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The Guardian en español

EN PRIMERA PERSONA

Mi experiencia como vacunadora en Reino Unido: profesionalidad, orgullo de la sanidad pública y condiciones laborales precarias

Una vacunadora en un Reino Unido sostiene el suero

Eleanor Morgan

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Poner una inyección en un brazo falso no se parece mucho a hacerlo en uno de verdad. Es una de las cosas que descubrí cuando inoculé a mi primer paciente en un centro de vacunación masiva del norte de Londres.

Se palpa el omóplato de la persona y se le pone la inyección dos dedos por debajo del hombro, en medio del músculo deltoides. En las prácticas, te dan un “brazo” color salmón hecho con esponja de silicona para ensayar. Pero en el mundo real cada brazo es único, lo mismo que las personas, y hay que tomarse un poco de tiempo con cada nuevo paciente tras cerrar la cortina azul reglamentaria del Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés).

A principios de enero vi en un anuncio que necesitaban gente dispuesta a formarse como vacunadores y me presenté de inmediato. Me entusiasmaba la idea de formar parte de una campaña de vacunación histórica. Tengo experiencia clínica como psicóloga auxiliar, sé cómo hacer que la gente se sienta tranquila conmigo y estaba más que preparada para dejar de pasar diez horas al día sola, en mi piso, mirando una pantalla.

La formación corrió a cargo de un grupo de médicas inteligentes y muy prácticas calzadas con Crocs. Su conversación era muy ingeniosa y me encantaron. Nos hablaron del control de las infecciones (incluyendo un iluminador experimento con gel ultravioleta; créeme, te tienes que limpiar los pulgares); de EPIs; de sistemas de soporte vital; y por supuesto, de cómo poner una inyección. Recuerdo un momento surrealista en el que miré aquella sala llena de abogados, estudiantes de medicina, psicoterapeutas, instructores de ciclismo y gerentes de tiendas. Todos uniformados con el EPI y unidos por el propósito común de querer hacer algo.

En mi primer turno, los vacunadores fuimos conducidos a la farmacia, donde un frigorífico enorme emitía su zumbido. Solo tenía ocupado el estante central con dos cajas delgadas: la vacuna. Ese día abría el centro de vacunación y había pocos pacientes. El farmacéutico bromeó sobre el anticlímax que suponía ver algo tan poco llamativo, pero por dentro yo estaba exultante. El dolor, el aislamiento, la sensación de pérdida, aburrimiento y miedo experimentados por la gente durante la pandemia han sido algo complejo y personal, pero en esos viales estaba la esperanza de la libertad. Unos pocos mililitros cristalinos de ingenio científico en cada uno de ellos. Recuerdo que cuando firmé la retirada de mi primer vial, miré la etiqueta y sonreí.

La primera paciente

Cuando llegó la primera paciente a mi “cabina” de vacunación sentí que se me daba la vuelta al estómago. Una enfermera supervisó mi trabajo hasta que sintió que podía confiar en mi técnica, pero desde el principio yo era la que estaba a cargo. Sentía que la paciente merecía ser recibida con un aire de confianza y no quería que me delatara mi rostro, sonrojado y húmedo por la emoción. En un año que para muchos se ha caracterizado por la falta de contacto físico, sentir en mi mano el calor de la piel de esa desconocida fue un momento intenso.

La primera inyección fue bien. Lo mismo con las siguientes 20. Cuando terminó mi turno me dio pena irme pero estaba tan cansada que podía haberme quedado dormida de pie. Era un cansancio delicioso, la sensación de haber hecho algo útil tras un año de sentir cualquier cosa menos eso. En mi regreso pedaleando a casa no me quité el colgante violeta que me identificaba como “vacunadora”.

Conocer a gente tan diferente en cada turno es algo maravilloso, lo que más ansío. Entre interrupciones me cuentan sus historias de pérdidas y de enfado, a veces entre lágrimas, y siento que es un privilegio poder estar ahí. Sabía que mi función involucraría saber escuchar las emociones de la gente y ha sido interesante observar las formas en que se expresan, algunas sutiles y otras más abiertas. El nerviosismo puede manifestarse como frialdad o como temblores físicos y náuseas.

Lo que cada persona necesita oír o sentir es diferente. La única constante es saber escuchar. El humor también ayuda: un comentario gracioso en el momento oportuno puede servir muy bien para romper la ansiedad. Hacer todo esto a un ritmo razonable tiene mucho que ver con ese cansancio especial que llega al final del turno.

No sabía nada de la danza cuidadosamente coreografiada de una campaña de vacunación masiva pero me siguen impresionando el esfuerzo, la organización y el buen ánimo del personal del NHS que trabajó, durante meses, para montar nuestro centro masivo de vacunación. Hacen que los vacunadores nos sintamos apoyados y atendidos durante nuestro turno. Siempre me he sentido orgullosa del NHS como institución nacional, pero ahora pienso que debería tatuarme su logotipo azul y blanco en la frente.

El contrato “de cero horas”

El único inconveniente es haber firmado “un contrato de cero horas” (un tipo de contrato que existe en Reino Unido y no obliga al empleador a contratar a un número mínimo de horas ni al empleado a hacer cualquier trabajo) con una agencia de empleo temporal cuya comunicación es tan pobre que se ha convertido en el tema de conversación dentro de la sala de personal. No hay horarios y los turnos se publican sin previo aviso en una página web. Si no los revisas en el momento adecuado, te los pierdes; y cuando consigues reservar un turno, todo es bastante precario.

La agencia, llamada Bank Partners, me puso el primer turno un día en el que el centro de inoculación ni siquiera había abierto. Los confundidos empleados de seguridad no dejaron entrar a los vacunadores a las 7 de la mañana. Desde entonces, varios vacunadores (yo también) se han presentado a turnos que debían haber sido cancelados. Por lo general nadie responde los correos electrónicos y los pagos se han retrasado.

La irregularidad en el suministro de dosis ha influido en el número de vacunadores que hacen falta, por supuesto, y se nos ha dicho que en la agencia Bank Partners estaban con poco personal. Pero todo esto ha contribuido a que las personas se sientan como una mercancía y eso es incoherente con la responsabilidad de distribuir una vacuna tan importante. Sospecho que muchos de los que trabajan en el NHS han sentido una tensión similar, especialmente durante esta pandemia, entre sus condiciones laborales y su deseo de cuidar y ayudar a la gente.

Bank Partners no quiso hacer ningún comentario pero un portavoz de la fundación del NHS en la que trabajo (University College London Hospitals) me dice: “Tomamos la decisión de acudir a Bank Partners, que se ocupa de nuestras necesidades de trabajadores temporales, porque... nos permite adaptar nuestra plantilla en función de la demanda”. Tiene sentido pero durante el proceso de solicitud o de formación nadie aclaró cómo funcionaría este modelo a los que iban a trabajar dentro de él.

Aun así seguiré vacunando hasta que ya no sea necesaria porque lo disfruto enormemente. Tal vez presumir no sea lo correcto pero sé que esto se me da bien.

Traducido por Francisco de Zárate

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