Mientras Rusia vive el luto por las víctimas del atentado terrorista del pasado viernes, junto con el dolor surge la difícil pregunta que sigue a la mayoría de ataques similares: ¿Cómo pudo ocurrir algo así? Aunque terminar con células terroristas decididas y bien adiestradas no es fácil para los servicios de seguridad de ningún país, muchos indicios hacen pensar que la incapacidad de impedir el atentado del viernes se debió, en gran parte, a un catastrófico fallo de seguridad por parte de las autoridades rusas.
En primer lugar, el Gobierno de EEUU les había alertado públicamente a principios de marzo, cuando comunicó que tenía conocimiento de “planes inminentes de atentar contra grandes concentraciones en Moscú” por parte de terroristas. Compartida también en privado con el Gobierno ruso, la advertencia sugería que a Washington le había llegado información bastante específica sobre un ataque inminente.
Pero tres días antes del atentado, Putin rechazó la advertencia. “Un intento de intimidar y asustar a nuestra sociedad”, dijo. Con Putin desestimando de manera pública la amenaza, las autoridades rusas no parecen haber tomado medidas extra de seguridad para concentraciones grandes de personas como la del concierto del viernes.
Muchos testigos han dicho que el dispositivo de seguridad en el Crocus City Hall era extremadamente exiguo. La respuesta de la policía fue tan lenta que el puñado de atacantes pudo campar a sus anchas por el recinto, matar a más de 100 personas, y escabullirse sin que los abatieran o detuvieran.
Para un país con un aparato de seguridad tan grande y expandido como el ruso, la lentitud en la reacción de la policía resulta chocante. Algunos rusos han comparado la escasa respuesta policial del viernes con la abrumadora presencia de agentes durante el funeral de Alexéi Navalni, el líder opositor muerto en una cárcel rusa.
Las prioridades están en Ucrania y la oposición interna
Según Mark Galeotti, experto en servicios de seguridad rusos, “es evidente que el FSB tenía mal las prioridades”. “Tenían a sus principales recursos centrados en Ucrania y en la oposición interna, esas son las prioridades que les han impuesto desde arriba”, dijo.
La represión a la disidencia se ha ido intensificando en los dos años transcurridos desde la invasión a gran escala de Ucrania. Los servicios de seguridad de Putin se han dedicado a perseguir a gente que pone “me gusta” en publicaciones de redes sociales donde se critica la invasión, a personas que depositan flores en memoria de Navalni, y a adolescentes LGTBI que, por asistir a noches gays en discotecas, pueden ser acusados ahora de “extremismo”.
En lugar de estar dentro de Rusia buscando posibles amenazas, miles de funcionarios de seguridad han sido enviados a Ucrania para gestionar el control de las nuevas zonas ocupadas, acorralar a los simpatizantes ucranianos, y sembrar el terror.
También existía la sensación de que la amenaza de atentados islamistas dentro de Rusia había disminuido, algo que en la primera década de gobierno de Putin estuvo muy presente. La mano dura en la región del Cáucaso septentrional, así como la autorización concedida hace algunos años a miles de radicales para irse a Siria y a Irak contribuyeron a la creencia de que la lucha contra el terrorismo islamista se había terminado.
“Todo el mundo se relajó y hubo una sensación general de que ya no había una amenaza grave”, dice desde Rusia un analista que trabaja sobre el fenómeno.
Perpetrado principalmente por ciudadanos radicalizados de Tayikistán, el atentado del viernes siguió un modelo distinto al de los ataques sufridos durante los primeros años de Putin como presidente, en los que los atacantes solían proceder del Cáucaso septentrional.
“El terrorismo islamista de Asia Central sigue siendo un problema real para el FSB [el servicio de espionaje de Rusia]”, dice Galeotti. “El FSB tiene mucha experiencia en lidiar con los extremistas del Cáucaso, han gastado en eso muchísimos recursos, pero Asia Central es prácticamente un punto ciego”.
Teorías conspirativas alrededor del atentado
Como era de prever, los rumores y las teorías delirantes sobre el “verdadero” responsable del atentado comenzaron inmediatamente y no se frenaron cuando el Estado Islámico asumió su autoría.
Putin insinuó un hipotético vínculo de Ucrania con los ataques y los comentaristas que en los medios rusos apoyan la guerra de Ucrania fueron más lejos, coordinándose en su intento de sugerir que la atribución asumida por el Estado Islámico era una pista falsa y que Ucrania era la verdadera responsable, una afirmación que Kiev niega de manera rotunda.
Por el otro lado, el servicio de espionaje del ejército ucraniano y algunos comentaristas occidentales han sugerido que todo es un acto de “bandera falsa”, organizado o facilitado por el Kremlin para reforzar el esfuerzo bélico en Ucrania.
Hasta ahora nada prueba que ninguna de las teorías sea cierta pero las afirmaciones coordinadas de fuentes rusas sobre la participación de Ucrania sí sugieren que el Kremlin planea utilizar las consecuencias de los ataques para obtener beneficios políticos.
En los próximos días se sabrá si la teoría de la implicación ucraniana que sostiene Rusia es solo una táctica de distracción para apartar la mirada del error cometido por sus servicios de espionaje o un mecanismo para reforzar la retórica bélica.
En muchas sociedades un atentado de este tipo suscitaría serios cuestionamientos políticos, pero Putin no suele castigar a sus subordinados por los errores y posiblemente preferirá que no se hable demasiado sobre un fallo catastrófico del espionaje. “Podría pensarse que en el FSB tendrían que rodar cabezas, pero con la invasión de Ucrania no hubo ningún gran castigo por los fallos de inteligencia”, dice Galeotti. “Putin no se atreve a llevar a cabo una gran remodelación”.
Traducción de Francisco de Zárate