Bill Cosby, Trump y las mujeres sin credibilidad
No debería sorprendernos el hecho de que, a pesar de ser descubiertos o de admitir haber agredido a mujeres, los hombres todavía obtengan el beneficio de la duda.
“Cuando eres famoso, te dejan hacerlo”. El ya famoso alarde de Trump sobre cómo trata a las mujeres fue lo primero que se me vino a la mente cuando escuché que habían anulado el juicio contra Bill Cosby por agresión sexual. Lo segundo que pensé fue: nunca nos creerán.
Hasta hoy, casi 60 mujeres han denunciado que el famoso actor de televisión las agredió sexualmente. Imaginaos 60 mujeres reunidas en una habitación. Son decenas de mujeres, suficientes como para llenar varias aulas o para formar varios equipos deportivos. Pero parece que no importa cuántas mujeres cuenten su historia –si es una, si son diez o varias docenas–, los estadounidenses no se convencerán de que en este país las violaciones y el acoso sexual quedan impunes.
Nos dicen que las mujeres mienten para llamar la atención, a pesar del hecho de que la “atención” que viene junto a una denuncia de violación a menudo es más acoso o amenazas. Nos dicen que las denunciantes sólo buscan fama y fortuna, como si ser víctima de una agresión sexual fuera un buen plan para hacerse rico.
Pareciera que cualquier argumento es mejor aceptado que la simple explicación de que las mujeres dicen la verdad.
Incluso cuando los hombres son descubiertos in fraganti, la gente suele encontrar formas de justificar el comportamiento criminal. Cuando en 2002 tres agresores filmaron cómo violaban en grupo a una adolescente en estado de inconsciencia, los abogados defensores le dijeron al jurado que la chica quería ser actriz porno: “Le gusta que le tomen fotos”. En el primer juicio, el jurado no llegó a una decisión final.
Cuando dos transeúntes descubrieron y detuvieron a Brock Turner mientras éste violaba a una mujer, a Turner lo condenaron a sólo tres meses de cárcel. En una carta de apoyo a su hijo, el padre de Turner escribió que enviar a un joven a la cárcel “es un precio muy alto por 20 minutos de acción”.
En 2005, Cosby confesó, durante una declaración por una demanda civil presentada por Andrea Constand, que le daba a las mujeres metacualona, y que conseguía ilegalmente las recetas para comprar el sedante. En la misma declaración dijo: “Entro en una zona entre el permiso y el rechazo. No me detienen”. Deberíamos creerle.
No debería sorprendernos el hecho de que, a pesar de haber sido descubiertos o de haber confesado la agresión sexual, los hombres todavía obtengan el beneficio de la duda. Después de todo, Estados Unidos votó por un presidente que ha sido acusado de acoso sexual por muchas mujeres y que admitió en un audio haberles metido mano a mujeres sin su consentimiento, y todavía decimos que son “charlas de vestuarios” o que así son los hombres.
Y cuando se acusa a hombres poderosos de agresión sexual, no se trata a las denunciantes como víctimas, sino que las víctimas parecen los mismos hombres acusados.
Ante el anuncio de la anulación del juicio contra Cosby, su propio publicista declaró: “El Sr. Cosby ha recuperado su poder. Lo ha recuperado. Se lo han devuelto”. Como si alguna vez se hubiera cuestionado el poder que tiene. Como si simplemente esperar que responda por una de las decenas de acusaciones que se la han hecho fuera equivalente a la impotencia total.
Me alegro de que los fiscales del caso de Cosby hayan dicho que lo llevarán a juicio otra vez. Ojalá me sintiera más confiada en que un nuevo juicio llegará a algún fin, en lugar de ser más de lo mismo.
“Puedes hacer lo que sea”, alardeaba Trump en aquel audio. Pues parece que tenía razón.
Traducción de Lucía Balducci