Hace unos días me di cuenta de que mi hija, que ahora está en primero, tendrá casi once años cuando Donald Trump termine su primer –y espero que último– mandato como presidente. Si pasa lo impensable y Trump es reelegido, habrá pasado toda su adolescencia con un racista peligroso como líder de su país.
Es por eso este pensamiento, esta tristeza que siento por ella y su infancia, por la que mi marido y yo hablamos bastante abiertamente con nuestra hija sobre lo que está pasando en política. Le decimos, de una forma adecuada para su edad, cómo el Gobierno quiere vetar la entrada al país a personas que necesitan ayuda solo porque son diferentes o creen en diferentes cosas. Le decimos que los hombres en el poder creen que las mujeres deberían ser forzadas a tener bebés incluso cuando no quieren. Le decimos que no todos pueden pedir ayuda a la policía.
Merece saberlo, por joven que sea. Y por la misma razón le enseño que es importante ser amable con la gente, solucionar tus propios líos y trabajar duro. También le enseño que es responsabilidad de todos hacer algo ahora.
Por eso hacemos carteles que colgamos en nuestras ventanas expresando apoyo a nuestros vecinos musulmanes e inmigrantes, que pueden estar asustados. Hablamos de lo que supuso la Marcha de las Mujeres y por qué tanta gente está enfadada con un presidente que presume de herir a las mujeres. También lee libros infantiles sobre líderes importantes y amables y el cambio positivo que ayudaron a impulsar.
Para algunos, involucrar a los niños en política es algo prohibido. Tengo más de un amigo con fuertes conflictos con la familia porque sus tías, cuñados o abuelos no aprueban las imágenes que ven en las redes sociales sobre sus hijos en una manifestación o con una camiseta feminista. Rápidamente se lanza la palabra “adoctrinamiento”.
Pero todo el mundo transmite sus valores a sus hijos, de la religión a la política. Y como podría decirte cualquier padre, los niños tienen un agudo sentido de lo que es bueno y lo que es malo: saben lo que es un matón, saben lo que significa ayudar a gente que lo necesita y saben lo que es y cómo se siente la injusticia. Lo que está pasando en este país es una extensión de esas lecciones básicas y, en ese sentido, son fáciles de explicar a los pequeños.
Además, actualmente hay muchos niños en Estados Unidos y en el mundo que no tienen el privilegio de la ignorancia. Les preocupa que les separen de sus familias o que la gente con el deber de protegerles, en vez de eso, les haga daño. Mi hija no vive con el miedo bajo el que otros son forzados a vivir. Y me alegro por ello. Pero debería saber que su comodidad relativa no es un lujo del que goza todo el mundo.
Enseñar a nuestros hijos sobre el mundo, por desagradable que sea, puede fomentar su empatía y el sentido de responsabilidad social. Puede hacerles mejores ciudadanos, mejores vecinos y mejores amigos. Y en estos momentos, creo que todos podríamos intentar ser un poco mejores.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti