“Algunos estamos empezando a pensar que éste es el fin del proyecto”. Eso fue lo que me dijo la semana pasada un veterano socialdemócrata europeo sobre el futuro del socialismo tradicional. El humillante fracaso del Partido Socialdemócrata alemán (SPD, por sus siglas en alemán) en las elecciones del pasado domingo no debe haber ayudado a levantar los ánimos. Tras 12 años acompañando a Angela Merkel, ahora pasarán a formar parte de la oposición, despojados de cualquier estrategia y preocupados, con razón, por el avance del partido de extrema derecha, Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán).
Si los líderes del SPD alemán se sienten responsables por su propio fracaso y por el avance de la extrema derecha, al menos pueden consolarse en el hecho de que no están solos. El Partido Socialista francés se evaporó durante la campaña presidencial de este año; el Partido Laborista holandés vio cómo su electorado se cayó hasta el 5,7%; y el Partido Socialista austriaco se enfrenta a una posible derrota en las elecciones del próximo mes, lo cual probablemente derive en el primer gobierno de coalición entre conservadores y neofascistas en la Unión Europea.
El diagnóstico más aceptado entre los partidos de centro-izquierda europeos es que han formado parte de coaliciones durante demasiado tiempo o que se han convertido en simples tecnócratas alejados de la sociedad. Así, los coloridos populistas, tanto de derechas como de izquierdas, les han superado fácilmente. Pero el problema es mucho más profundo. El modelo económico neoliberal, que la doctrina socialdemócrata buscó suavizar y humanizar, ya no funciona. Lo mantiene con vida un sistema de soporte vital que consiste en 10.200 millones de euros del banco central.
Como dice William Davies, profesor de política económica de la Universidad de Londres, tras 2008, el neoliberalismo se convirtió en algo “injustificado en el sentido literal…un ritual que se repite, no una doctrina en la que se puede creer”. El neoliberalismo ha sobrevivido gracias a una serie de medidas estatales arbitrarias que carecían de cualquier sustento ideológico. Desde entonces, hemos visto cómo los europeos se han empobrecido, cómo el futuro de los niños se ha vuelto más incierto y cómo una élite se ha enriquecido muchísimo gracias a la especulación financiera e inmobiliaria. La lógica sobre la que intentan operar los partidos tradicionales ya no tiene sentido. Las personas piden a gritos respuestas coherentes y, para algunos, el nacionalismo económico y la xenofobia suenan más lógicos que lo que ofrecen los partidos de centro.
Reemplazar neoliberalismo por radicalismo
La centro-izquierda seguirá fallando hasta que no aprenda a romper con la lógica del neoliberalismo y a construir un modelo económico que subordine las fuerzas del mercado a las necesidades humanas. El objetivo no debería ser corregir o afinar el modelo económico neoliberal, sino reemplazarlo con el mismo radicalismo con el que actuaron Thatcher, Reagan y Berlusconi en las contrarevoluciones económicas de los años 80 y 90.
El punto de partida es dejar de caracterizar a los pequeños pero dinámicos partidos de izquierda como “populistas” o “tan malos como los de derechas”. En su lugar, los socialdemócratas deberían aprender de la izquierda radical y trabajar con ella, tanto a nivel táctico como ideológico. La coalición de gobierno portugués –que incluye a los socialistas y al Bloque de Izquierda– ha recuperado el Estado de bienestar con una inyección de dinero, descongelando las pensiones, aumentando las ayudas para familias y personas con discapacidad y favoreciendo el empleo joven. En Grecia, Syriza ha eclipsado al partido socialista tradicional, Pasok, no sólo gracias a su momento de heroica resistencia frente al Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional en 2015, sino también por haber demostrado capacidad de gobierno y relativa inmunidad a la profunda corrupción que atraviesa el resto del mundo político. En Irlanda, el Sinn Féin, junto con seis miembros del parlamento irlandés que pertenecen a una coalición de extrema izquierda, se ha convertido en una voz mucho más potente que el Partido Laborista a la hora de hablar en pos de la justicia social.
Sólo un partido socialdemócrata europeo ha comenzado esta tan necesaria transformación: el laborismo británico. La conferencia del partido de este año convirtió las angostas calles de Brighton en un continuo club de debate sobre las políticas y la economía del socialismo moderno. Los bares, las esquinas, las colas para entrar a los eventos paralelos y, por supuesto, la playa se llenaron de jóvenes laboristas, entusiastas y formados académicamente, que se preparan para la transformación radical del Reino Unido. Algunos de ellos llevan el laborismo en el ADN, mientras que otros, si estuvieran en Alemania, pertenecerían al Die Linke o al Partido Verde, o si estuvieran en Italia integrarían el Movimiento Cinco Estrellas. Casi ninguno de estos jóvenes podría pertenecer al Pasok de Grecia.
Claro que algunos rechazan el cambio. El exministro laborista Chris Leslie provocó carcajadas en la mitad de los bares de Brighton cuando llegó a Twitter su afirmación de que “el marxismo no tiene sitio en el partido laborista moderno”. El marxismo permea todo el laborismo moderno. Los laboristas hicieron cola el pasado domingo para escuchar al antropólogo marxista David Harvey. Cada vez más, los laboristas menores de 40 años comparten una ideología política de marxismo parlamentario basado en las ideas de Antonio Gramsci, tal como lo popularizó el fallecido sociólogo Stuart Hall. Ésta es la esencia ideológica de la socialdemocracia radical que ha creado el corbynismo.
La UE, una camisa de fuerza
El diputado laborista Clive Lewis recibió aplausos en un evento cuando condenó el sectarismo que ejerció el Partido Laborista contra Caroline Lucas y los Verdes. Muchos laboristas, incluido yo mismo, queremos ver que se implemente una alianza estratégica del laborismo con los nacionalistas progresistas y los Verdes, incluso si el laborismo llegara a ganar la mayoría absoluta. La escala de la transformación que hace falta en Europa hará necesarias las coaliciones progresistas más potentes posibles entre los partidos tradicionales y los partidos socialistas radicales, el nacionalismo progresista y los Verdes de izquierda.
No existe una relación directa entre el renacimiento del laborismo británico y una posible recuperación de los partidos socialdemócratas europeos. Hay una gran apatía institucional y personal, ya que si Jeremy Corbyn y el primer ministro portugués Antonio Costa tienen razón, entonces miles de expertos académicos e informes de centros de investigación de centro-izquierda están equivocados.
También hay que tener en cuenta la camisa de fuerza que es la Unión Europea. El prerrequisito para liberar al laborismo británico del neoliberalismo fue que el partido siempre fue capaz de pensar las cosas fuera del marco del Tratado de Lisboa, que convirtió la doctrina neoliberal en leyes inalterables. La exclusión voluntaria de Reino Unido del euro y de los criterios fijados en Maastricht permitieron a los políticos laboristas preguntarse primero qué es lo necesario, en lugar de qué es lo que permite el Tratado de Lisboa, un marco de pensamiento que se vio fortalecido por el Brexit.
Cuando los socialdemócratas alemanes se pongan a trabajar en su reconstrucción, lo primero que tienen que hacer es quitarse el Tratado de Lisboa de la cabeza. Cambiar las cosas en la práctica será fácil una vez que puedan imaginar un futuro en el que el Estado defienda a la gente y al planeta, en lugar de a la élite financiera.
Traducido por Lucía Balducci