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En primera persona

El día en que nos atacaron a tiros en una mina de República Democrática del Congo

Trabajo de los mineros que extraen coltan del la mina de Senator Edouard Mwangachuchu en North Kivu (RDC). / Foto: Lucas Oleniuk (Efe)

Klaas van Dijken y Lisa Dupuy

El conflicto siempre está cerca en la República Democrática del Congo,  un país rico en recursos naturales como oro, diamantes, coltán y estaño. Actualmente está al borde de una nueva guerra civil. Las tensiones no han dejado de aumentar desde diciembre, cuando el presidente Joseph Kabila decidió posponer las elecciones.

A medida que la situación empeora, los analistas apuntan al papel de la minería en los conflictos. Grupos opositores luchan por el control de los recursos naturales del país y utilizan los ingresos para comprar armas en momentos de incertidumbre. Todo esto son muy malas noticias para la preciada naturaleza de la República Democrática del Congo.

Este verano, nosotros –los periodistas holandeses Klaas van Dijken y Lisa Dupuy– viajamos a la República Democrática del Congo con la fotógrafa estadounidense Adriane Ohanesian para centrarnos en el papel que juega uno de esos recursos en el aumento de las tensiones: el oro.

Como parte de un proyecto a largo plazo para Lighthouse Reports y medios holandeses, queríamos informar sobre cómo el oro ha desencadenado un conflicto entre los agentes forestales, las milicias, el Ejército, los mineros furtivos y las comunidades locales, y cómo este oro está conectado con los mercados occidentales y con los productos de lujo y aparatos electrónicos que compramos en el mundo desarrollado.

Viajamos al noreste del país, a la Reserva Natural de Okapi, un patrimonio mundial extraordinario y una zona rica en oro. Durante algunos años, esta zona no ha sufrido conflictos a gran escala, pero nos cuentan que en el pasado ha recibido serias amenazas de milicias locales y que es probable que la región vuelva a entrar en una espiral de caos y violencia.

Nuestros guías en la zona son los agentes de la reserva natural, empleados del Instituto de Conservación Congoleño (ICCN). Ellos son la autoridad legal en la reserva. Les gusta enseñarnos el trabajo que desempeñan y nos aseguran que las cosas están ahora calmadas.

Cuando pedimos viajar fuera de la base, en la población de Epulu, las autoridades deciden que deberíamos acompañar a una patrulla a una antigua mina ilegal, aproximadamente a una hora en coche de distancia o cinco andando.

Hacía frío a primera hora de aquella mañana anterior al ataque. Subimos en la parte trasera de la ranchera y salimos camino a la ruta que lleva a la mina de Bapela. De la espesa niebla de la mañana salen los primeros ruidos de la selva. Estamos con un grupo de seis agentes forestales, dos asistentes, otro que lleva la canoa y nuestro traductor. Además, nuestro grupo se reunirá más adelante con otros 10 agentes forestales ya en la mina.

30 kilos de oro a la semana

En el río Epulu, que tuvimos que cruzar con una pequeña canoa, una ardilla voladora salta de árbol en árbol por la orilla. No hay rastro del okapi, un tímido animal mezcla entre una cebra y una jirafa y autóctono de esta región. La reserva natural recibe el nombre en su honor.

El desastroso impacto de la minería ilegal en el ecosistema se hace evidente en cuanto llegamos a Bapela. El suelo, rojizo y agrietado, contrasta con los verdes brillantes de la selva. Hasta marzo de este año unos 1.500 mineros ilegales han buscado oro en esta zona.

Los mineros recogen unos 30 kilos a la semana tras limpiar la zona de árboles. Por aquel entonces, este sitio debería parecerse a un asentamiento temporal con bares, tiendas y burdeles. Pero en marzo, un grupo de 12 agentes forestales ahuyentó a los mineros. Un trabajo arriesgado, reconocen. Sin embargo, ahora consideran este punto como un símbolo de victoria.

Un agente nos cuenta que su base en Bapela, construida estratégicamente en la colina por encima de la mina excavada, es de una importancia crucial. “Si nos alejamos dos días, los mineros vuelven”, cuenta Léopold Gukiya Ngbekusa, de 61 años, que creció en la selva incluso antes de que existiese la reserva.

“Mi padre me traía aquí a lomos de un elefante en 1956”, recuerda. Se hizo agente forestal cuando se creó la reserva en 1992. “Ahora, el oro simplemente desaparece. Se lleva a personas ricas que cogen lo que quieren y se van”, añade.

En un estudio de 2016, el relator especial de la ONU describió el papel de los comerciantes que mezclan el oro de las minas ilegales –como Bapela– con el oro de las minas legales. Posteriormente el oro se funde, impidiendo distinguir su procedencia. Finalmente, se vende a empresas, incluidas occidentales, que producen bienes de lujo, joyas y aparatos electrónicos.

Ngbekusa asegura que no está interesado en la gente que compra oro en Occidente, pero le preocupan las armas que introducen los mineros en la selva. Ngbekusa será uno de los primeros agentes en morir durante el ataque que sufriremos al día siguiente.

Es 14 de julio por la mañana. La niebla cubre la vegetación, atravesada por los brillantes rayos de sol. Otra vez, la mañana es fría, pero la temperatura y la humedad aumentan rápidamente. Pasamos la mañana entrevistando a los agentes y grabando imágenes de la zona.

Ser agente forestal es una de las pocas oportunidades de trabajo estable en la región. Tan solo 120 agentes son responsables de toda la reserva, que se extiende por más de 13.000 kilómetros cuadrados de espesa jungla. Incluso en ese grupo, solo 70 están lo suficientemente en forma como para participar en cansadas y peligrosas patrullas a pie.

Muerte y desaparición

A la hora de comer paramos la marcha y los agentes ponen a un lado las armas y empiezan a cocinar arroz y judías. Cuando el sonido de las balas rompe la calma, parece que las judías están explotando o que se ha caído una de los AK-47 de los agentes y se ha disparado por error. Un segundo después, nos damos cuenta de que nos están atacando.

Cunde el pánico. Nos tiramos a cubierto y corremos por encima de las las lonas naranjas y azules colina abajo, donde se había levantado la base temporal. Nuestro teléfono satelital está a dos pasos en la dirección contraria. Vemos a Adriane y a nuestro traductor, Horeb Bulambo, corriendo en una dirección ligeramente diferente a la nuestra.

Seguimos a tres agentes forestales por la mina, pasamos a otro que dispara su arma por encima del hombro y buscamos ponernos a cubierto entre la maleza. Escuchamos a uno de los comandantes gritando órdenes a sus agentes, pero su voz queda prácticamente ahogada por los siniestros gritos de los atacantes y el ruido de los disparos. El ruido seco y repetitivo de una ametralladora parece casi una música de fondo.

A medida que se acaban los disparos, vuelve el silencio de la selva. No tenemos ni idea de lo que acaba de ocurrir, dónde están los otros agentes forestales o si Adriane y Horeb están con ellos.

Nos agachamos en nuestro escondite entre la maleza. Los minutos pasan lentos y el silencio se alarga durante media hora. Una segunda ola de disparos a escasos metros interrumpe el silencio. Dos agentes avanzan lentamente. Las balas continúan y parece que los atacantes se acercan.

Volvemos a correr. Las ramas nos arañan la cabeza y el cuerpo. Durante una breve pausa los agentes deciden escoltarnos y obtener refuerzos. Nos llevan a toda velocidad por la jungla siguiendo prácticamente el mismo camino que habíamos tomado 24 horas antes y aseguran que esta es la decisión correcta. Mientras nos abrimos camino por la selva, uno de los agentes susurra: “Aquí tenéis la historia verdadera. Esta es nuestra realidad”.

Sin señal telefónica en la selva, nadie del Instituto Congoleño de Conservación se ha enterado del ataque. Somos los primeros en llegar a Epuli. Inmediatamente informamos a las autoridades, pero la noche ya ha caído y ya es demasiado peligroso iniciar una misión de búsqueda y rescate en la selva. Un grupo de agentes forestales saldrá de la base con los primeros rayos de sol acompañados de soldados del Ejército congoleño. En el pasado, soldados y agentes forestales se han enfrentado entre ellos por los recursos naturales de la reserva, pero esta es una emergencia. Adriane, Horeb y 12 agentes están desaparecidos.

12 horas escondidos en la jungla

Al día siguiente, al tiempo que los soldados y los agentes llegan a Bapela, Horeb y el grupo de agentes desaparecidos aparece entre la jungla. Pensaban que Adriane estaba con nosotros. “¡La vi correr justo detrás de vosotros!”, grita Horeb.

En ese momento, gobiernos, embajadas y Naciones Unidas ya habían sido informados de la situación, pero tendrían que pasar otras 12 tensas horas para rescatar a Adriane. Había estado escondida en una cantera minera durante casi 20 horas hasta que la encontró el equipo de búsqueda y rescate.

Cuatro agentes y un ayudante murieron en el ataque de Bapela. Sus cuerpos llegan finalmente a Epulu dos días después del ataque. Allí les esperan sus ataúdes. Al borde del cementerio, un niño llora desesperado. “¡Papi, papi, papi!”.

Una semana después de salir de Epulu encontraron al ayudante que todavía estaba desaparecido. Había sido secuestrado y torturado por los atacantes, pero consiguió escapar del grupo armado. Parece que los responsables del ataque, 15 en total, querían hacerse con el control de la mina. Quiénes eran sigue siendo una incógnita, pero el Instituto de Conservación Congoleño y el Ejército lo están investigando. Cinco sospechosos han sido detenidos, pero su papel en el ataque, si es que tuvieron alguno, no está claro.

Mientras tanto, los agentes y los soldados que han recuperado el control de Bapela están presentes en la jungla. Los agentes forestales con los que seguimos en contacto nos cuentan que la lucha por el oro de Okapi no ha terminado y que esperan otro ataque en Bapela pronto.

Nota de los autores: cinco personas, Sudi Koko (1992), Antopo Selemani (1970), Patrick Kisembo (1991), Léopold Gukiya Ngbekusa (1956) y Lokana Tingiti, murieron en el ataque sobre la mina de Bapela en la reserva natural de Okapi el 14 de julio de 2017. Las familias de los agentes reciben una pensión, pero no es suficiente para cubrir la seguridad social, las tasas de educación y la sanidad. Para apoyar a estas familias, visita la página de donación de Wildlife Conservation Global. Selecciona el proyecto de conservación de Okapi como destino de tu donación y utiliza la palabra “RANGERSUPPORT” en los comentarios para indicar que te gustaría que tu donación se destine a las familias de los agentes de la reserva natural de Okapi.Wildlife Conservation Global.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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