Las guerras aéreas de la presidencia de Trump: cada vez más opacas y con más víctimas entre los civiles

Julian Borger

La escalada de la guerra aérea en Somalia forma parte de un patrón que se caracteriza por un uso de la fuerza aérea de forma extensa y sin restricciones y que si bien empezó durante la presidencia de Obama ha sido promovida y ampliada bajo la presidencia de Trump.

Durante el primer año de su presidencia, Trump ha hecho todo lo que estaba en sus manos por atribuirse el mérito de los reveses sufridos por el Estado Islámico, y los atribuye al hecho de haber dado más libertades a sus generales.

“He cambiado completamente las reglas de combate. He transformado a nuestros militares”, dijo en octubre.

Es difícil separar los hechos reales de la exageración y la arrogancia. De hecho, la preferencia por el uso de la fuerza aérea y los drones contra los enemigos en los campos de batalla de Afganistán, Siria e Irak no es nuevo.

Al utilizar este tipo de armas por control remoto, la Administración de Obama mantuvo el control político sobre estas operaciones, cuya decisión final dependía de la Casa Blanca, con el objetivo de intentar limitar las muertes de civiles. Sin embargo, en las últimas semanas de la presidencia de Obama algunos de estos controles se eliminaron.

En los combates contra el Estado Islámico en el este de Mosul, el Ejército iraquí perdió a muchos de sus soldados y sus mandos se quejaron del hecho de que la coalición liderada por Estados Unidos tardó demasiado en proporcionarles ayuda aérea.

Tras recibir estas quejas, se flexibilizaron las normas para permitir que oficiales de menor rango en el campo de batalla pudieran solicitar apoyo aéreo urgente. Este nuevo procedimiento se mantuvo durante la batalla que se libró contra el reducto del Estado Islámico en el oeste de Mosul en febrero de 2017. Tras la derrota del EI en Mosul, le llegó el turno a Raqqa, el feudo del EI en Siria.

Trump heredó estas reglas y prometió flexibilizarlas todavía más, al mismo tiempo que urgió a sus generales a intensificar el ataque contra el EI y Al Qaeda.

Según las estadísticas recabadas por el grupo Airwars, los ataques aéreos de la coalición en Iraq y en Siria aumentaron cerca del 50% en 2017, en comparación al año anterior. Los aviones de la coalición, la mayoría estadounidenses, lanzaron unos 20.000 misiles sobre Raqqa.

Cuando terminó la ofensiva de cinco meses, la ONU declaró que el 80% de la ciudad era inhabitable. Se cree que unos 1.800 civiles murieron en los ataques. Airwars estima que de esas muertes, unas 1.400 fueron causadas por los bombardeos aéreos de la coalición.

“Siempre pensamos que la tasa más alta de muertes de civiles se produciría precisamente en esa fase de la guerra y eso fue exactamente lo que pasó”, indica Chris Woods, responsable de Airwars. “Incluso si Clinton hubiera ganado las elecciones y hubiera sido la presidenta, también habríamos tenido la tasa de muertes de civiles más alta en esta etapa final de la guerra simplemente porque los ataques se dirigieron contra Mosul y Raqqa. Lo que todavía no terminamos de entender del todo es qué cifra de civiles muertos o heridos es el resultado de los cambios en las reglas de combate impulsados por la Administración de Trump”.

¿Qué cambios se han hecho?

Woods señala que los militares de Estados Unidos no han terminado de explicar qué cambios se han hecho en las reglas de combate. Lo que sin duda ha cambiado es el tono de los altos mandos. El secretario de Defensa, James Mattis, y otros altos cargos empezaron a llamar a la lucha contra el EI “guerra de aniquilación” y así es como se llevó a cabo, incluso en ciudades densamente pobladas, donde como norma se utilizaron bombas con más de 200 kilos de explosivos.

En Afganistán, no se libraron batallas decisivas en ciudades tan pobladas pero la cifra de muertes de civiles prácticamente se dobló en 2017 en comparación con el año anterior.

Trump también llevó la guerra a otras partes. Para eludir ciertas limitaciones que la Administración de Obama había impuesto para operaciones fuera de las zonas en guerra, el Gobierno de Trump declaró que algunas regiones de Yemen y Somalia eran áreas con “hostilidades activas”. Como resultado, según el Bureau of Investigative Journalism (BIJ), la cifra de ataques aéreos sobre Yemen en 2017 fue mayor que la suma de los cuatro años anteriores.

El uso de drones ha formado parte de esta expansión global de la campaña contra el Estado Islámico. Esta es otra tendencia que se inició durante la presidencia de Obama y se ha incrementado durante el primer año de presidencia de Trump. El Gobierno actual no ha proporcionado información sobre cómo ni en qué medida ha intensificado el uso de drones.

“Presumiblemente esta Administración ha hecho cambios pero no los ha reconocido públicamente. Esto es un gran retroceso en términos de transparencia”, indica Andrea Prasow, de Human Rights Watch.

“Entre las armas que causan más muertes de civiles, cada vez se utilizan los drones con más frecuencia pero es difícil atribuirles una cifra de muertes de civiles y si han respetado la legalidad, sin tener información sobre las operaciones de ataque”.

El hecho de que cada vez se dependa más de los drones y que la batalla contra el terrorismo ahora se libre en nuevas zonas remotas, desde las que llega poca o ninguna información, sumado a unas reglas de combate más flexibles y a unos altos mandos que mandan un mensaje agresivo, podría dar lugar a una guerra global aún más indiscriminada y opaca en la que probablemente habrá un porcentaje mayor de víctimas civiles.

Traducido por Emma Reverter