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Dólares medio rotos, el desesperado negocio callejero en Zimbabue

Nyasha Chingono

Harare (Zimbabue) —
12 de diciembre de 2021 23:04 h

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Siguiendo la tradición de los vendedores ambulantes, Kaitano Kasani se vale del encanto y la persuasión para conseguir que la gente le venda sus billetes de dólar medio rotos.

En el calor sofocante de noviembre, Kasani, de 42 años, grita a través de un megáfono mientras camina por Glen Norah, un municipio en Harare: “Traigan todos sus billetes viejos y rotos. Hoy tengo un buen precio. No hay mejor oferta en la ciudad”, dice Kasani. Una mujer le trae un billete roto de 20 dólares estadounidenses (unos 17 euros), que Kasani inspecciona antes de darle 15 dólares a cambio.

En la abatida economía de Zimbabue, la compraventa de billetes medio rotos se ha convertido en la artimaña de moda. “A la mayoría de mis clientes les sorprende que compre esto. Me adoran”, dice Kasani, mostrando un puñado de dólares mugrientos que serían rechazados en supermercados u otros negocios.

Los zimbabuenses desconfían de los bancos y prefieren guardar su dinero bajo las almohadas y las camas. En crisis anteriores, la hiperinflación pulverizó millones en ahorros, sobre todo en la de 2008. Hoy los codiciados billetes escasean, ya que se desgastan más rápido de lo que entran en circulación los sustitutos.

Pocos billetes nuevos

La escasez ha llevado al Gobierno a decirles a bancos y tiendas minoristas que no rechacen los dólares estadounidenses viejos o gastados, pero muchos desoyen la ordenanza. La falta de exportaciones se traduce en un menor número de billetes nuevos en circulación, por lo que los zimbabuenses reutilizan billetes cada vez más mugrientos. Los comerciantes los reparan o los venden a otros, que a su vez sobornan o persuaden a altos funcionarios de los bancos para que les cambien grandes cantidades de billetes.

“Para mí, los billetes rotos son más valiosos que los nuevos. Cuando los lleve al banco, me los cambiarán por otros del mismo valor, aunque los haya comprado a casi la mitad de su valor original, según lo malo que sea el estado en que se encuentran”, dice Kasani. “Lo único que necesito es el número de serie y las características necesarias para aceptarlos”.

Kasani vende billetes viejos a empresarios y a otros cambistas, con ganancias del 80%. Esta nueva actividad le ha permitido mantener a sus cuatro hijos tras haber perdido su empleo en el sector manufacturero hace dos años. “Es bastante lucrativo. De hecho, tengo algunos activos gracias a este negocio. Fui uno de los primeros en comprar esta clase de dinero en Banket (al noroeste de Harare) y alrededores. Lo que pasa es que ahora el negocio está inundado de gente, así que pueda que tenga que concentrarme en otras cosas”, dice.

El país retiró el dólar zimbabuense tras su desestabilización, causada por los largos períodos de hiperinflación. Fue reintroducido en 2019, a pesar de las advertencias de los economistas que decían que el país no tenía suficientes reservas de divisas extranjeras para sostenerlo. En aquel entonces se prohibieron las transacciones en dólares estadounidenses, pero como la escasez de efectivo amenazaba a los negocios, el año pasado el Gobierno dio marcha atrás y permitió a los comerciantes aceptar nuevamente la moneda de Estados Unidos.

Ahora, la escasez de billetes de dólar estadounidense de baja denominación está provocando un auge en la compraventa de billetes rotos.

“Nosotros no somos el problema”

En el centro de Harare, Munengami*, de 36 años, vigila a los policías de paisano que patrullan una zona popular para el comercio ilegal. Los vendedores, algunos con bebés atados a sus espaldas, se enfrentan constantemente a la policía, que ha lanzado una campaña para acabar con los cambistas ilegales.

El Gobierno ha adoptado medidas severas contra los comerciantes, a quienes culpa por la caída del valor del dólar zimbabuense. Los cambistas dicen ser el chivo expiatorio de los fracasos económicos del Gobierno.

“Saben que nosotros no somos el problema. No tenemos el poder para subir los tipos de cambio. El Gobierno tiene que ocuparse de los empresarios que inundan las calles con moneda local, lo que automáticamente reduce el valor del dólar”, dice Munengami.

El vicepresidente de Zimbabue, Constantino Chiwenga, ha advertido que se tomarán duras medidas contra los comerciantes y que el Gobierno creará una unidad de inteligencia para perseguir a los “saboteadores” y “estafadores”.

Mientras el dólar zimbabuense sigue en un “espiral de muerte”, perdiendo terreno frente al dólar estadounidense, los economistas han pedido al Gobierno que haga a esta última moneda la única unidad de cambio. Pero el ministro de Finanzas, Mthuli Ncube, descarta esa posibilidad. “No podemos adoptar el dólar estadounidense como única moneda oficial. Antes había colas en los bancos, enormes déficits de divisas extranjeras y deflación. Eso fue por culpa del dólar”, dice. “No es una buena idea y sería suicida hacerlo”“.

El economista Clemence Machadu afirma que las medidas contra la compraventa ilegal de dólares son inútiles. “El Gobierno está luchando por apagar un incendio y eso explica por qué no hemos visto grandes cambios... Deberíamos ir al grano y atacar el problema de raíz, que está arraigado en la oferta, y no ocuparnos solamente de los síntomas del problema”, dice.

La inflación bajó del 840% registrado en julio del año pasado a 50% en agosto de este año, pero ha vuelto a subir, llegando a un 54% en octubre, según la Agencia Nacional de Estadística de Zimbabue (ZIMSTAT, por sus siglas en inglés).

Su única opción

Mientras aplica pegamento cuidadosamente a un billete de 20 dólares, Munengami explica cómo se gana la vida. “Soy maestro de profesión, pero el día en que convertí mi sueldo a dólares estadounidenses y conseguí 50 dólares (unos 44 euros) supe que no había futuro para mí en la enseñanza”, dice. “Compro billetes rotos para venderlos a mis clientes. Es más rentable que el mercado de divisas porque soy yo quien determina el precio. Vendo estos billetes a tiendas y empresarios, con un 20% de ganancia”.

A pocos metros de Munengami, Amina Banda, de 34 años y con su bebé atado a la espalda, hace un trato con un hombre que está dentro de un vehículo todoterreno aparcado. “Siempre estoy nerviosa por si la policía me detiene, pero así es como operamos en las calles. No me fío de nadie, así que cada vez que hago una transacción, me mantengo a distancia para poder escapar. A veces, la policía viene de paisano, disfrazada”, dice.

“Tengo una familia que alimentar, así que tengo que seguir en la calle”.

*Nombre incompleto a petición del entrevistado.

Traducción de Julián Cnochaert.