A la doctora Krissy Haglund no le importa si le llaman socialista. O una purista ideológica. O cualquier otro epíteto que se dedica a los norteamericanos que se han lanzado a apoyar a Bernie Sanders para la candidatura presidencial de los demócratas. Ella sabe como está: harta.
“Tengo pacientes que han decidido no tener hijos o no pueden comprar una casa por sus créditos universitarios”, dice la médica de atención primaria de Minneapolis, que esta semana pasó cuatro horas en un coche con sus hijos para ver hablar al senador en Iowa.
“Mi crédito (con el que pagó la universidad) está ahora en 283.000 dólares (253.000 euros). Ha subido 60.000 dólares en los seis años desde que me licencié en la facultad de Medicina. Esta es una crisis nacional a la que hay prestar atención ya”, dice.
Como único candidato que propone acabar con el pago de las matrículas en las universidades públicas, Sanders asume con frecuencia en sus mítines el papel del subastador, sólo que al revés, cuando pregunta a la gente cuánto debe por su deuda estudiantil. Durante un tiempo, el récord estaba en 300.000 dólares. Luego conoció a un dentista que se licenció debiendo 400.000.
Pero pagar el gasto en universidad imponiendo impuestos a la especulación en Wall Street no es la única idea que ha hecho que se califique de extremista al senador de Vermont, incluso por su propio partido. A pesar de las reformas limitadas impulsadas por Barack Obama en el sistema sanitario, 29 millones de norteamericanos continúan sin ninguna cobertura y muchos más no tienen cobertura suficiente hasta el punto de que no se pueden permitir ver a un médico.
Por eso, Sanders hace lo mismo con el tema sanitario y pregunta al público cuánto debe pagar como prima, la cantidad fija que tienen que pagar por tratamiento antes de que la aseguradora tenga que empezar a aportar dinero. Casi en cada mitin, alguien se levanta para decir que 5.000 dólares, otros acaban llorando.
Su plan para sustituir este sistema caro y burocrático aumentando el programa público Medicare se acerca al sistema de seguros utilizado en Canadá, más que al sistema público financiado por el Estado en el Reino Unido. Pretende reducir los costes provocados por hospitales y empresas farmacéuticas que cargan al consumidor de EEUU mucho más que lo habitual en otros países, que se benefician de la existencia de un solo financiador de servicios sanitarios (el Estado).
Sin embargo, cuando alguien pregunta si EEUU se puede permitir hacer lo mismo que otros países ricos en relación a la sanidad universal y la educación universitaria, a Sanders le gusta recordar los billones de dólares que en términos de redistribución de renta han ido en la otra dirección: una tendencia que ha causado la caída del salario medio y que el 58% de la renta creada desde la crisis financiera haya ido a parar al 1%.
“Ya basta”, grita la gente cuando él llega a este punto de un discurso que tiene bien trabajado.
Todo para el 1%
“Hace unos pocos años, podías licenciarte, tener un empleo y trabajar duro, y podías conseguir todo lo que quisieras”, dice Anna Mead, una estudiante de 22 años de Long Beach, New Jersey, en un mitin en New Hampshire. “Ahora eso ya no ocurre. Hemos visto un aumento inmenso de la desigualdad que ha ido creciendo a lo largo de décadas hasta que el 1% acumula una riqueza que supera a la del 40% de la población. Creo que EEUU siempre se ha hecho más fuerte cuando un presidente adoptaba políticas que fortalecían a la clase media. Cuando haces algo por todos, todos están mejor”.
La idea, propuesta por Sanders, de que un sistema corrupto de financiación de campañas es lo único que se interpone entre los votantes y la oportunidad de cambiar todo esto podría parecer simplista. Pero está resultando inmensamente popular.
Para empezar, ha reducido la diferencia en las primarias demócratas entre él y la antes imbatible Hillary Clinton de un 36% a un 2%, según una encuesta de esta semana.
Aunque pocos creen que esta encuesta sea representativa de la situación nacional, la votación de Iowa de esta semana colocó a Sanders a 0,3 puntos de Clinton.
En New Hampshire, que vota en las primarias el martes, Sanders está tan por delante de la exsecretaria de Estado en los sondeos que los asesores de Clinton estarían encantados si pudieran hacer que su victoria se quedara en un dígito (menos de 10 puntos). Muchos ya han decidido que se trata de una victoria fácil para Sanders y que Clinton debería utilizar su tiempo en otros sitios.
La gente de New Hampshire rechaza la idea de todo esté decidido porque se presente alguien de un Estado vecino, Vermont, un baluarte progresista que muchos libertarios del llamado Estado del Granito contemplan con desconfianza.
La explicación también ignora el hecho de que el Estado al que representó Hillary Clinton está a sólo 75 kilómetros de la frontera de New Hampshire, aunque Nueva York tiene sentimientos tan ambiguos acerca de su antigua senadora que la campaña de Sanders alega que ella se negó a aceptar la petición de celebrar allí un debate.
Aun así, por mucho que sus partidarios nieguen cualquier tipo de vulnerabilidad, Sanders ha sufrido las consecuencias de la presión ejercida por Clinton en los debates. Las estrategias de ataque son variadas. A veces, ella dice que están fijándose en detalles menores cuando se debate cuál de los dos es un auténtico progresista, pero cuando la diferencia de programas está clara cambia y sostiene que las propuestas de Sanders no son nada realistas.
En privado, la maquinaria de ataque de Clinton y su campaña van más lejos y se refiere a simpatías comunistas (de Sanders). Sirve como adelanto de las críticas que Sanders podría recibir de los republicanos en el algo improbable caso de que él venza en las primarias demócratas.
Socialista o socialdemócrata
Sanders nunca ha ocultado su pasado político, lo que deja mucho margen a sus críticos. Pero su determinación a no rechazar la etiqueta “socialista democrático” es lo que causa más confusión.
En un discurso en la Universidad de Georgetown en noviembre, afirmó que su filosofía política es cercana a la de Franklin D. Roosevelt, que también propuso una combinación de obras públicas, ayuda a los pobres y reforma financiera para sacar a EEUU de la Gran Depresión.
“No sé a qué se refieren cuando dicen que es un socialista, porque mi idea de Bernie Sanders es que es un progresista al estilo de FDR” (Roosevelt), dice Sharon Ranzavage, una abogada de 69 años de Flemington, New Jersey, tras asistir a un mitin en Manchester, New Hampshire. “Es un regreso al pasado, si quieres llamarlo así, y eso es lo que me gusta de él. Creo que el Partido Demócrata se ha ido mucho a la derecha en este país. Tenemos que recuperar lo que fuimos, que consiste en preocuparse por los demás. Somos un país capitalista, pero tenemos que cambiar los puntos extremos del capitalismo”.
La confusión también procede del hecho de que Sanders emplea la expresión “socialista democrático” en parte porque insiste en decir que el cambio debe venir por las urnas, pero también porque en Europa al menos sería calificado de socialdemócrata, una etiqueta que no tiene fácil traducción en EEUU.
Un “demócrata”, en el lenguaje político de EEUU, es en lo que el senador independiente de Vermont se convirtió cuando decidió presentarse a las primarias del partido en mayo. Cualquiera que use la palabra “social” en EEUU podría por lo mismo añadirle el '-ista' antes de que otro lo haga por él.
En el contexto británico, Sanders sería también difícil de situar. Muchas de sus principales ideas –acceso universal a la sanidad, permiso de maternidad pagado y un salario mínimo más alto–, son aceptadas en principio por los principales partidos británicos, incluidos los conservadores, que recientemente han planteado la subida del salario mínimo como pieza clave del presupuesto.
En términos relativos, Sanders representa un giro a la izquierda similar a la victoria de Jeremy Corbyn en las primarias laboristas. Pero en relación a la política exterior y interna, estaría probablemente más cerca de los laboristas reformistas de antes de Blair en los 80 y 90, como Neil Kinnock o John Smith.
En New Hampshire esta semana, el espíritu radical está presente en los mítines en los que se pide una “revolución política” y se escucha Power to the People, de John Lennon. Pero cuando Sanders levanta la mano, en seguida abre el puño para evitar una imagen que parezca demasiado estridente.
Tendremos que esperar varios resultados de las primarias para saber si la política norteamericana está lista para un autodenominado socialista. La respuesta de sus partidarios parece indicar que esa es la pregunta equivocada. “Siento que por primera vez tengo un político que está a la altura de mis sentimientos y mis esperanzas para este país”, dice Haglund.
¿Se encuentra EEUU preparada para el socialismo? Probablemente, no. Pero podría estar lista para Sanders.