Diario de una huida de Kiev
Lunes
Estaba en el centro de Kiev cuando Vladímir Putin anunció que reconocía las “repúblicas populares” de Lugansk y Donetsk. Leí las citas de su discurso pero no me atreví a mirar su cara mientras hablaba ni a escuchar su voz. Se pensaba que esa misma tarde iba a declarar la guerra, por eso mucha gente dio un suspiro de alivio al escuchar sus palabras. Luego entendieron que Putin no se detendría ahí.
En todo el mundo se habían leído los últimos meses las noticias de un supuesto ataque contra Ucrania, pero ni yo ni mis amigos queríamos creer que una guerra podía comenzar. Hasta que Putin pronunció su discurso y me di cuenta: había llegado la hora de hacer la mochila.
Con la esperanza de no necesitarlos reuní mis documentos, un libro, ropa interior y un jersey para abrigarme. Después, me tumbé en la cama dándole la espalda a la ventana. Pero entonces pensé: si entran proyectiles a la casa, sería ofensivo que me golpearan en la espalda. Así que me giré y me quedé dormida mirando hacia la ventana.
Martes
En los días siguientes, pasé todo el tiempo que pude en las calles de Kiev. Sacando fotos, hablando con la gente y tratando de recordar todas las cosas que me gustan de la ciudad. Kiev se ha convertido en mi hogar después de que me forzaran a irme de Transnistria, un estado controlado por Rusia y sin reconocimiento internacional. Tuve que marcharme cuando me abrieron una causa penal por “extremismo” tras escribir un libro sobre las condiciones del ejército de Transnistria. En la vecina Ucrania, donde me trasladé, siempre me he sentido a gusto y en paz. La gente es amable, simpática y animada.
Miércoles
A lo largo del día vi en varias ocasiones la aterradora imagen de los helicópteros sobrevolando el cielo de Kiev. Como mis amigos, yo tampoco podía pensar en otra cosa. Leer las noticias era lo único que podía hacer. Todo lo demás parecía haber perdido sentido. Todas nuestras vidas parecían haber cambiado para siempre. A lo largo del día, mi único consuelo fue escuchar la música en ucraniano que tanto me gusta.
A última hora de la tarde escuché el discurso del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Se dirigía a los rusos en su idioma y les pedía que evitaran la guerra.
Luego intenté volverme a dormir.
Jueves, 5:30 de la mañana
Me despertó una llamada telefónica que lo volvió todo más claro: la invasión había comenzado. Estaba oscuro y la luz de la lámpara me molestó en los ojos cuando la encendí. Estaba confundida y durante un rato no supe qué hacer. Daba vueltas por la habitación, tratando de vestirme. Metí algunas cosas más en la mochila. Mis amigos me llamaban constantemente para avisarme del comienzo de la guerra. Durante un rato intenté llamar a mi familia pero estaban lejos y tranquilamente dormidos.
Por todas partes parecía haber ruido, velocidad, caos y alboroto pero dentro del apartamento todo estaba muy tranquilo. Entonces oí el ruido de algo que se movía a gran velocidad al otro lado de la ventana. Pensé en un cohete. Era como un silbido que parecía cortar el aire. Me tumbé en el suelo temblando horrorizada. Rompí a llorar. Durante varios segundos esperé la detonación pero no ocurrió nada. Sigo sin saber qué pudo haber sido.
Cuando me recompuse miré por la ventana. En la calle la gente iba con maletas y sonaba una sirena. Los pájaros volaban en bandadas. En un papel que encontré escribí mi nombre, el número de teléfono de mi mejor amigo y mi grupo sanguíneo. Todavía está en el bolsillo de mis vaqueros mientras escribo.
Jueves, 7:30 de la mañana
La decisión de irme la tomé rápidamente. La empresa de un amigo organizaba un autobús de evacuación hacia el relativamente tranquilo oeste de Ucrania y pensé que lo mejor era viajar para esperar por el desenlace de las cosas en un lugar seguro donde pensar cómo proceder. Cogí la mochila y salí de casa. Ya había colas en las puertas de las tiendas, en los cajeros automáticos y en las farmacias y por la calle decenas de personas caminaban hacia el metro. Algunos se sentaron en el suelo, refugiándose en el metro. Otros se fueron. Yo me fui con ellos.
Era imposible soltar el teléfono. Todo el mundo estaba siguiendo las noticias o llamando a sus familiares. Pero nadie entraba en pánico. Aunque los transeúntes bromeasen con que no iban a tener que ir a trabajar, yo nunca había visto tanto dolor en los rostros. Era una mañana pesada y llena de nubes. Desde el metro caminé por mis calles favoritas hasta el autobús. No me despedí de la ciudad. Sé que volveré pronto.
Jueves, 9:00 de la mañana
En el autobús éramos cincuenta personas. El conductor comprendió la trascendencia del momento y nos llevó por Maidan Nezalezhnosti, una de las principales plazas de Kiev. Ya había despliegue militar en la ciudad y miles de vehículos se sumaban a la misma corriente de tráfico que nosotros.
Vi a una mujer amamantando a su bebé en el asiento delantero de un coche cercano. Vi a muchos niños. Vi colchones y paneles solares en el techo de los vehículos. Vi a siete personas apiñadas en un coche de tamaño normal, unas sobre el regazo de otras. Vi la huella de uno de los primeros misiles que estallaron en Kiev. Vi accidentes de tráfico. Nos llevó seis horas recorrer los primeros setenta kilómetros de salida de la ciudad.
Al principio fuimos hacia el sur, en dirección a Odesa. No recuerdo cuántas veces habré conducido por esa carretera, al mar pero hasta ahora nunca había visto un destacamento militar. De los siete soldados allí de pie, cinco eran mujeres. Saludé y me devolvieron la sonrisa. En ese momento leí sobre un ataque ruso contra un edificio residencial de la ciudad de Chuguev durante el que había muerto un niño.
Jueves, 11:00 de la noche
El tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta. En algunos momentos, al otro lado de la ventana solo había oscuridad. Salimos de la autopista principal para tomar una carretera rural en dirección oeste, donde nos llevó tiempo sortear los atascos constantes. La cálida luz de las pequeñas casas rurales se abría paso en la oscuridad.
Algunas personas del autobús llamaron a sus seres queridos en Rusia, que no podían creer que la guerra hubiera comenzado. Mis compañeros de viaje tuvieron que demostrarles que el ejército ruso había atacado Ucrania a las cinco de la mañana, mientras el país dormía.
Leí las noticias sobre la resistencia de Ucrania a la agresión, de cómo luchaba y se defendía. Al mismo tiempo, algunos de mis amigos de Moldavia estaban ayudando a organizar la asistencia a los refugiados. Miles de personas han acudido a Chișinău, la capital moldava, mientras en Ucrania los misiles rusos y bielorrusos volaban sobre sus ciudades.
Casi no dormimos. Pero la gente se ha mantenido firme y ni siquiera los niños pequeños lloraban. Los gatos y los perros que la gente llevaba consigo no hicieron ruido. Nos enteramos de que un proyectil impactó en un edificio residencial de Kiev durante la noche.
Viernes, seis de la mañana
Después de 21 horas de viaje, nos detuvimos cerca de la ciudad de Khmelnytskyi. Pronto empezaron a llegar novedades de Kiev: habían comenzado los bombardeos en la zona de Obolon, al norte de la ciudad, y un tanque ruso había atropellado a un coche con un civil al volante. Hace solo unas horas salí de esa misma zona. Ahora veía llegar vídeos grabados en las calles por las que yo había caminado solo dos días antes.
Mis amigos de Kiev no podían irse. No había coches ni gasolina y las salidas de la ciudad seguían atascadas. Los llamé y casi ninguno respondió. Sentí que los había dejado morir. Pero están vivos, están a salvo, y solo espero que no mueran. Mi amigo Vanya ha conseguido salir. Mi amiga Lyolya está escondida en un refugio antibombas. Bogdan está a salvo.
Viernes, 10:00 de la mañana
Nuestro autobús siguió su viaje. Fuera de la ciudad de Ternopil, el despliegue militar era casi inapreciable. En las pequeñas ciudades que cruzamos había más personas caminando por las calles. Había una sensación de calma y de salvación. Hemos comido y dormido un poco.
Viernes, 4:00 de la tarde
Treinta y una horas después de nuestra salida de Kiev llegamos a una pequeña ciudad del oeste. Nos bajamos del autobús en la puerta de un hotel de diez plantas. La gente se puso a registrarse en las habitaciones. Al parecer, los ciudadanos bielorrusos, los rusos y los de Crimea tienen prohibido instalarse entre los refugiados. Soy ciudadana moldava pero el amigo con el que he viajado es de Minsk y no puede quedarse entre los que buscan refugio como él.
No puedo dejarlo. En el autobús había otros bielorrusos con nosotros, que tampoco tenían dónde ir. No hay transporte gratuito, ni forma de volver a Kiev, y es posible que no nos dejen entrar en Polonia. También es poco probable que podamos llegar a Moldavia. No llevamos casi nada encima.
Escribo esta entrada en el diario mientras pasa todo esto. Después de asegurarme un lugar para mí, he traído en secreto a cuatro personas más a mi habitación individual, que no tiene agua caliente. Espero que nadie se entere.
Cerca del hotel hay una iglesia. Desde aquí se oyen los himnos.
Traducido por Francisco de Zárate
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