sido años de abusos de los espacios publicitarios en las redes sociales, de formas extremistas de organización, de una viralización oculta de las teorías de la conspiración, y de una aplicación de los términos de servicio lamentablemente incompleta.
Las élites políticas y los creadores de opinión con presencia en redes siguen abusando de las plataformas de Internet. Tras las audiencias en el Congreso sobre redes de bots y desinformación extranjera, las empresas tecnológicas introdujeron cambios en su política así como intervenciones limitadas para enfrentar los discursos del odio, la pornografía y las teorías de la conspiración de los supremacistas blancos, pero las modificaciones no han tenido un gran efecto. Los insurrectos del Capitolio no pertenecían al movimiento de la derecha alternativa, ni eran dirigidos por redes extranjeras de bots. Trump y sus aliados usaron las redes sociales para ejecutar un gran intento de supresión del voto en las elecciones y privación de los derechos de millones de personas.
La infraestructura de la insurrección
Tras ver el “daño en el mundo real” producido en la marcha de la derecha de Charlottesville, las empresas tecnológicas dejaron sin plataforma a conocidos grupos de odio una vez esto ya había ocurrido. En Washington tampoco tomaron las medidas necesarias a tiempo y hay cinco personas muertas. Pero no deberíamos tener que esperar a que haya muertos.
Las redes sociales ponen a disposición de todos la infraestructura necesaria para conectarse, colaborar y organizarse y eso debe ir acompañado de una mayor responsabilidad, especialmente para aquellas personas influyentes y con un gran número de seguidores. La misma tecnología que puede servir para apoyar movimientos históricos en cambios sociales positivos, también puede llevar a la opresión política en las manos equivocadas. Cuando el presidente usa las redes sociales para llamar a la acción y dice “Be there, will be wild” (“vete allí, será salvaje”), no está hablando de protestas sino de rebelión.
La propia estructura de estas plataformas aumenta el eco de lo marginal, tanto en lo financiero como en lo político. Las redes hicieron de Trump al “Dios Emperador” de un ejército online; convirtieron en tema de conversación a participantes en el asalto como Q Shaman, Baked Alaska y Richard Barnett, y transformaron en mártir a Ashli Babbitt, la mujer que falleció por el disparo de un guardia en el Capitolio.
Los medios de comunicación partidistas, como Fox, también juegan un papel fundamental, pero Facebook y Twitter tienen un propósito diferente: no sólo facilitan la distribución de contenidos, sino que sirven para organizar y coordinar la acción.
Desde el ascenso de Trump, las plataformas tecnológicas se han concentrado en evitar los abusos de bots y de grupos de odio, insistiendo en que es técnicamente viable dejar que el aprendizaje automático del sistema informático se ocupe de restringirlos. Pero por mucho que los consejeros delegados de las tecnológicas deseen que eso sea cierto, esta estrategia no sirve contra estos movimientos de mentalidad conspiranoide y formados por personas reales que pueden evadir fácilmente las prohibiciones o recurrir a plataformas alternativas para reagruparse y montar otro ataque.
Para los boomerwaffen, asaltar el Capitolio fue lo correcto y el espectáculo mediático que se generó es una prueba de que hay un complot en contra de Trump. Ahora las empresas de tecnología deben hacer todo lo que puedan para mitigar el daño que esta vasta red de desinformadores ha provocado en el ecosistema de la información y en las mentes de millones de personas. Ya es suficiente.
Los responsables políticos entendieron el mensaje alto y claro: tener empresas de redes sociales no reguladas es un peligro para la democracia. Esta debería ser una lección también para las tecnológicas: cuando dejas que se enquiste la desinformación, se acaba infectando todo el producto.
Traducido por Francisco de Zárate.