Cuando le llegó el turno a Olena para ser interrogada, ya había estado tres semanas pasando frío, hambre y durmiendo en el suelo. A pesar de todas las duras experiencias, para ella el momento más humillante del calvario vivido desde que huyó de su casa en Mariúpol (Ucrania) fue que un oficial le ordenara que se quitara la blusa para una inspección.
“Los moratones en los hombros pueden indicar que eres una francotiradora”, le dijo un oficial a Olena, según explica ella desde un café de Tiflis, la capital de Georgia. Estaba horrorizada. “Le dije que este agosto voy a cumplir 60 años. ¿Cómo voy a ser una francotiradora?”. Al oficial no pareció importarle. “De todos modos, no llevo las gafas”, le dijo. “Quítate la blusa”.
Historias como la vivida por Olena en un campo de filtración en Nikolske, una ciudad de la autoproclamada República Popular de Donetsk (DNR), son comunes entre el creciente número de refugiados ucranianos que están ahora en Georgia. Desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania, se calcula que unos 20.000 ucranianos han huido a Georgia, muchos de los cuales llegan desde Rusia a través de la frontera montañosa de Kazbegi, al norte del país.
Al no poder huir de las ciudades ocupadas por Rusia, como Mariúpol y Jersón, en dirección oeste hacia el territorio controlado por Ucrania, muchos ucranianos se enfrentan a un gran dilema: quedarse en su ciudad asediada o huir al país que ha destruido su hogar.
Engañados sobre su destino
Para entrar en Rusia, muchos ucranianos se ven obligados a pasar por la llamada “filtración”, un proceso durante el cual son fotografiados, interrogados, se les toman las huellas dactilares y se revisa el contenido de sus teléfonos móviles. A los hombres se les ordena quedarse en ropa interior y se les revisa el cuerpo en busca de tatuajes que puedan revelar un vínculo con grupos nacionalistas ucranianos. Todos son interrogados sobre si ellos o alguien que conocen ha servido en el Ejército ucraniano.
Olena cuenta que mientras ella era interrogada, un guardia que registraba a un hombre en la mesa de al lado encontró un llavero con la imagen del escudo ucraniano. Entonces cuatro guardias golpearon brutalmente al hombre con porras y patadas en la cabeza antes de arrojarlo al exterior a temperaturas bajo cero, sin abrigo ni gorro.
Se han instalado campos de filtración en ciudades y pueblos concentrados principalmente en Donetsk, como Novoazovsk, Mangush, Bezimenne y Nikolske. Los ucranianos que huyen de Mariúpol en autobús suelen llegar a los campos de filtración sin saberlo, ya que se les ha dicho que se les llevaría a ciudades controladas por Ucrania. Una vez llegan a ese destino, no se les suele permitir salir de la ciudad.
La “filtración” suele terminar de dos maneras: o bien la persona “supera” el interrogatorio y se le entrega un documento pequeño y sellado con la fecha de su filtración y la firma del oficial supervisor, o bien es detenida para un nuevo interrogatorio.
Un mes de espera
Los “campamentos” utilizan escuelas, centros culturales, pabellones deportivos y otros edificios públicos. Las condiciones son a menudo abyectas y los campamentos están mal organizados. Personas como Olena, que viajaba con su hermana Tamara, de 65 años, y el marido de Tamara, de 70, y que, como otros entrevistados, no quiso dar su nombre completo, durmió primero en el suelo y luego en una caja de cartón. Durante los primeros días, la cantina les ofrecía una comida diaria. Después, los rusos cerraron el comedor y les dijeron que se buscaran la vida.
Para Maksym y Iulia, de Mariúpol, la filtración también fue un largo calvario, aunque tuvieron la suerte de que les ofrecieran una casa cercana que pertenecía a uno de los compañeros de Maksym. Pasaron casi un mes esperando a ser “filtrados” en Mangush. “Nuestro número en la cola era el 347”, dice Maksym. “Entras a diario para preguntar por el número actual y te das cuenta de que el número sólo ha bajado en dos o tres. ¿Por qué es un proceso tan lento? El trámite en sí no dura más de unos 30 minutos”. Solo después de que Maksym le dijera a un farmacéutico militar que se les estaba acabando la insulina para la diabetes de Iulia, se agilizó su espera y fueron “filtrados” esa misma tarde. Mientras esperaban en un pasillo, vieron a un hombre con uniforme del Ejército ucraniano que era interrogado de rodillas, con las manos atadas a la espalda.
Otras personas explican que en su caso el tiempo de espera fue menor, y que algunos ucranianos sólo pasan uno o dos días en los campos antes de ser “aprobados” y viajar a Rusia. Una pareja de 29 años, Igor y Valentina, de Mariúpol, dicen haber terminado el proceso a las seis horas de llegar a Nikolske. “El hecho de que mi mujer estuviera embarazada de nueve meses y que necesitáramos llegar a un hospital lo antes posible probablemente ayudó a acelerar el proceso”, dice Igor.
Cómo escapan a Georgia
Los ucranianos que escaparon posteriormente a Georgia han evitado las deportaciones forzosas y generalizadas, según la información disponible, a ciudades rusas. Una refugiada llamada Zhanna cuenta cómo su familia se escabulló por la puerta trasera de un centro de “filtración” sin ser detectada, tras oír a un oficial decir que ella, su marido y su hijo pequeño serían deportados a una isla rusa situada cerca de Japón.
Con solo las tarjetas de migración y sin el documento que certifica haber superado el trámite de “filtración”, Zhanna y su familia viajaron en autobús desde Novoazovsk hasta la ciudad rusa de Taganrog. Desde Taganrog, viajaron en tren hasta Vladikavkaz, y cruzaron a Georgia en un monovolumen por la frontera de Kazbegi.
Otros refugiados señalan que bastó con informar a los agentes de sus planes de instalarse en una ciudad rusa concreta para que se les permitiera ir por su cuenta a Rusia, y luego a Georgia. “Tienes que decirles que quieres quedarte y empezar una nueva vida en Rusia, entonces te dejarán en paz”, dice Maksym.
La mayoría de los autobuses que llevan a los ucranianos desde Donetsk a Rusia terminan en Taganrog. Allí, la mayoría compran billetes de autobús o tren a Rostov del Don, desde donde pueden organizar el resto de su travesía. Los que llegan a Georgia viajan hacia el sur hasta Vladikavkaz antes de cruzar a Georgia por la frontera de la montaña. Incluso una vez que llegan a la frontera rusa, no tienen garantizada la salida. Los agentes rusos sacan de la cola a los hombres, los interrogan y examinan sus teléfonos. Un hombre, Petya, explica que se vio obligado a pagar un soborno a los guardias fronterizos rusos para obtener un sello de salida.
Muchos de los ucranianos que se encuentran ahora en Tiflis están esperando el momento de poder regresar a Ucrania. “Mi ahijada sigue en Mariúpol y me ha enviado fotos con cruces clavadas en el suelo por todas partes. Las tumbas están incluso en nuestros patios”, dice Olena. “Quiero volver a casa, pero eso significa algún lugar de Ucrania que no esté ocupado por los rusos”.
Traducción de Emma Reverter
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