Las guerras tienen consecuencias no deseadas. Rara vez terminan siendo lo que dicen los expertos. Basta con preguntar a los altos cargos que en las guerras de Vietnam, Irak y Afganistán pintaban escenarios optimistas que luego se demostraron terriblemente equivocados. Basta con preguntar a las madres de los soldados muertos o heridos durante esas guerras. Basta con preguntar a los millones de civiles que pasaron a ser “daños colaterales”.
Por eso debemos hacer todo lo posible en busca de una solución diplomática a lo que puede ser una guerra tremendamente destructiva en Ucrania.
Aunque nadie sabe exactamente cuál sería el coste humano de una guerra así, se calcula que podría provocar más de 50.000 víctimas civiles en Ucrania, con millones de refugiados huyendo hacia los países vecinos del que podría ser el peor conflicto europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Además, por supuesto, de los muchos miles de soldados muertos en el ejército ucraniano y en el ruso. Por no hablar de la posibilidad de que esta guerra “regional” se extienda a otras partes de Europa. Lo que podría ocurrir entonces es aún más espeluznante.
Pero eso no es todo. Las sanciones contra Rusia y la amenaza de respuesta a esas sanciones por parte de Rusia podrían generar unas turbulencias económicas enormes, con efectos en la energía, las finanzas, los alimentos y las necesidades cotidianas de la gente común en todo el mundo. Es probable que los rusos no sean los únicos que sufran las sanciones.
Y por cierto, también sufriría un gran revés la esperanza de una mínima cooperación internacional que afronte las amenazas existenciales de una crisis climática mundial y de las pandemias del futuro.
El responsable de la crisis es Putin
Hay que dejar claro quién es el principal responsable de la crisis que se avecina: Vladimir Putin. Tras haber invadido partes de Ucrania en 2014, el presidente de Rusia amenaza ahora con hacerse con el control de todo el país y destruir la democracia ucraniana. En mi opinión, debemos apoyar inequívocamente la soberanía de Ucrania y dejar claro que la comunidad internacional impondrá severas consecuencias sobre Putin y sus aliados si no cambia de rumbo.
Dicho esto, me preocupa enormemente escuchar los tambores de siempre de Washington, la retórica beligerante que se amplifica antes de cada guerra exigiendo que “mostremos fuerza”, “nos pongamos duros” y no busquemos el “apaciguamiento”. El rechazo simplista al reconocimiento de las complejas razones de la tensión en la zona dificulta el trabajo de los negociadores que buscan una solución pacífica.
Al menos desde el punto de vista ruso, uno de los factores que han precipitado la crisis es la posibilidad de una mayor cooperación en seguridad entre Estados Unidos, Europea Occidental y Ucrania, incluyendo lo que Rusia entiende como una amenaza en la posible incorporación de Ucrania a la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), creada en 1949 para enfrentarse a la desaparecida Unión Soviética.
Es bueno saber algo de historia. Cuando en 1991 Ucrania se independizó tras el derrumbe de la Unión Soviética, los líderes rusos dejaron claro cuánto les preocupaba que antiguos estados soviéticos entraran en la OTAN y desplegaran fuerzas militares hostiles a lo largo de la frontera rusa. En aquel momento, los líderes estadounidenses reconocieron la legitimidad de una preocupación que hoy sigue siendo legítima. La invasión de Ucrania por parte de Rusia no es una respuesta pero tampoco la intransigencia en la OTAN. También es importante recordar que Finlandia, uno de los países más desarrollados y democráticos del mundo, tiene frontera con Rusia y ha decidido no ser miembro de la OTAN.
Hipocresía de EEUU
Tal vez Putin sea un mentiroso y un demagogo, pero la insistencia de Estados Unidos en no aceptar el principio de las “esferas de influencia” es hipócrita. Estados Unidos ha operado durante los últimos 200 años bajo la llamada doctrina Monroe, haciendo suya la premisa de que como potencia dominante en el hemisferio occidental, tiene derecho a intervenir contra cualquier país que pueda amenazar lo que se supone que son sus intereses.
Bajo esta doctrina hemos debilitado y derrocado al menos a una docena de gobiernos. En 1962, estuvimos al borde de la guerra nuclear con la Unión Soviética en respuesta a la colocación de misiles soviéticos en Cuba, a 90 millas [144 kilómetros] de nuestra costa, un acto que para la Administración Kennedy representaba una amenaza inaceptable sobre la seguridad nacional estadounidense.
Y la doctrina Monroe no es historia antigua. En 2018, el secretario de Estado de Donald Trump, Rex Tillerson, dijo que la doctrina Monroe era “tan relevante hoy como el día en que se escribió”. En 2019, el antiguo consejero de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, dijo: “La doctrina Monroe está vivita y coleando”.
En pocas palabras, aunque Rusia no estuviera gobernada por un líder autoritario y corrupto como Vladimir Putin, Moscú, al igual que Washington, seguiría teniendo interés en las políticas de seguridad de sus vecinos. ¿Alguien cree de verdad que Estados Unidos no tendría nada que decir si México, por ejemplo, formara una alianza militar con un adversario de EEUU?
Evitar la guerra
Los países deberían ser libres de tomar sus propias decisiones de política exterior, pero tomar esas decisiones de forma inteligente requiere un análisis serio de costes y beneficios. Lo cierto es que profundizar la relación de seguridad entre Estados Unidos y Ucrania es algo que probablemente tenga costes muy elevados para los dos países.
Debemos apoyar enérgicamente los esfuerzos diplomáticos para rebajar la tensión en esta crisis y reafirmar la independencia y soberanía de Ucrania. Y debemos dejar claro que Putin y su banda de oligarcas se enfrentarán consecuencias graves si continúan por el mismo camino.
Al mismo tiempo, no podemos olvidar nunca los horrores que traería una guerra en la región y debemos trabajar duro para lograr una resolución que sea realista y aceptable por todas las partes. Que sea aceptable para Ucrania, Rusia, Estados Unidos y nuestros aliados europeos y evite lo que podría ser la peor guerra europea en más de 75 años.
Traducción de Francisco de Zárate