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The Guardian en español

No se confíen, la tecnología también se está llevando los empleos de la clase media

Hay una mirada pesimista sobre el efecto de los avances tecnológicos sobre el sistema productivo y el empleo.

The Guardian

Michael White —

“En 10 años, un millón de puestos de trabajo desaparecerá”, destacan los titulares, como para empezar bien la semana. No es la última intervención de un partido pro Europa o pro Brexit en el debate por el referéndum. Están hablando de un tema aún más serio.

Esta vez la culpa del titular es de la British Retail Consortium (BRC), la asociación encargada de representar a tiendas grandes y pequeñas, un sector que emplea a unos 3 millones de personas (uno de cada seis ciudadanos del Reino Unido). Según la BRC, en los próximos diez años desaparecerán 900.000 puestos de trabajo (y no el millón que figuraba en los titulares de The Financial Times). Los más afectados serán las pequeñas tiendas y las zonas pobres.

¿Y esto por qué? Por un lado, no es sino otra versión de una vieja historia: la del impacto de las tecnologías disruptivas en los patrones de empleo, los ordenadores más inteligentes y poderosos, y el aumento de las ventas por Internet. Pero, desde que el ministro de Finanzas George Osborne decidió convertirse en el mejor amigo de los trabajadores y elevar el salario mínimo hasta el “costo de vida nacional” (aunque sea lentamente), también es una historia política. Según la BRC, el aumento del salario mínimo impuesto por el gobierno pondrá en peligro los puestos de trabajo de aquellos trabajadores mal remunerados.

Señores abogados, señoras doctoras, señores asesores financieros: no se confíen. La tecnología también está acabando con sus buenos puestos de trabajo de la clase media, igual que hace una generación las líneas de producción automatizadas acabaron con los bien remunerados empleos de la clase obrera. Los periodistas sabemos bien del tema. El nuestro fue uno de los primeros trabajos de oficina en esta situación. Facebook y Google están ahora mismo comiéndose nuestra comida. Si no somos ágiles, nosotros seremos el postre.

Nada nuevo bajo el sol. Keynes fue el primero en hablar de “desempleo tecnológico”. Pero está llegando muy rápido, como llegó para los tejedores a mano alrededor del año 1800. La consecuencia para todos estos negocios, si se repite el modelo, es un mercado laboral con forma de pera: grandes recompensas para una pequeña élite en la cima, y una gran cantidad (aunque nunca suficiente) de inestables ingresos para los millenials que componen la “economía de lo esporádico”.

Según la advertencia de la BRC (que llega un mes antes de la suba del salario mínimo a £7.20 [10,1 euros] por hora para los mayores de 25 años, y a £9 [12,6 euros] para el 2020 según el coste de vida), la tendencia con los puestos de trabajo irá empeorando debido al incremento en los costos de las tiendas, a la deflación (mala para las ganancias, buena para los consumidores) y a las compras por Internet. Osborne todavía no se ha dado cuenta de lo que hizo, aunque sea un indicio importante que al menos haya hecho “algo”. Pero de eso hablaremos más adelante.

En la jungla de las tecnológicas, las empresas más hábiles se mueven con ligereza para adaptarse y sobrevivir. La banca minorista, tan inútil para la tecnología como el Servicio Nacional de Salud (NHS), está migrando finalmente hacia sucursales semi-automatizadas cercanas a sus clientes. Así que ahora la NHS es la más atrasada. Amazon y Morrisons, una de las cadenas más importantes de supermercados del Reino Unido, anunciaron su fusión, ¿y no absorbió Sainsburys a Argos el otro día? El Mirror Group lanzará New Day (Nuevo Día), un periódico dirigido al mercado medio para competir con el Daily Mail y The Express. Buena suerte para todos.

Oscuridad. Pesimismo y más oscuridad. Sin embargo, ¿es cierto todo esto? Los libros The Rise of the robots (2015), de Martin Ford, y Humans need not apply (2015), de Jerry Kaplan, presentan una visión tecno-pesimista de un futuro cercano sin trabajo para millones de personas (probablemente). Asumen que el cambio tecnológico continuará avanzando con la misma rapidez con que viene avanzando desde finales del siglo XVIII en el Reino Unido; un poco más tarde en casi toda Europa y Estados Unidos; y desde el siglo XX en Asia.

Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, en los siguientes mil años el nivel de vida apenas varió, una vida que para la mayoría estaba cargada de trabajos pesados. Hasta que llegaron la máquina de vapor, el motor de combustión interna, los trenes, la electricidad, la medicina, la comida en buen estado, el retrete, los coches y los aviones. Antes incluso de hablar de la tercera y actual revolución digital, la transformación que significó la primera revolución industrial fue impresionante. Y las transformaciones son a la vez maravillosas y terroríficas.

¿Pero estaremos exagerando? ¿El mundo de Apple y Facebook representa un cambio tan trascendental como el retrete, el avión, la bombilla y la lavadora? ¿El rápido descenso en la tasa de productividad de los países con más industrias es un signo de que ya terminó para nosotros la era del crecimiento máximo (aquellos “gloriosos 30 años” de la Francia de posguerra)? ¿También terminará para China a medida que Foxconn, mega-fabricante de iPads y otras tecnologías, traslade su producción hacia la más barata India?

En otras palabras, tras una excepción de varias décadas, ¿estamos frente a un regreso a la norma histórica, en sentido medieval? ¿Estancamiento, falta de aumentos en los ingresos de la mayoría y grandes riquezas para unos pocos? Es lo que el economista francés Thomas Pikketty previene en El capital en el siglo XXI, el bestseller menos esperado del año pasado. El libro El gran estancamiento (2011), de Tyler Cowen contempla una situación similar y también The Rise and Fall of American Growth (2016), de Robert Gordon. Cuando el economista Paul Krugman se pregunta si Gordon dio o no en el clavo con su libro, la respuesta es un “categórico quizás”.

Contra ese panorama destaca el optimismo de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee en su libro The Second Machine Age (2014), en el que plantean que las nuevas tecnologías podrían permitir más tiempo libre y menos trabajos pesados en un mundo cada vez más rico (el novelista John Lanchester escribió una reseña muy sugerente sobre este libro y sobre Average is Over, de Tyler Cowen, otro de los protagonistas del debate en el que se acaba de meter el informe de la BRC).

Robert Gordon y Cowen parecen pertenecer a un tercer grupo (estoy en deuda con la visión más amplia del columnista estadounidense de The Financial Times, Edward Luce), que ve posibles exageraciones tanto entre optimistas como entre pesimistas. El futuro es incierto, dicen, y nosotros, público general y expertos, sabemos menos de lo que creemos saber. Basta con mirar lo absurdas que resultaron ser muchas (nunca todas) de las predicciones que se hicieron antes sobre el futuro, optimistas o funestas. Y de todos modos, señala Lanchester, pasaron más de 100 años antes de que la primera máquina a vapor en funcionamiento (1712) se convirtiera en un tren en funcionamiento, el Rocket de Stephenson (1829).

Muchos de estos temas están más allá de mi capacidad, pero sé un poco más sobre política y sobre cómo su uso inteligente puede provocar resultados muy diferentes. Luce cita a Stephen Cohen y a Brad Delong en su libro Concrete Economics (2016), que usa de ejemplo la carrera del empresario financiero y padre fundador de EEUU, Alexander Hamilton, para demostrar que las políticas activas del gobierno pueden significar la diferencia entre un gran éxito y un fracaso. Si los estadounidenses no se hubieran vuelto tan resistentes a esa idea en las últimas décadas, esa sería la historia de EEUU Pero las políticas de Reagan han desembocado en la financiarización de la economía y el alejamiento de un Estado que construyó EEUU interviniendo estratégicamente en caminos, universidades, alta tecnología, posesión de tierras (legislación igualitaria de Abraham Lincoln en 1861) y regulación.

Todos podemos reconocer el nuevo escenario, ¿no? Nuestras calles principales están llenas de bancos, agentes inmobiliarios, y prestamistas de una clase u otra. Todos parecemos intentar cobrarnos unos a otros por servicios que alguna vez fueron gratis, como el estacionamiento. El sector financiero se ha vuelto demasiado grande y los gobiernos lo saben, por eso prometen “rebalancear” la economía.

No es fácil pero vale la pena intentarlo. Los minoristas del Reino Unido están en lo correcto al advertir sobre los posibles obstáculos por venir, pero el Ministro Osborne también lo está al poner aunque sea un poco de resistencia ante la espiral de los salarios bajos. Aunque implique un riesgo de pérdida de empleos, la sociedad no puede tener un rol pasivo frente a las altas finanzas y la alta tecnología.

Tal vez los ordenadores nos ganen al ajedrez, pero todavía tenemos una ventaja en nuestras habilidades para el trato con otros seres humanos. Todavía queda mucho por hacer para curar los problemas de salud mental de la misma y exitosa manera en que hemos avanzado con tantas otras dolencias físicas. ¿El futuro será menos gente atendiendo en las tiendas y más terapeutas?

Traducción de Francisco de Zárate

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