A veces en política hay que luchar por las cosas en las que uno cree. En esta coyuntura de colapso geopolítico, creo que permanecer en la Unión Europea y reformarla es más seguro que quedar a la deriva y con un grupo de xenófobos conservadores de la derecha al mando.
Pero desde el referéndum de 2016 he entendido que un gobierno laborista de izquierda solo podrá armarse con una coalición que incluya a votantes de los dos lados del Brexit. Fundamento esta creencia en mi experiencia de las elecciones generales de 2017, mientras hacía campaña en áreas profundamente obreras. Para poder pasar de los 30 segundos, la conversación en la puerta de los votantes tenía que incluir esta primera frase: “Cumpliremos con el Brexit”.
Pero los votantes eligieron a Theresa May para cumplir con el Brexit, así que la responsabilidad por la catástrofe en curso es suya. Ahora que parte con destino Bruselas hacia nuevos días de negociaciones estériles, los que apoyaron el Brexit tienen que enfrentar la verdad: no hay forma posible de Brexit que les vaya a gustar.
En su estrategia de negociación, May entregó todo el poder a Europa. Como era consciente de que no había forma de vender ese acuerdo entre sus propios votantes, no quiso que se supiera nada hasta este verano. Cuando lo hizo público, tal y como se esperaba, vinieron las divisiones en el gabinete y la parálisis del Gobierno.
Si alguna vez llegamos a la instancia en que la primera ministra se atreve a celebrar una votación por el acuerdo del Brexit, pido que el Partido Laborista lo rechace y despliegue todas las estrategias parlamentarias posibles para derrocar al actual Gobierno. Eso podría incluir una moción de censura, reprobar a la propia May, o incluso un gobierno minoritario encabezado por Jeremy Corbyn si alcanzan los votos para lograrlo.
A May se la asignó la misión de lograr un acuerdo del Brexit que después fuera aprobado por los diputados. Si fracasa, ninguna combinación posible de votos, ni sumando los del Partido Conservador con los del Unionista Democrático de Irlanda del Norte, podrá mantener al Gobierno en funcionamiento, ¿y entonces qué?
El Partido Laborista hizo bien en respetar la validez del referéndum del Brexit proponiendo una salida de la Unión Europea que reducía los riesgos económicos y mantenía al Reino Unido geopolíticamente cerca. Convertir al laborismo en el “partido de la permanencia” en la Unión Europea habría sido un suicidio electoral y hubiera polarizado innecesariamente la política hasta niveles de guerra cultural, tal y como ha hecho Donald Trump en Estados Unidos.
Pero esa etapa del laborismo tendrá que terminar en cuanto el parlamento rechace el acuerdo de May. Los líderes del partido laborista deben aceptar el hecho de que, por causas ajenas a su voluntad, se están reduciendo a toda velocidad las posibilidades de un Brexit “blando” y a medida, capaz de mantener a Gran Bretaña cerca del mercado único y dentro de la unión aduanera.
Probablemente, la única forma disponible de Brexit suave sea la llamada Noruega-plus. Defendida tanto por diputados conservadores como laboristas, esta alternativa implica participar de la unión aduanera, permanecer en el mercado único y aplicar un “freno de emergencia” a la libre circulación de personas.
No es lo ideal, pero es una solución que podría cumplir con el deseo de muchos votantes en las ciudades que peor lo están pasando: resuelve el asunto Brexit, concede un mínimo control sobre la política de migración y permite seguir adelante. Yo apoyaría ese modelo si lo respaldara una coalición coyuntural de laboristas y nacionalistas. Pero los números del parlamento no parece que alcancen y no creo que algo así vaya a funcionar.
¿Qué tiene que hacer el Partido Laborista?
¿Cuál es entonces la solución alternativa del laborismo? ¿Un segundo referéndum en el que el partido hace campaña por seguir en la Unión Europea, tal y como sugirieron John McDonnell y Keir Starmer? ¿O debería convertirse en la fuerza de retaguardia que termina la misión encomendada por la mayoría en junio de 2016? En ese caso, el objetivo debería ser conseguir un acuerdo de Brexit suave capaz de unir a los ciudadanos. La respuesta a este dilema depende de una pregunta que muchos miembros del Partido Laborista de Corbyn no quieren responder: ¿a quién representa realmente el Partido Laborista?
Desde 2014, está claro que la alianza tribal que solía llevar al laborismo al poder está sufriendo tirones. Se trata de un grupo tradicionalmente compuesto por los pueblos ingleses de clases trabajadoras, los habitantes de las grandes ciudades de Gran Bretaña, la mayoría de la población escocesa y de Gales y, para cerrar, el cambiante voto de las clases medias urbanas. Pero esa antigua alianza tribal empezó a desmoronarse desde el momento en el que una mayoría de escoceses jóvenes y formados se alistó en el proyecto independentista, seguidos por la izquierda radical de Escocia.
También se ha abierto una brecha cultural. Las ciudades, los universitarios, los empleados del sector público y los profesionales de clase media son ahora más favorables a la inmigración, más pro globalización y más progresistas en lo social que antes. Pero en los pequeños pueblos, y entre las personas con bajos niveles de ingresos y formación, el desplazamiento cultural va en sentido contrario. Y para terminar, lo único que le interesa al cambiante voto de la clase media es ponerle fin al actual clima de rebeldía y desorden.
El problema habría sido menos grave si el Partido Laborista siguiera siendo una cáscara sin nada por dentro, privado de la participación de las masas y sin una intensa vida intelectual. En la época de Ed Miliband, los entusiasmos y las animadversiones que hoy animan a las bases del laborismo se habrían ido filtrando hasta desaparecer entre las capas de una insípida tecnocracia. Pero cientos de miles de personas han acudido en masa al proyecto de Corbyn y, es importante destacarlo, lo han hecho desde pueblos obreros pero también desde ciudades universitarias. La clase obrera manual y los asalariados con formación.
Lo que une a esta mayoría de la que, insisto, también forman parte comunidades de la clase trabajadora, es una actitud ante la vida global y socialmente progresista, el anhelo de un programa radical de inversión y redistribución, y el apoyo a los Derechos Humanos.
En la ciudad industrial donde me crié, el movimiento obrero trazaba una línea con valores que atravesaban a la clase trabajadora: justicia social, tolerancia y solidaridad. Aunque siempre hubo gente al otro lado, antes votaban a los conservadores y no al Ukip, el partido de la Independencia del Reino Unido.
No a la xenofobia. No a la misoginia
¿A quién representa el Partido Laborista hoy? La respuesta debería ser evidente. A los que están dispuestos a anteponer datos contrastables frente a prejuicios, a los que quieren luchar por la justicia social y salvar la globalización reduciendo su intensidad, a los que no se prestan a tirar a sus colegas racializados bajo el tren de la xenofobia. El Partido Laborista representa a las mujeres y no a los misóginos. A los internacionalistas y no a los nacionalistas.
Los militantes del laborismo son los que mejor lo saben. Una semana sí y otra también tienen que discutir, cara a cara, con los racistas y los Little Englanders [término despectivo para referirse a los partidarios del Brexit] de los pubs, clubes y puestos callejeros que hay por todos los pequeños pueblos de Gran Bretaña. Tengo amigos entre esos militantes y me dicen que no están esperando ansiosos a que se celebre un segundo referéndum. Aunque siga cayendo el número de personas que apoyan el Brexit, ver cómo sus sueños se desvanecen ha hecho crecer aún más el enfado.
Pero no he conocido prácticamente a nadie dentro del Partido Laborista que quiera acudir a las próximas elecciones con un programa de apoyo al Brexit. De forma anecdótica, he encontrado que la permisividad con la idea del Brexit está a punto de terminarse entre las familias laboristas que permanecieron fieles a Corbyn y entre los miembros de Momentum. Y es que el proyecto Brexit ha fracasado bajo el diseño y la gestión de sus defensores. El único Brexit posible es uno que sus votantes no piensan aceptar.
Así que si el Partido Laborista no logra desencadenar unas elecciones, debería presionar en el Parlamento para que haya un segundo referéndum y hacer campaña por quedarse dentro de la UE. ¿Pero qué pasa si logra desencadenar elecciones? Si aceptamos la soberanía del Parlamento, ¿por qué tienen los laboristas que atarse a un proyecto fracasado, concebido por los adversarios, y en el que no cree ninguna facción significativa del partido?
La estrategia de dejar que sea la experiencia la que enseñe a los partidarios del Brexit ha resultado acertada: han aprendido que el Brexit duro es una fantasía, que Boris Johnson es un cobarde, y que los conservadores son un caos. Pero ya ha llegado la hora de reemplazar esa estrategia con una batalla por los principios y por el futuro. Para capear la tormenta, el Partido Laborista debe luchar por los valores en los que creen sus miembros, sus activistas y sus votantes fieles. No parece que esos valores incluyan ninguno de los Brexits que serían posibles en 2019.
Así que ante la posibilidad de unas elecciones repentinas pido al Partido Laborista que regrese a su posición anterior: permanecer en la Unión Europea y trabajar en su reforma, ofreciendo un referéndum de “última palabra” una vez que el laborismo llegue al poder. La autoridad moral que ejerce el resultado del referéndum de 2016 ya habrá desaparecido. Por el empeoramiento de la situación geopolítica, por los tres gobiernos europeos de izquierda con los que ahora es posible aliarse para mejorar el Tratado de Lisboa con un nuevo y mejor pacto, y por las tres nuevas cohortes de jóvenes de 18 años a las que debemos dejar opinar.
No estoy desestimando el temor de los dirigentes sindicales y los diputados del norte de Inglaterra por una reacción violenta de los partidarios del Brexit. Pero quiero que todo eso forme parte del debate público, tal y como ocurrió durante la conferencia del Partido Laborista. Por eso pido, igual que el líder sindical de los transportistas, Manuel Cortes, que si logramos esas elecciones rápidas el programa del Partido Laborista sea decidido por un órgano electo del Partido (su comité ejecutivo, una conferencia especial o el comité previsto en la Cláusula V) tras un debate público y basado en información contrastable.
La conferencia del Partido Laborista dejó “todas las opciones sobre la mesa”. Entre ellas, un segundo referéndum y una votación por permanecer dentro de la Unión Europea. En ninguna parte de la moción que se presentó en la conferencia por el tema Brexit se decía que un segundo referéndum sería una “traición”. Ese es el lenguaje de nuestros opositores. Nuestra responsabilidad es luchar contra él hablando de cosas que den esperanza.
Traducido por Francisco de Zárate