En 1938, representantes de 32 Estados occidentales se reunieron en un bonito hotel de la ciudad de Evian, al sur de Francia. Evian es ahora famosa por sus aguas, pero en aquel momento, los portavoces tenían algo más en mente. Se encontraron en aquel lugar para discutir si admitían a un número mayor de refugiados judíos, que escapaban de persecuciones en Alemania y Austria. Después de varios días de negociación, la mayoría de países, incluido Gran Bretaña, decidieron no hacer nada.
Esta semana me acordé de la Conferencia de Evian cuando los ministros británicos votaron en contra de acoger 600 menores refugiados al año en los próximos cinco años. Los dos momentos no son exactamente comparables. La historia no se repite necesariamente. Pero fue como un eco, y nos recuerda las consecuencias éticas de aquel fracaso. Al recordar la pasividad en Evian, los líderes allí reunidos podrían alegar que ignoraban lo que pasaría después. En 2016, no podemos seguir utilizando esta excusa.
Sin embargo, tanto en Gran Bretaña como en Europa y América, parecemos muy dispuestos a olvidar las lecciones del pasado. En Gran Bretaña, muchos de los ministros que votaron contra la admisión de unos cuantos miles de refugiados también están haciendo campaña para deshacer un mecanismo –la Unión Europea– que se creó, al menos en parte, para cicatrizar las heridas que dividieron al continente durante las dos guerras mundiales.
En toda Europa, los líderes se han saltado la convención de los refugiados de 1951 –un documento histórico en parte inspirado por los fallos de algunas personas como los líderes en Evian– para justificar la devolución de refugiados sirios a Turquía, país donde la mayoría no puede trabajar legalmente, a pesar de los cambios legislativos recientes. Un país que también deporta refugiados de vuelta a Siria, según algunos de los afectados, y donde se les empuja hacia la frontera.
Alentados por todo esto, el gobierno italiano y el alemán se han unido al de David Cameron para solicitar que los refugiados sean enviados a Libia, zona de guerra donde –en una sorprendente exhibición de disonancia cognitiva– alguno de esos mismos gobiernos está pidiendo una intervención militar. Donde muchos migrantes estan trabajando en condiciones cercanas a la esclavitud. Donde tres gobiernos separados están luchando por el poder. Y donde ISIS dirige parte de su zona costera.
En Grecia, los líderes europeos han forzado la quiebra del gobierno para bloquear todas las solicitudes de asilo –y para después incumplir la promesa de ayudarles, o trasladarlos a un país con mejores recursos en cualquier parte del continente. El resultado de todo esto es una situación nefasta en las islas griegas, donde el continente más rico del mundo ha contribuido a meter a bebés en cárceles, y después les ha negado el acceso a leche de fórmula.
En Dinamarca, los solicitantes de asilo fueron obligados a entregar sus objetos de valor para pagar por su estancia, y los voluntarios han sido procesados como traficantes por transportarles. En Estados Unidos, donde barcos cargados de refugiados fueron rechazados de los puertos en los años 30, más de 30 gobernadores se han negado a acoger refugiados musulmanes. Algunos propusieron una prohibición total a cualquier persona que huye de una guerra que, irónicamente, es resultado de los errores catastróficos de la política exterior de Estos Unidos en las dos últimas décadas.
El sábado pasado me enfrenté con un tipo similar de ceguera intencional, cerca de la frontera de Turquía con Siria. La canciller alemana Angela Merkel y el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk estuvieron visitando un campo de refugiados en Siria. A cambio de la acogida por parte de Turquía de refugiados deportados de Europa, la Unión le dará varios miles de millones de euros para ayudarle a cuidar a los sirios encallados ahora en su territorio. Merkel y Tusk estuvieron en el campo para destacar los primeros beneficios de este trato, y mostrar que Turquía es un lugar apropiado para dar casa a refugiados –que la vida en Turquía puede ser tan agradable como la vida en Europa.
Merkel ha mostrado su extraordinario liderazgo ético durante el pasado año, pero en este caso ha participado en una farsa. El campo que visitó era bastante agradable, pero no representa la vida real de la mayoría de sirios en Turquía; el 90% de los mismos viven en zonas urbanas pobres fuera de los campos. Para entender realmente el limbo en el que están ahora atrapados, Merkel tendría que haber visitado los talleres clandestinos del otro lado de la ciudad, donde miles de niños sirios trabajan doce horas al día para mantener a sus familias. O, mucho mejor, quizá debió asomarse por el muro fronterizo del sur para ver cómo los soldados turcos disparan sobre los sirios que intentan escapar de los campos de batalla al norte de Siria.
En su lugar, Merkel visitó un saneado campo de refugiados durante 45 minutos. A la mayoría de los residentes del campo se les ordenó estar fuera de su vista durante el encuentro y dejar que Merkel se detuviera unos 20 segundos para estrechar la mano a solo cinco hombres sirios. Aquello fue un truco de relaciones públicas, un montaje organizado para el beneficio de cientos de periodistas que estaban esperando. Una metáfora visual de las excusas ciegas que Europa ha utilizado para justificar las deportaciones de vuelta a Turquía. “Hoy, Turquía es el mejor ejemplo para todo el mundo de cómo debemos tratar a los refugiados”, dijo Tusk al final de la jornada. “Nadie debería dar lecciones de lo que Turquía tiene que hacer”.
La renuncia europea a sus responsabilidades es normalmente justificada en el nombre de la superioridad cultural. Valiéndose de una religión que lleva el nombre de una persona que fue al mismo tiempo refugiado y migrante, varios políticos europeos han usado el cristianismo para justificar su rechazo a los refugiados. “¿No es preocupante que el cristianismo europeo no sea capaz de mantener una Europa cristiana?”, pregunta el primer ministro de Hungría, Victor Orbán. “No hay alternativa, y no tenemos más opción que defender nuestras fronteras”.
Pero la religión y la moralidad no deberían oscurecer la verdad. Al margen del del papa, Europa está haciendo la vista gorda con la realidad, olvidando las lecciones del pasado y rompiendo los acuerdos de la posguerra, por lo que corre el riesgo de adentrarse en una catástrofe ética que podría devolvernos al colapso moral de los años 30. Con la extrema derecha creciendo por toda el continente, se ha alegado que deportar refugiados a lugares como Turquía y Libia va a salvar al continente de recaídas extremistas propias de los años de entreguerras. Pero me pregunto si se trata de lo contrario; si en vez de evitar el tumbo a la derecha, de hecho nos lleva un poco más cerca.
La Conferencia de Evian quizá se produjo hace mucho, pero todavía podemos aprender una lección. Nos recuerda, justo como Hugo Rifkid escribió en un conmovedor ensayo sobre el holocausto el año pasado, que “nosotros, como seres humanos, equilibramos los bordes de lo inexplicable; siempre mucho más cerca de destruir de lo que quizá desearíamos admitir. Todos nosotros, en todos los sitios, en cualquier momento”
Unas horas antes de que Merkel llegase al campo de refugiados, vi al otro lado de la ciudad un taller clandestino lleno de sirios fabricando zapatos. El director, Abu Shihab, no había oído nada sobre la Conferencia de Evian, y tampoco mencionó el Holocausto. Pero él sabe sobre Europa, y sobre su reputación ética. Y cree que en estos momentos Europa no se la merece.
“¿Los gatos y los perros en Alemania pueden obtener pasaportes para mascotas y ellos están cerrando las fronteras a los humanos?”, se pregunta. “La historia lo documentará”.
Traducido por Cristina Armunia Berges