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Los drones representan un peligro real de accidente (o de algo peor)

Drones: la muerte por control remoto

The Guardian

David Dunn —

El año pasado se registraron docenas de accidentes potenciales entre aviones tripulados y drones, incluyendo uno que pasó a 25 metros de un Boeing 777 cerca del aeropuerto de Heathrow, según UK Airprox Board, que investiga este tipo de incidentes en el espacio aéreo del Reino Unido.

La semana pasada, la Asociación Británica de Pilotos de Líneas Aéreas (Balpa) exigió una investigación sobre los posibles efectos de una colisión. Su experto en seguridad advirtió que los drones podían estallar el parabrisas de la cabina y provocar fallos incontrolables en el motor, en cuyo caso “habría fragmentos de metal disparándose a toda velocidad. Podrían impactar contra el depósito de combustible, los conductos hidráulicos e incluso en la cabina”.

¿No existen leyes para evitar este peligro? Hasta ahora, la Autoridad de la Aviación Civil británica (CAA) ha adoptado una regulación permisiva en el uso de los drones. El registro solo incluye aquellos que pesan más de 20 kilos o tengan fines comerciales. En cambio, la CAA prefiere aleccionar a los usuarios con su vídeo Dronecode y el consejo de que usen “su sentido común y sean prudentes, porque podrían acabar enjuiciados”.

Las normas son directas: el dron debe mantenerse siempre en tu campo visual, sin hacer uso de elementos complementarios de visibilidad, como una cámara de pilotaje, y no debe volar por encima de los 122 metros o a más de 500 metros de distancia horizontal. Los drones con control remoto deben permanecer 50 metros alejados de los vehículos, personas, edificios o estructuras, y los usuarios deben estar al tanto de no violar la privacidad de la gente.

En Estados Unidos, donde se vendieron aproximadamente 700.000 drones el año pasado, la Autoridad Federal de Aviación (FAA) obliga a que todos los drones que pesen más de 227 gramos sean inscritos y etiquetados con un número de registro. Estas normas se aprobaron tras más de 700 cuasi accidentes entre drones y aviones pilotados, y un registro cada vez más amplio de daños provocados por usuarios aficionados.

Un limbo legal que entorpece los juicios

La CAA hace especial hincapié en los juicios que se han celebrado, como en el caso de Robert Knowles, que en 2014 fue multado con más de 1.000 euros (y 4.500 en costos) por volar su dron peligrosamente cerca de un puente en Cumbria. Lo que es menos conocido es que ese juicio tuvo lugar porque Knowles marcó la aeronave con su nombre y número de teléfono.

Es difícil llevar a juicio y, por consiguiente, disuadir a los usuarios de la compra de drones a no ser que estén registrados y regulados. Esto reduciría también el uso incorrecto y peligroso de estos aparatos por parte de los aficionados. A fin de cuentas, a partir de este año la ley obliga a los dueños a marcar con un microchip a sus perros para facilitar su identificación, aunque los peligros potenciales de un dron –que ha sido descrito como “cortacésped volador”–, son mucho mayores. Reino Unido debería seguir como mínimo el ejemplo de Estados Unidos al exigir el registro y la regulación de los drones pequeños, si esto facilita el proceso legal que juzga los efectos de un uso negligente.

Una mejor educación, más información y mensajes de alerta en parques y otros espacios abiertos quizá sirvan para aminorar los riesgos de colisión. La obligación de tener un seguro a terceros también podría ser de ayuda. Pero estas medidas son insuficientes para enfrentar el uso criminal o terrorista. Cualquier dron que esté preparado para llevar una cámara puede ser armado con una pistola o pequeño explosivo. Su alcance y anonimato les convierte en potenciales armas asesinas.

Un uso terrorista

El Estado Islámico ya hace uso de drones en misiones de vigilancia o para fines propagandísticos. Estas aeronaves no pilotadas tienen la capacidad de volar sobre perímetros de defensa y puntos de acceso vigilados. Si los terroristas de París hubiesen utilizado drones en lugar de cinturones explosivos, los ataques de Francia habrían terminado de forma muy distinta. Los artefactos pueden atacar multitudes o individuos concretos, y tal es su tecnología punta que no se ha desarrollado un plan de defensa contra ellos.

Debido a esto, los gobiernos y sus fuerzas policiales y militares están ideando un plan de acción ante la pequeña amenaza de los drones. Han sugerido varias soluciones, como una “geo-defensa” que los drones tengan grabada en su firmware (software de control) para que no puedan volarse cerca de aeropuertos o edificios gubernamentales. Este código, sin embargo, puede ser reprogramado.

Es posible detectar los drones a través de un radar o de una señal de radio, pero es una estrategia cara. Se ha desarrollado una tecnología para interferir sus frecuencias de radio, hackear sus controles o derribarlos. Pero se deben refinar los métodos para evitar su impacto.

En el espantoso caso de un ataque de drones en bandada contra un aeropuerto, estas consideraciones serían secundarias, pero están aún por decidirse los puntos de defensa y establecer cuán vulnerables son los aviones tripulados y quién tendría que pagar por estas medidas. Sin embargo, es un debate que debe tener lugar y Balpa ha tardado mucho en reclamar a una investigación sobre los efectos de una posible colisión entre ambas aeronaves.

El fácil acceso aéreo de los drones ha abierto una posibilidad en el mercado del entretenimiento y de los negocios, pero aún queda mucho por hacer respecto a su regulación y defensa contra un uso inapropiado y ruin.

Traducción de Mónica Zas

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